Rajoy, este martes en Génova
EFE
Tenían razón los que decían que Mariano Rajoy Brey
se iría a casa cuando así se lo aconsejara su entorno más cercano,
cuando su círculo familiar le obligara, cuando se lo ordenara Elvira Fernández, Viri,
una santa, la mujer que con excepcional discreción ha soportado sus
miedos y aliviado sus dudas estos años. No se podía ir más lejos. Era el
momento de plegar velas. El desgaste mental ha dejado a este político
decimonónico, este perfecto ejemplo de educado cacique de provincias del
siglo XIX, al borde del ataque disléxico y del desbarre gestual para
risas de tirios y troyanos. Con la neurona dañada, era el momento de
apearse del burro. Por delante, además, el desgaste de los juicios por
corrupción que vienen, el miedo a las sentencias pendientes, una larga
lista de causas judiciales, Gurtel valenciana, Boadilla y Arganda, trama
Púnica, Operación Taula, caso Lezo… Un horizonte de miseria, con
Mariano sometido al pin pan pun de los medios y de una parte mayoritaria
de la sociedad española que hace ya mucho tiempo le perdió el respeto.
Y Viri dijo basta. Para sorpresa de
todos, porque cuando el buen hombre empezó a recitar ante el Comité
Ejecutivo los supuestos logros de seis años y medio de Gobierno, nadie
hubiera apostado un duro porque fuera a largarse. Seguir en el machito
daba sentido al sinsentido de su no dimisión en la mañana del viernes,
justo antes de que la amiga Ana Pastor
diera paso a la votación de la moción de censura. Mariano se queda,
pensaron los paniaguados prestos al aplauso que ayer le rodeaban en la
sede de Génova, porque así volvía a su ser, regresaba Mariano a su dolce far niente
en la oposición, lo que más le ha gustado siempre, más incluso que la
presidencia del Gobierno, “desengáñate, Jesús”, me dijo un día Esperanza Aguirre
allá por el 2008, “Mariano no tiene ningún interés en ser presidente
porque ahora vive muy bien: tiene chófer, escoltas, secretarias, pelotas
a manta, estatus de jefe de la oposición y, además, gana mucho dinerito,
porque suma varios sueldos, gana mucho más que el presidente sin tener
que tomar las decisiones dolorosas de un presidente. A éste no le sacas
de Génova ni con agua hirviendo”.
Si no se fue en 2013, tendría que haberlo hecho la noche del 20 de diciembre de 2015, tras perder casi 3 millones de votos
Le sacaron a la fuerza los electores el 20 de noviembre
de 2011. Si hemos de ser serios, aquellas elecciones no las ganó Rajoy:
las perdió un miserable apellidado Rodríguez Zapatero
que fue capaz de llevar al país a la bancarrota. Casi 11 millones de
españoles dieron a Mariano carta blanca para que pusiera al enfermo
sobre la mesa de operaciones y le abriera en canal, dispuesto a enmendar
no solo el rumbo económico, que casi era lo de menos con ser
importante, sino la aguda crisis política –con la organización
territorial del Estado como mascarón de proa- y de valores que estaban
llevando a este gran país hacia el desastre. Desde el principio se vio
que aquello era demasiado arroz para tan apocado pollo. En febrero de
2012 escribí aquí (“Rajoy ante el síndrome Heat”)
que el líder del PP, obligado a hacer frente a la crisis más grave de
nuestra democracia, estaba obligado a optar entre convertirse en una
reedición de Edward Heat, el premier británico que, tras ganar las generales al laborista Harold Wilson
en 1970 y adoptar las decisiones correctas, dio marcha atrás por miedo a
los sindicatos perdiendo las generales cuatro años después, o
reencarnarse en una nueva Margaret Thatcher, la mujer de hierro capaz de aguantar las dificultades del momento hasta ver madurar los frutos de sus políticas.
Rajoy no ha sido ni Heat ni mucho menos Thatcher. Se ha limitado a ser un taimado Neville Chamberlain ("peace for our time”), un pusilánime dominado por el miedo cerval a la toma de decisiones, un cobarde dispuesto al appeasement
con los enemigos de España. La unidad de la nación, entendida como
salvaguarda de la igualdad entre españoles, está hoy más en riesgo que
nunca en Cataluña, en el País Vasco, en Navarra, en Valencia, en
Baleares y en lo que venga. Gran trabajo el tuyo, Mariano. En realidad
tendría que haberse ido en julio de 2013, con ocasión de los famosos sms (“Luis, lo entiendo. Sé fuerte. Mañana te llamaré”) cruzados con Bárcenas
que revelaban su implicación en la famosa Caja B del PP y en los
sobresueldos cobrados en Génova, el “dinerito” al que se refería
Aguirre. Y si no se fue en 2013, tendría que haberlo hecho la noche del
20 de diciembre de 2015, cuando, tras el recuento electoral, resultó que
en aquella jornada el PP perdió casi 3 millones de votos y 63 diputados
respecto a los obtenidos a finales de 2011. Brutal el veredicto de los
electores de centro derecha para con el Gobierno Rajoy.
¿Por qué no dimitió el viernes?
Ha
tardado en hacerlo, después de año y medio aferrado al poder sin más
objetivo que durar, sin más ideología que la de sestear, y sin más
proyecto para España que esperar el paso del tiempo cual Deus ex machina.
Por eso ahora se entiende menos que nunca que no haya dimitido la
semana pasada, que no dimitiera el viernes, cuando tuvo ocasión de
hacerlo impidiendo la formación del Gobierno Sánchez
y dejando al frente del PP y del Ejecutivo a un presidente/a en
funciones con posibilidades, en el peor de los casos, de haber llevado
el barco hasta unas nuevas generales. Mariano, y con él su guardia de
corps, Soraya y Cospedal
a la cabeza, han rendido lo que nunca un político de raza debe entregar
si queda un resquicio de esperanza para mantenerlo: el Poder. Ni
levantaron barricadas, ni construyeron trincheras. Pusieron alfombra
roja al adversario en su asedio al Palacio de Invierno junto a
populistas y separatistas. Mariano el contemplativo prefirió exiliarse
en un bareto de la calle Alcalá esquina
Independencia, dispuesto a ahogar en alcohol las miserias de su paso por
siete años de la historia de España. A punto de soltar la lágrima, el
gallego era ayer el Boabdil presto a llorar como mujer lo que no supo defender como hombre.
La derecha española está condenada a volver al surco ideológico liberal que Mariano la arrancó en el congreso de Valencia
Se va sin honor y por la puerta de servicio, dejando al
partido que ha representado a la derecha española durante 40 años
reducido a escombros. “La muerte es una vida vivida. La vida es una
muerte que viene”, que dijo Borges. Un partido obligado a una
refundación integral que debería comenzar por la venta de la sede de
Génova y por el cambio de siglas, como punto primero, para seguir por la
jubilación anticipada de todos aquellos líderes que, con el joven Arenas
a la cabeza, han acompañado, en Génova y en Moncloa, la travesía del
gallego. Ninguno de los que ayer aplaudían vale para el futuro. Desde
luego no Soraya, la mujer que ha dispuesto de más poder, para nada, en
la reciente historia de España, y que, abdicado su valedor, queda cual
barquilla a merced del temporal, y tampoco la señora Cospedal, una mujer
que ha tocado techo y que jamás podrá aspirar a presidir el PP y mucho
menos el Gobierno de la nación. Tiempo de sobra van a tener para buscar
con calma ese liderazgo. El PP, o lo que quede de él tras su entrada en
dique seco, tardará mucho tiempo en regresar al poder. Con todas sus
debilidades, Pedro Sánchez ha venido para quedarse. Que nadie lo dude. De momento, dos años.
El
verdadero problema del PP, con todo, no es de sede ni de siglas y, si
me apuran, ni siquiera de personas, de quién vaya a liderarlo en el
inmediato futuro. Se trata de un partido obligado a cambiar de piel. La
derecha española, en un momento crítico, está condenada a volver al
surco ideológico liberal del que Mariano la arrancó en el congreso de
Valencia, a reconstruir su discurso y a liderar un proyecto político
desnaturalizado por la tecnocracia y por una praxis socialdemócrata. Se
trata de un rearme ideológico e intelectual que debe convertir al centro
derecha español en algo muy distinto al taller de reparaciones de la
socialdemocracia cada vez que ésta hace de las suyas. Es la defensa de
las libertades individuales, de la igualdad ante la ley, de una economía
libre con un Estado pequeño pero eficiente. Es la lucha contra los
sapos del zapaterismo y su revisionismo histórico,
su obsesión por el género y demás mantras. Es la promoción del
emprendimiento, la creación de riqueza, la lucha contra la corrupción,
la producción cultural, la búsqueda de la excelencia en la educación. Es
la base sociológica e identitaria que comparte un segmento muy
relevante de la sociedad española, que hoy no se siente representada por
este PP en ruinas.
JESÚS CACHO Vía VOZ POPULI
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