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miércoles, 6 de junio de 2018

UN PP OBLIGADO A CAMBIAR DE PIEL

Rajoy, este martes en Génova EFE


Tenían razón los que decían que Mariano Rajoy Brey se iría a casa cuando así se lo aconsejara su entorno más cercano, cuando su círculo familiar le obligara, cuando se lo ordenara Elvira Fernández, Viri, una santa, la mujer que con excepcional discreción ha soportado sus miedos y aliviado sus dudas estos años. No se podía ir más lejos. Era el momento de plegar velas. El desgaste mental ha dejado a este político decimonónico, este perfecto ejemplo de educado cacique de provincias del siglo XIX, al borde del ataque disléxico y del desbarre gestual para risas de tirios y troyanos. Con la neurona dañada, era el momento de apearse del burro. Por delante, además, el desgaste de los juicios por corrupción que vienen, el miedo a las sentencias pendientes, una larga lista de causas judiciales, Gurtel valenciana, Boadilla y Arganda, trama Púnica, Operación Taula, caso Lezo… Un horizonte de miseria, con Mariano sometido al pin pan pun de los medios y de una parte mayoritaria de la sociedad española que hace ya mucho tiempo le perdió el respeto.

Y Viri dijo basta. Para sorpresa de todos, porque cuando el buen hombre empezó a recitar ante el Comité Ejecutivo los supuestos logros de seis años y medio de Gobierno, nadie hubiera apostado un duro porque fuera a largarse. Seguir en el machito daba sentido al sinsentido de su no dimisión en la mañana del viernes, justo antes de que la amiga Ana Pastor diera paso a la votación de la moción de censura. Mariano se queda, pensaron los paniaguados prestos al aplauso que ayer le rodeaban en la sede de Génova, porque así volvía a su ser, regresaba Mariano a su dolce far niente en la oposición, lo que más le ha gustado siempre, más incluso que la presidencia del Gobierno, “desengáñate, Jesús”, me dijo un día Esperanza Aguirre allá por el 2008, “Mariano no tiene ningún interés en ser presidente porque ahora vive muy bien: tiene chófer, escoltas, secretarias, pelotas a manta, estatus de jefe de la oposición y, además, gana mucho dinerito, porque suma varios sueldos, gana mucho más que el presidente sin tener que tomar las decisiones dolorosas de un presidente. A éste no le sacas de Génova ni con agua hirviendo”.  
Si no se fue en 2013, tendría que haberlo hecho la noche del 20 de diciembre de 2015, tras perder casi 3 millones de votos
Le sacaron a la fuerza los electores el 20 de noviembre de 2011. Si hemos de ser serios, aquellas elecciones no las ganó Rajoy: las perdió un miserable apellidado Rodríguez Zapatero que fue capaz de llevar al país a la bancarrota. Casi 11 millones de españoles dieron a Mariano carta blanca para que pusiera al enfermo sobre la mesa de operaciones y le abriera en canal, dispuesto a enmendar no solo el rumbo económico, que casi era lo de menos con ser importante, sino la aguda crisis política –con la organización territorial del Estado como mascarón de proa- y de valores que estaban llevando a este gran país hacia el desastre. Desde el principio se vio que aquello era demasiado arroz para tan apocado pollo. En febrero de 2012 escribí aquí (“Rajoy ante el síndrome Heat”) que el líder del PP, obligado a hacer frente a la crisis más grave de nuestra democracia, estaba obligado a optar entre convertirse en una reedición de Edward Heat, el premier británico que, tras ganar las generales al laborista Harold Wilson en 1970 y adoptar las decisiones correctas, dio marcha atrás por miedo a los sindicatos perdiendo las generales cuatro años después, o reencarnarse en una nueva Margaret Thatcher, la mujer de hierro capaz de aguantar las dificultades del momento hasta ver madurar los frutos de sus políticas.

Rajoy no ha sido ni Heat ni mucho menos Thatcher. Se ha limitado a ser un taimado Neville Chamberlain ("peace for our time”), un pusilánime dominado por el miedo cerval a la toma de decisiones, un cobarde dispuesto al appeasement con los enemigos de España. La unidad de la nación, entendida como salvaguarda de la igualdad entre españoles, está hoy más en riesgo que nunca en Cataluña, en el País Vasco, en Navarra, en Valencia, en Baleares y en lo que venga. Gran trabajo el tuyo, Mariano. En realidad tendría que haberse ido en julio de 2013, con ocasión de los famosos sms (“Luis, lo entiendo. Sé fuerte. Mañana te llamaré”) cruzados con Bárcenas que revelaban su implicación en la famosa Caja B del PP y en los sobresueldos cobrados en Génova, el “dinerito” al que se refería Aguirre. Y si no se fue en 2013, tendría que haberlo hecho la noche del 20 de diciembre de 2015, cuando, tras el recuento electoral, resultó que en aquella jornada el PP perdió casi 3 millones de votos y 63 diputados respecto a los obtenidos a finales de 2011. Brutal el veredicto de los electores de centro derecha para con el Gobierno Rajoy.

¿Por qué no dimitió el viernes?


Ha tardado en hacerlo, después de año y medio aferrado al poder sin más objetivo que durar, sin más ideología que la de sestear, y sin más proyecto para España que esperar el paso del tiempo cual Deus ex machina. Por eso ahora se entiende menos que nunca que no haya dimitido la semana pasada, que no dimitiera el viernes, cuando tuvo ocasión de hacerlo impidiendo la formación del Gobierno Sánchez y dejando al frente del PP y del Ejecutivo a un presidente/a en funciones con posibilidades, en el peor de los casos, de haber llevado el barco hasta unas nuevas generales. Mariano, y con él su guardia de corps, Soraya y Cospedal a la cabeza, han rendido lo que nunca un político de raza debe entregar si queda un resquicio de esperanza para mantenerlo: el Poder. Ni levantaron barricadas, ni construyeron trincheras. Pusieron alfombra roja al adversario en su asedio al Palacio de Invierno junto a populistas y separatistas. Mariano el contemplativo prefirió exiliarse en un bareto de la calle Alcalá esquina Independencia, dispuesto a ahogar en alcohol las miserias de su paso por siete años de la historia de España. A punto de soltar la lágrima, el gallego era ayer el Boabdil presto a llorar como mujer lo que no supo defender como hombre.
La derecha española está condenada a volver al surco ideológico liberal que Mariano la arrancó en el congreso de Valencia
Se va sin honor y por la puerta de servicio, dejando al partido que ha representado a la derecha española durante 40 años reducido a escombros. “La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”, que dijo Borges. Un partido obligado a una refundación integral que debería comenzar por la venta de la sede de Génova y por el cambio de siglas, como punto primero, para seguir por la jubilación anticipada de todos aquellos líderes que, con el joven Arenas a la cabeza, han acompañado, en Génova y en Moncloa, la travesía del gallego. Ninguno de los que ayer aplaudían vale para el futuro. Desde luego no Soraya, la mujer que ha dispuesto de más poder, para nada, en la reciente historia de España, y que, abdicado su valedor, queda cual barquilla a merced del temporal, y tampoco la señora Cospedal, una mujer que ha tocado techo y que jamás podrá aspirar a presidir el PP y mucho menos el Gobierno de la nación. Tiempo de sobra van a tener para buscar con calma ese liderazgo. El PP, o lo que quede de él tras su entrada en dique seco, tardará mucho tiempo en regresar al poder. Con todas sus debilidades, Pedro Sánchez ha venido para quedarse. Que nadie lo dude. De momento, dos años.  

El verdadero problema del PP, con todo, no es de sede ni de siglas y, si me apuran, ni siquiera de personas, de quién vaya a liderarlo en el inmediato futuro. Se trata de un partido obligado a cambiar de piel. La derecha española, en un momento crítico, está condenada a volver al surco ideológico liberal del que Mariano la arrancó en el congreso de Valencia, a reconstruir su discurso y a liderar un proyecto político desnaturalizado por la tecnocracia y por una praxis socialdemócrata. Se trata de un rearme ideológico e intelectual que debe convertir al centro derecha español en algo muy distinto al taller de reparaciones de la socialdemocracia cada vez que ésta hace de las suyas. Es la defensa de las libertades individuales, de la igualdad ante la ley, de una economía libre con un Estado pequeño pero eficiente. Es la lucha contra los sapos del zapaterismo y su revisionismo histórico, su obsesión por el género y demás mantras. Es la promoción del emprendimiento, la creación de riqueza, la lucha contra la corrupción, la producción cultural, la búsqueda de la excelencia en la educación. Es la base sociológica e identitaria que comparte un segmento muy relevante de la sociedad española, que hoy no se siente representada por este PP en ruinas.


                                                                                         JESÚS CACHO   Vía VOZ POPULI

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