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jueves, 7 de junio de 2018

SAN SIMÓN DE CRÉPY, CONDE DE VALOIS


En este artículo se narra la vida y hazañas de un famoso Valois nacido en 1048, el hijo y heredero del conde Raúl III de Valois quien, renunciando al poder y al amor humano, dedicó su vida a amar a Dios y a servir al prójimo; y lo hizo con tal intensidad que alcanzó la santidad tras una vida dedicada a restablecer la justicia y los derechos quebrantados por los poderosos.  Finalmente murió en Roma en brazos del Papa Gregorio VII, quien le hizo los mayores honores funerarios y mandó enterrarlo en el panteón papal. Más tarde, el Papa Urbano II hizo colocar el siguiente epitafio en el sepulcro de San Simón de Crépy-en-Valois: "Del linaje de la sangre real de Francia, abrazó la pobreza y abandonó su patria y el siglo para amar a Dios, prefiriéndolo a todos los tesoros terrenos".

Efectivamente, los Valois eran de sangre real. Por ello, en el acta de consagración del príncipe Felipe, el conde de Valois Raúl III fue mencionado tras el rey de Francia, la reina y el príncipe, como el principal noble del reino. Además era el más prestigioso de los generales del ejército real, por lo que el rey Enrique le convocó a la guerra que mantuvo con las tropas de Flandes. Raúl de Valois asedió la ciudad de Vitry, donde murió su hijo primogénito Gautier. Posteriormente el conde de Valois se apoderó injustamente de las poblaciones de Péronne y de Montdidier, que habían pertenecido a su repudiada esposa Haquenez, por lo que fue excomulgado. Precisamente fue en Montdidier, el 8 de septiembre de 1074, donde falleció el excomulgado Raúl III, conde de Valois, de Vexin y de Amiens.

Anteriormente, el conde Raúl III de Valois había enviado a su hijo Simón a la corte del duque Guillermo de Normandía, su pariente y fiel aliado, para que su esposa Matilde de Flandes, prima de los Valois, lo tutelara y le diera una educación principesca. Simón gozaba de la confianza y los favores de Guillermo quien, a pesar de la juventud de Simón, le llevó consigo a las campañas bélicas contra Felipe I de Francia para arrojarlo de las tierras de Normandía. Allí permaneció Simón con el duque hasta que cumplió 16 años, porque a esa edad se incorporó a la corte real francesa donde tenía que ejercer el cargo de porta-estandarte del rey de Francia, un privilegio que correspondía a la casa de los Valois-Vermandois.

Al morir en Montdidier Raúl III de Valois, su segundogénito Simón de Crépy-en-Valois, hijo del conde y de su primera esposa Adela de Bar, un juvenil varón pacífico más inclinado a los ejercicios piadosos y a la vida monacal que a la guerra, se encontró dueño de extensos dominios territoriales y de muchos y aguerridos cuerpos de ejército, así como titular de los feudos paternos. Dada su inmensa fortuna personal Simón se convirtió en el más poderoso señor feudal de Francia, con un patrimonio material superior incluso al real de Felipe I. 

El rey de Francia quiso aprovechar la ocasión para apoderarse de los enormes y ricos dominios de los Valois, por lo que  entonces el joven heredero tuvo que enfrentarse valerosamente durante tres años a las tropas reales hasta que consiguió derrotarlas, pero sus dominios quedaron asolados y muchas de sus poblaciones destruidas en gran parte.

Cuando de nuevo se restableció la paz en el Valois, Simón de Crépy emprendió la penosa pero caritativa tarea de ir a recoger los restos mortales de su pecador padre Raúl III, que habían sido enterrados en Montdidier para trasladarlos a la iglesia de San Arnould en Crépy-en-Valois, donde debían ser inhumados para reposar allí junto a sus antepasados y a la madre del joven conde Simón. Y sucedió que en el largo trayecto el cuerpo del conde entró en descomposición, pero su hijo estuvo velándolo toda la noche en solitaria meditación sobre lo transitorio de esta vida. 

El joven conde firmó una carta de donación a dicha iglesia de Crépy en la que decía lo siguiente:
"Considerando que los días de esta vida no son nada, y queriendo orientar mi alma a la contemplación de la eternidad, por mi propia salud eterna y por la de mi terrible padre el conde Raúl, yo he trasladado su cuerpo desde Montdidier, donde él reposaba, hasta la iglesia de San Arnould, construida por sus predecesores y enriquecida con sus dotaciones y las de los suyos, en este castillo de Crépy".


Monumento a San Simón de Crépy en Mouthe, departamento de Doubs, Francia


Las reflexiones que se hizo durante este traslado de los restos mortales de su padre y la triste ceremonia final convencieron a Simón de la vanidad de las cosas de este mundo y de la conveniencia de retirarse a un claustro monacal. Con esa finalidad decidió peregrinar a Roma y  visitar las tumbas de San Pedro y de San Pablo. Sin embargo, el Papa aconsejó a Simón de Crépy que debía continuar administrando sus dominios y que debía parlamentar con su rival el rey Felipe I para acordar la paz duradera que Francia necesitaba.

El joven conde de Valois, obsesionado con su determinación de hacerse monje, acabó por convencer también a su prometida, la hija de Hildebert, conde de Auvernia y de la Marche, para que ingresara en un convento y con tal fin, un buen día, los dos novios huyeron juntos de la corte, pero no para casarse, como lo pensaban todos los cortesanos, sino para entregarse a la vida del claustro. La joven quedó a buen resguardo en un convento con las monjas, pero cuando Simón se dirigía a otro monasterio para hacer lo propio, fue alcanzado por los enviados del rey, quienes le llevaron de nuevo a la corte. Allí, el duque de Normandía Guillermo el Conquistador, el futuro rey de Inglaterra, le reveló al noble joven que deseaba casarlo con su propia hija Adela, pues no quería casarla con Alfonso VI, rey de España, que la había demandado.

Simón no se atrevió a rechazar directamente los ofrecimientos de su pariente y benefactor, pero trató de demorar la boda con el pretexto de averiguar en la Santa Sede si su proyectado matrimonio era legal dado que la hija del rey era pariente suya en un grado no admisible para la Iglesia. Para superar dicho impedimento el propio conde de Valois se preparó para ir personalmente a Roma a solicitar del Sumo Pontífice la necesaria dispensa de parentesco.

Entonces emprendió su viaje a Italia con una numerosa escolta de caballeros, pero ni siquiera llegó a recorrer la mitad del camino porque a su llegada a la ciudad de Condal, en el Jura, se hospedó en la abadía de Saint-Claud, y decidió tomar el hábito monacal para no abandonarlo jamás. Posteriormente se retiró al monasterio de San Eugend.

El ejemplo de un tan gran señor feudal que despreció poder y riquezas asombró a todos, desde Flandes a Normandía pasando por Francia, e incluso en Alemania.

Cuando por fin Simón de Crépy profesó como monje, su hermana Alix de Valois, también conocida como Adela o Hildebrante, que se había casado con Herbert IV, conde de Vermandois, entró en posesión de los inmensos dominios de los Valois; pero como falleció al poco tiempo de que Simón se consagrase a Dios, su hija Adela heredó los títulos y los feudos de los Valois y de los Vermandois; y después se casó con el príncipe de Francia Hugo el Grande, en cuyos vástagos se unieron dos potentes linajes: Valois y Capetos.

Lo mismo que a muchos otros monjes pertenecientes a la nobleza, los superiores y los familiares de Simón insistieron para que emplease su influencia en arreglar discordias y restablecer derechos. San Hugo de Cluny le envió ante el rey de Francia para que recuperase unas tierras que habían sido quitadas al monasterio y, asimismo, intervino activamente para obtener la reconciliación entre Guillermo el Conquistador y sus hijos. Cuando el Papa San Gregorio VII, en conflicto con el emperador, decidió concertar un acuerdo con Robert Guiscard y sus normandos que ocupaban parte del territorio de Italia, mandó llamar a San Simón para que le ayudase en las negociaciones. Estas concluyeron felizmente en la ciudad de Aquino, en 1080 y, desde entonces, el Papa conservó a su lado a Simón para que, como extraordinario diplomático, le ayudase  resolver contiendas.

Simón de Crépy, con su humilde hábito de monje, llegó a prestar muchos más servicios a la sociedad y a la Iglesia que si el conde hubiese permanecido en el siglo rodeado de su numerosa corte de caballeros y de sus belicosos compañeros de armas. 

Finalmente Simón murió el 30 de septiembre de 1080, siendo todavía relativamente joven porque, sin duda, ya estaba maduro para alcanzar una merecida santidad. Entonces fue inhumado en el Vaticano, en el propio panteón de los Papas, con el ceremonial de una sepultura apostólica. Allí recibió infinidad de homenajes, tanto de la realeza europea como de su patria, una Francia que le veneró como uno de sus mayores santos. La reina de Inglaterra, su piadosa prima Matilde, envió a Roma el dinero necesario para costear un soberbio mausoleo en honor del bienaventurado Simón de Crépy. El humilde fraile que, en vida, abrazó la pobreza fue reconocido y venerado por todos como un gran santo.


                                                                       JOAQUÍN  JAVALOYS


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