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martes, 12 de junio de 2018

MAFIAS, INMIGRANTES Y OPORTUNISTAS

De todo lo que se pudo oír este lunes en España, lo que resulta más irritante es la utilización del término "razones humanitarias", como señalaba el comunicado que hizo público Moncloa


Rescate en alta mar, en la madrugada del domingo 10 de junio de varius inmigrantes que fueron trasladados al Aquarius. (EFE)


Si solo se trata de un "acto simbólico", como ha aclarado el ministro de Exteriores de España, Josep Borrell, bien hará el Gobierno español en poner todo el énfasis en esa circunstancia para que nadie se llame a engaño: España ha decidido acoger a los 629 inmigrantes del buque Aquarius, propiedad de la ONG Médicos sin Fronteras, como una excepción, un 'golpe de efecto' para llamar la atención en toda Europa y suscitar de nuevo un debate que, desde hace años, nunca llega a ninguna parte.
Pero solo es eso, algo simbólico y, por lo tanto, ni duradero ni definitivo. Que lo aclare con la máxima difusión y contundencia porque, si no es eso lo que se pretende, es probable que el Gobierno español y los alcaldes que se han apresurado a ofrecer sus ciudades para acoger a los inmigrantes, se hayan metido en un considerable enredo del que solo pueden acabar mal. Con la inmigración no se juega, con la inmigración no caben los cálculos electorales ni la demagogia política, porque esa es una bomba que te estalla en la cara. Y menos aún España, frontera del hambre subsahariana.

De todo lo que se pudo oír ayer en España, lo que resulta más irritante es la utilización del término "razones humanitarias", como señalaba el comunicado que hizo público Moncloa, porque resulta que cada semana aquí se rechazan a cientos y cientos de inmigrantes que, como seres humanos que son, también merecen la misma consideración. De hecho, no hace ni una semana, el pasado día 6 de junio, con Pedro Sánchez ejerciendo ya de presidente del Gobierno, España impidió, en una acción conjunta con Marruecos, la entrada por la frontera de Ceuta de unos 400 inmigrantes. La avalancha, como tantas otras, se produjo a primera hora de la mañana; de repente un centenar de inmigrantes se encaramaron a la valla y dos de ellos llegaron hasta las cuchillas y acabaron con cortes tan profundos que tuvieron que ser ingresados en centros hospitalarios. También esos eran inmigrantes hambrientos, desesperados, desahuciados de eso que llamamos vida aquellos que vivimos en países ricos como España.

Si el Gobierno de Pedro Sánchez no se da prisa en aclarar que la acogida del Aquarius es solo un "gesto simbólico", ocasional y extraordinario, va a tener muy difícil explicar en Europa por qué mantiene esas vallas en las fronteras con Marruecos. Solo el año pasado, según los datos que ofreció en enero la agencia de control de fronteras de la Unión Europea, el Frontex, en España la presión migratoria aumentó en un 124%: casi 23.000 personas intentaron entrar de forma irregular. En Italia y en Grecia la inmigración decreció, de forma paralela en el mismo año, pero aun así sigue soportando más del doble de presión migratoria que España. ¿Ha pensado Pedro Sánchez qué puede ocurrir si su 'gesto simbólico' se interpreta como un cambio de política en España desde que él es presidente del Gobierno?

El debate que se ha planteado con la situación del Aquarius, una vez que el nuevo ministro del Interior italiano le denegó la posibilidad de atracar en sus puertos, también debe abrir un debate en las ONG que, desde hace años, se esfuerzan en el rescate en alta mar de los inmigrantes, cuando naufragan o cuando están a punto de naufragar, como este último episodio. Nadie puede discutir el valor de esas organizaciones, pero tampoco se pueden ignorar las consecuencias, los 'efectos colaterales' que está provocando en la actuación de las mafias el incremento de la ayuda humanitaria que ofrecen. Sin que ninguno de ellos lo pretendan, lo que demuestra la realidad es que los barcos de las ONG que rescatan inmigrantes en el Mediterráneo han modificado los comportamientos de las mafias que trafican con personas. Incluso, no sería descabellado afirmar que los barcos de rescate forman parte de los planes de esas mafias.




Desde que esos indeseables salvajes que trafican con personas tienen la certeza de que siempre habrá un barco que rescate a inmigrantes en el Mediterráneo, lo que ha ocurrido es que han abaratado hasta las pateras que utilizan. Ahora, la mayoría son botes neumáticos, fabricados en China, mucho más baratos para esas mafias que los barcos de pesca que se utilizaban anteriormente.
No debe pasar inadvertido el hecho de que muchos de los rescates se producen a pocas millas de la costa de Libia, que es lo que soportan esas escuálidas embarcaciones en las que se agolpan decenas y decenas de personas. Las ONG, por cierto, las rescatan de alta mar y nunca las devuelven a la costa africana, que también cumpliría el objetivo de ayuda humanitaria por salvarlos de morir ahogados, sino que los conducen a un puerto europeo, que es lo que le habían prometido las mafias al comprar, a precio de oro, su miserable hueco en una patera masificada.

El resultado, como puede verse, es un círculo vicioso, un laberinto infernal, del que no se puede salir: cuanto más eficientes sean las ONG que rescatan inmigrantes, más crueles serán las 'ofertas' de las mafias de inmigrantes para los centenares de miles de personas, hombres, mujeres y niños, que esperan uno de esos 'pasajes' para llegar a Europa. Cada vez que alguien de una ONG plantea, ante este debate, el dilema al que se enfrentan, o rescatar a los inmigrantes o dejarlos morir ahogados, está claro que no existe más que una respuesta: rescate siempre. Pero todos tenemos que ser conscientes de que esa no puede ser nunca una solución definitiva, porque lo único que conseguirá a largo plazo es aumentar exponencialmente el problema de la inmigración, cada vez con más réditos para las mafias y más riesgo para los inmigrantes. Nadie puede ser tan osado como para pensar que conoce cuál es la solución del problema de la inmigración en este siglo XXI de la globalización de todo, de los avances científicos y de las miserias humanas. Quizá, por el momento, a lo que sí podemos aspirar es, por lo menos, a no empeorarlo.


                                                                            JAVIER CARABALLO   Vía EL CONFIDENCIAL

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