Se va un cobarde; llega un irresponsable
Amadeo de Saboya,
duque de Aosta, el primer Rey masón de la historia de España, presentó
su renuncia a “gobernar un país tan hondamente perturbado” un 11 de
febrero de 1873, poniendo de inmediato pies en polvorosa. Se despidió
con una carta a la nación en la que se quejaba amargamente de las luchas
entre partidos y de la insoldable fractura social: “Si fueran
extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos
soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos;
pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y
perpetúan los males de la Nación son españoles”. Amadeo, el gran
hallazgo de Prim tras laboriosa búsqueda
por las casas reales de la época, regresó a Italia sin haber podido
procurar el bien que deseaba a esa “España tan noble como desgraciada”.
Más de 145 años después, la mitad de los españoles representados en el
Parlamento de la nación acaba de descabalgar por sorpresa a la otra
mitad, en dos jornadas de infarto llamadas a tener su reseña, el tiempo
dirá si de oro o de lodo, en la Historia de España. Tan educado como
Amadeo pero mucho más cobarde, Mariano Rajoy es ya el pasado.
El tsunami cayó sobre el Partido
Popular cuando en Génova y Moncloa celebraban el éxito de los PGE 2018,
aprobados con la colaboración de un PNV convertido en gran aliado de
Mariano. La ola se lo llevó todo por delante. Y por sorpresa, lo cual no
deja de ser llamativo teniendo en cuenta que el Gobierno maniobró en la
Audiencia Nacional para conseguir que la sentencia sobre el caso Gürtel
no saliera el lunes 21, como estaba previsto, sino el jueves 24, con
los PGE ya en el bolsillo, y que el Ejecutivo conocía de sobra el tenor
del palo judicial que se le venía encima merced a la determinación del
juez José Ricardo de Prada, uno de esos
progres irredentos dispuestos a perseguir a la derecha hasta el catre.
Lo cual permite extraer una conclusión obvia: el partido –y el propio
Gobierno- se habían apesebrado tanto, se habían metamorfoseado hasta tal
punto con el nihilismo, con el tancredismo de su amo y señor, habían
perdido tantos reflejos, que no advirtieron el peligro, no vieron venir
el golpe de mano que en cuestión de horas les preparó un Pedro Sánchez
dispuesto a cazar su oportunidad al vuelo, a capitalizar en su propio
beneficio el descrédito social que hoy acompaña a unas siglas
embadurnadas de corrupción hasta las orejas.
Demostración
evidente de que el país, como aquí se ha dicho tantas veces, estaba sin
Gobierno, con un Ejecutivo de cartón piedra, de mediocres gestores de
lo cotidiano, al mando de un presidente cuyo objetivo, tras renuncia
expresa a toda ideología y a cualquier agenda reformista, consistía
simplemente en “durar”. El espectáculo protagonizado estos días por
Mariano es tan vergonzoso que pasará mucho tiempo antes de que se disipe
la sensación de bochorno que hoy sienten millones de españoles. Que el
presidente del Gobierno se refugie en un bar durante 8 horas, en una
especie de huida hacia ninguna parte producto del pánico –dos botellas
de whisky, vino al margen, se trasegaron en el antiguo “Club 31” de
Alcalá esquina Independencia-, en lugar de ocupar su escaño en el
Congreso como era su obligación, es un episodio que no se había
registrado nunca en la historia de un Parlamento no falto de lances
abracadabrantes. Por ejemplo, el de un presidente de la Primera
República, Estanislao Figueras, que sin previo aviso salió por pies a
refugiarse en Francia, víctima de una diarrea provocada por un clima de
revuelta social y parlamentaria que creyó podía acabar con él, eso sí,
no sin que unos meses antes hubiera gritado en las Cortes su conocido
“de aquí saldremos con la República o muertos”.
Nada
tan ignominioso como la negativa de Mariano a hacer frente a sus
obligaciones y honrar el cargo, con grave desprecio a los votantes del
PP, a los cientos de miles de militantes y al país entero. Un lance que
ha dado la medida personal y moral del personaje. “Orgulloso de haber
sido vuestro presidente”, rezaba el viernes un tuit de este supremo
cínico. Su negativa a dimitir, iniciativa que hubiera hecho decaer de
inmediato la moción de censura como el propio Sánchez se encargó de
recordarle el jueves, ha venido a demostrar lo poco que a este sujeto le
importa España y su futuro en la balanza de sus intereses personales.
“Rajoy deja el Ejecutivo en manos de un político cuyo único mérito
contrastado es una desmedida ambición. Deja el poder al alcance de
grupos cuyos intereses están en las antípodas de aquellos que defendemos
la mayoría de españoles. En un acto de escapismo tan cobarde como
escandaloso, liquida de golpe a su partido y coloca al país en una
situación de preocupante fragilidad”, decía el editorial publicado aquí
el viernes. Mariano es el Celestino V de la “gran renuncia”, canto
tercero del Infierno, Divina Comedia, un clásico de Dante: “Poscia ch'io v'ebbi alcun riconosciuto,/ vidi e conobbi l'ombra di colui/ che fece per viltade il gran rifiuto”,
un texto que puede traducirse por “Y tras haber reconocido a algunos,
vi y conocí la sombra de aquel que por cobardía hizo la gran renuncia”.
Las fobias personales y los intereses del país
Una
renuncia que le hubiera evitado al país las incógnitas de un periodo de
inestabilidad cuyas consecuencias son difíciles de prever. Mariano y su
gente se han ido al guano y lo han hecho, además, mintiendo, en la
mejor tradición del grupo. De repartir la mercancía falsa se encargó el
jueves María Dolores de Cospedal: “Sabes
que la dimisión de Rajoy sería un gesto absolutamente estéril que no
evitaría el Gobierno de Sánchez y que incluso serviría para que pudiera
salir por mayoría simple, puesto que nosotros estamos en minoría. Es una
cuestión de aritmética parlamentaria”. De los coros y danzas se ocupó Martínez Castro,
dizque secretaria de Estado de Comunicación, alertando a su club de
fans periodístico: “No compres la chorrada esa de que la dimisión de
Mariano evita algo, porque no es así. Nos han echado y nos vamos, pero,
con o sin Rajoy, nadie del PP conseguirá en este Parlamento los votos
para ser investido/a”. Lo que nadie del PP ha contado es que en la tarde
del martes, ante el rumor de una inminente dimisión, la Cospedal salió a
cuerpo gentil a desmentir la especie aterrorizada ante la posibilidad
de que la sustituta fuera Soraya Sáenz de Santamaría
como presidenta en funciones encargada de convocar generales. Hasta
aquí han llegado las miserias de un partido corroído por las envidias y
dispuesto a anteponer las fobias personales a los intereses del país.
Los españoles de centro derecha no deberían olvidarlo nunca.
El
argumento es falaz por la simple razón de que una cosa es una moción de
censura y otra muy distinta un proceso de investidura. Sánchez se ha
convertido en presidente gracias al voto mayoritario contrario a Rajoy,
porque en la España de hoy a poner a Rajoy como chupa de dómine se
apunta hasta el portero. En una investidura, por el contrario, y después
de la obligada intervención del Rey nombrando un candidato a la
presidencia tras las consultas con los respectivos líderes, Sánchez
hubiera tenido tantas dificultades como Soraya, en su caso, para
conseguir los votos necesarios para ser investido después de negociar un
programa concreto –cosa que no ha ocurrido con esta moción- con sus
pactos y concesiones, en un proceso de varios meses que, además de
permitir al Gobierno del PP hacer política, es decir, transar, algo que
desconoce, seguramente hubiera desembocado en elecciones generales,
justamente como ocurrió en junio de 2016 y como debería haber ocurrido
ahora, porque hoy más que nunca resulta insoslayable preguntar a los
españoles quién quiere que les gobierne y con qué programa.
Mintiendo
y falseando la realidad. Ya el lunes 28, la dirigencia del PNV hizo
saber en Moncloa que la dimisión de Mariano era obligada si el PP
aspiraba a contar con su apoyo en la moción de censura. Pero es que en
la noche del jueves 30, el propio presidente peneuvista, Andoni Ortuzar, se encargó de hacerle saber directamente que su partido apoyaría a Sánchez, “a menos que consigas la abstención del PdeCAT”.
-Pero eso no va a ser posible de ninguna manera.
-Pues entonces lo siento, pero el PNV no puede quedarse como el único partido nacionalista que apoya a Mariano Rajoy.
De
modo que toda la puesta en escena del jueves 31 de Mariano y su claque
fue puro teatro. Se va Mariano al exilio de un bareto en la calle
Alcalá, presto a anegar en alcohol su condición de despedido con una
patada en el tafanario, y llega el bello Pedro dispuesto a hacer
diabluras. Ambos decididos a perpetuar la agonía de un Régimen
moribundo, la vuelta al sistema del turno y sin pasar por las urnas, un
simple cambio de caballo del bipartidismo, porque, amaestrado el más
peligroso de los revolucionarios con casoplón en La Navata, el enemigo a
batir es Albert Rivera y Ciudadanos, la
revolución de un centro derecha liberal no contaminado por la corrupción
y la caspa. Hemos asistido, en efecto, a una moción contra Ciudadanos,
hasta el punto de que este PP en descomposición antes votaría a Sánchez
que a Rivera si menester fuere. Es el gran logro del marianismo: dar el Gobierno a Sánchez, con Podemos y separatas
de adláteres, para evitar que C’s se haga con la mayoría. Una imagen
vale más que mil palabras: la bancada popular aplaudiendo a rabiar a
Sánchez, el hombre que les ha puesto en la puta calle, cuando Sánchez
arremetía contra Rivera.
El miedo al banquillo
Más
que un partido, el PP ha demostrado ser una banda, quizá una secta
dispuesta a inmolarse porque así lo ordena el gran chamán, sin dar
explicaciones a nadie. La prueba es que 48 horas después del tsunami
que ha arramblado con el edificio entero del partido, ni una sola voz
se ha alzado para protestar contra la tropelía. Nadie se atreve a
levantar la voz al sátrapa gallego que ha demostrado ser un tipo tan
ladino como temible, dispuesto a seguir ejerciendo un poder omnímodo
sobre la organización como si de un auténtico capo mafioso se tratara.
El misterio sigue subsistiendo. ¿Por qué no ha dimitido Mariano Rajoy,
ahorrando a los españoles la entrada en un túnel de incertidumbre del
que nadie sabe cómo saldremos? Sólo hay una respuesta: el interés en
seguir aforado por encima de todo, la preocupación por su futuro
judicial, el miedo a acabar en el banquillo. Mariano, sé fuerte. “Te
pido que trates a mi jefe con cariño”, pedía el viernes a sus fans la
señora de la Comunicación. “Que le despidas como merece”. Como se merece
deberían despedirle los españoles de centro derecha: con el mayor de
los desprecios.
Llega Sánchez Pérez-Castejón y su variopinta troupe, esa especie de renovado “Pacto de San Sebastián” de partidos republicanos (“En España no hay republicanos”, que decía Pi y Margall)
dispuestos a hacernos la vida agradable. Me lo dijo un notorio
socialista ya fallecido, catedrático de la UCM, ex vicepresidente del TC
y ex presidente del Consejo de Estado, del que fui vecino: “Es el
personaje más nefasto que ha tenido el PSOE en 135 años de historia”. De
nuevo España en un brete, esa España empeñada en existir contra los
esfuerzos que “una clase política tan inepta” (Bismark)
realiza para cargársela. Pero el PSOE es mucho más que Sánchez. Son
miles de militantes y millones de votantes, muchos españoles que grosso modo
comparten los valores y alientan las aspiraciones de paz, progreso y
libertad que, a derecha e izquierda, orientan la vida de tantas y tantas
familias españolas. En esos votantes y simpatizantes socialistas
debemos confiar a la hora de otorgar a Sánchez el obligado periodo de
gracia, los 100 días que marca el canon democrático, para él y su futuro
Gobierno. No muchos más, porque su obligación es convocar elecciones
generales cuanto antes; sería un escándalo que este irresponsable se
apalancara en la presidencia durante un año o más sin mandato popular
directo para ello. Estaremos vigilantes, con una línea roja claramente
establecida en el respeto a la Constitución, la unidad de España y la
igualdad entre españoles. A verlo vamos.
JESÚS CACHO Vía VOZ PÓPULI
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