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domingo, 3 de junio de 2018

SE VA UN COBARDE; LLEGA UN IRRESPONSABLE

Se va un cobarde; llega un irresponsable


Amadeo de Saboya, duque de Aosta, el primer Rey masón de la historia de España, presentó su renuncia a “gobernar un país tan hondamente perturbado” un 11 de febrero de 1873, poniendo de inmediato pies en polvorosa. Se despidió con una carta a la nación en la que se quejaba amargamente de las luchas entre partidos y de la insoldable fractura social: “Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles”. Amadeo, el gran hallazgo de Prim tras laboriosa búsqueda por las casas reales de la época, regresó a Italia sin haber podido procurar el bien que deseaba a esa “España tan noble como desgraciada”. Más de 145 años después, la mitad de los españoles representados en el Parlamento de la nación acaba de descabalgar por sorpresa a la otra mitad, en dos jornadas de infarto llamadas a tener su reseña, el tiempo dirá si de oro o de lodo, en la Historia de España. Tan educado como Amadeo pero mucho más cobarde, Mariano Rajoy es ya el pasado.


Demostración evidente de que el país, como aquí se ha dicho tantas veces, estaba sin Gobierno, con un Ejecutivo de cartón piedra, de mediocres gestores de lo cotidiano, al mando de un presidente cuyo objetivo, tras renuncia expresa a toda ideología y a cualquier agenda reformista, consistía simplemente en “durar”. El espectáculo protagonizado estos días por Mariano es tan vergonzoso que pasará mucho tiempo antes de que se disipe la sensación de bochorno que hoy sienten millones de españoles. Que el presidente del Gobierno se refugie en un bar durante 8 horas, en una especie de huida hacia ninguna parte producto del pánico –dos botellas de whisky, vino al margen, se trasegaron en el antiguo “Club 31” de Alcalá esquina Independencia-, en lugar de ocupar su escaño en el Congreso como era su obligación, es un episodio que no se había registrado nunca en la historia de un Parlamento no falto de lances abracadabrantes. Por ejemplo, el de un presidente de la Primera República, Estanislao Figueras, que sin previo aviso salió por pies a refugiarse en Francia, víctima de una diarrea provocada por un clima de revuelta social y parlamentaria que creyó podía acabar con él, eso sí, no sin que unos meses antes hubiera gritado en las Cortes su conocido “de aquí saldremos con la República o muertos”.

Nada tan ignominioso como la negativa de Mariano a hacer frente a sus obligaciones y honrar el cargo, con grave desprecio a los votantes del PP, a los cientos de miles de militantes y al país entero. Un lance que ha dado la medida personal y moral del personaje. “Orgulloso de haber sido vuestro presidente”, rezaba el viernes un tuit de este supremo cínico. Su negativa a dimitir, iniciativa que hubiera hecho decaer de inmediato la moción de censura como el propio Sánchez se encargó de recordarle el jueves, ha venido a demostrar lo poco que a este sujeto le importa España y su futuro en la balanza de sus intereses personales. “Rajoy deja el Ejecutivo en manos de un político cuyo único mérito contrastado es una desmedida ambición. Deja el poder al alcance de grupos cuyos intereses están en las antípodas de aquellos que defendemos la mayoría de españoles. En un acto de escapismo tan cobarde como escandaloso, liquida de golpe a su partido y coloca al país en una situación de preocupante fragilidad”, decía el editorial publicado aquí el viernes. Mariano es el Celestino V de la “gran renuncia”, canto tercero del Infierno, Divina Comedia, un clásico de Dante: “Poscia ch'io v'ebbi alcun riconosciuto,/ vidi e conobbi l'ombra di colui/ che fece per viltade il gran rifiuto”, un texto que puede traducirse por “Y tras haber reconocido a algunos, vi y conocí la sombra de aquel que por cobardía hizo la gran renuncia”.

Las fobias personales y los intereses del país


Una renuncia que le hubiera evitado al país las incógnitas de un periodo de inestabilidad cuyas consecuencias son difíciles de prever. Mariano y su gente se han ido al guano y lo han hecho, además, mintiendo, en la mejor tradición del grupo. De repartir la mercancía falsa se encargó el jueves María Dolores de Cospedal: “Sabes que la dimisión de Rajoy sería un gesto absolutamente estéril que no evitaría el Gobierno de Sánchez y que incluso serviría para que pudiera salir por mayoría simple, puesto que nosotros estamos en minoría. Es una cuestión de aritmética parlamentaria”. De los coros y danzas se ocupó Martínez Castro, dizque secretaria de Estado de Comunicación, alertando a su club de fans periodístico: “No compres la chorrada esa de que la dimisión de Mariano evita algo, porque no es así. Nos han echado y nos vamos, pero, con o sin Rajoy, nadie del PP conseguirá en este Parlamento los votos para ser investido/a”. Lo que nadie del PP ha contado es que en la tarde del martes, ante el rumor de una inminente dimisión, la Cospedal salió a cuerpo gentil a desmentir la especie aterrorizada ante la posibilidad de que la sustituta fuera Soraya Sáenz de Santamaría como presidenta en funciones encargada de convocar generales. Hasta aquí han llegado las miserias de un partido corroído por las envidias y dispuesto a anteponer las fobias personales a los intereses del país. Los españoles de centro derecha no deberían olvidarlo nunca.

El argumento es falaz por la simple razón de que una cosa es una moción de censura y otra muy distinta un proceso de investidura. Sánchez se ha convertido en presidente gracias al voto mayoritario contrario a Rajoy, porque en la España de hoy a poner a Rajoy como chupa de dómine se apunta hasta el portero. En una investidura, por el contrario, y después de la obligada intervención del Rey nombrando un candidato a la presidencia tras las consultas con los respectivos líderes, Sánchez hubiera tenido tantas dificultades como Soraya, en su caso, para conseguir los votos necesarios para ser investido después de negociar un programa concreto –cosa que no ha ocurrido con esta moción- con sus pactos y concesiones, en un proceso de varios meses que, además de permitir al Gobierno del PP hacer política, es decir, transar, algo que desconoce, seguramente hubiera desembocado en elecciones generales, justamente como ocurrió en junio de 2016 y como debería haber ocurrido ahora, porque hoy más que nunca resulta insoslayable preguntar a los españoles quién quiere que les gobierne y con qué programa.

Mintiendo y falseando la realidad. Ya el lunes 28, la dirigencia del PNV hizo saber en Moncloa que la dimisión de Mariano era obligada si el PP aspiraba a contar con su apoyo en la moción de censura. Pero es que en la noche del jueves 30, el propio presidente peneuvista, Andoni Ortuzar, se encargó de hacerle saber directamente que su partido apoyaría a Sánchez, “a menos que consigas la abstención del PdeCAT”.
-Pero eso no va a ser posible de ninguna manera.

-Pues entonces lo siento, pero el PNV no puede quedarse como el único partido nacionalista que apoya a Mariano Rajoy.

De modo que toda la puesta en escena del jueves 31 de Mariano y su claque fue puro teatro. Se va Mariano al exilio de un bareto en la calle Alcalá, presto a anegar en alcohol su condición de despedido con una patada en el tafanario, y llega el bello Pedro dispuesto a hacer diabluras. Ambos decididos a perpetuar la agonía de un Régimen moribundo, la vuelta al sistema del turno y sin pasar por las urnas, un simple cambio de caballo del bipartidismo, porque, amaestrado el más peligroso de los revolucionarios con casoplón en La Navata, el enemigo a batir es Albert Rivera y Ciudadanos, la revolución de un centro derecha liberal no contaminado por la corrupción y la caspa. Hemos asistido, en efecto, a una moción contra Ciudadanos, hasta el punto de que este PP en descomposición antes votaría a Sánchez que a Rivera si menester fuere. Es el gran logro del marianismo: dar el Gobierno a Sánchez, con Podemos y separatas de adláteres, para evitar que C’s se haga con la mayoría. Una imagen vale más que mil palabras: la bancada popular aplaudiendo a rabiar a Sánchez, el hombre que les ha puesto en la puta calle, cuando Sánchez arremetía contra Rivera.

El miedo al banquillo


Más que un partido, el PP ha demostrado ser una banda, quizá una secta dispuesta a inmolarse porque así lo ordena el gran chamán, sin dar explicaciones a nadie. La prueba es que 48 horas después del tsunami que ha arramblado con el edificio entero del partido, ni una sola voz se ha alzado para protestar contra la tropelía. Nadie se atreve a levantar la voz al sátrapa gallego que ha demostrado ser un tipo tan ladino como temible, dispuesto a seguir ejerciendo un poder omnímodo sobre la organización como si de un auténtico capo mafioso se tratara. El misterio sigue subsistiendo. ¿Por qué no ha dimitido Mariano Rajoy, ahorrando a los españoles la entrada en un  túnel de incertidumbre del que nadie sabe cómo saldremos? Sólo hay una respuesta: el interés en seguir aforado por encima de todo, la preocupación por su futuro judicial, el miedo a acabar en el banquillo. Mariano, sé fuerte. “Te pido que trates a mi jefe con cariño”, pedía el viernes a sus fans la señora de la Comunicación. “Que le despidas como merece”. Como se merece deberían despedirle los españoles de centro derecha: con el mayor de los desprecios.  

Llega Sánchez Pérez-Castejón y su variopinta troupe, esa especie de renovado “Pacto de San Sebastián” de partidos republicanos (“En España no hay republicanos”, que decía Pi y Margall) dispuestos a hacernos la vida agradable. Me lo dijo un notorio socialista ya fallecido, catedrático de la UCM, ex vicepresidente del TC y ex presidente del Consejo de Estado, del que fui vecino: “Es el personaje más nefasto que ha tenido el PSOE en 135 años de historia”. De nuevo España en un brete, esa España empeñada en existir contra los esfuerzos que “una clase política tan inepta” (Bismark) realiza para cargársela. Pero el PSOE es mucho más que Sánchez. Son miles de militantes y millones de votantes, muchos españoles que grosso modo comparten los valores y alientan las aspiraciones de paz, progreso y libertad que, a derecha e izquierda, orientan la vida de tantas y tantas familias españolas. En esos votantes y simpatizantes socialistas debemos confiar a la hora de otorgar a Sánchez el obligado periodo de gracia, los 100 días que marca el canon democrático, para él y su futuro Gobierno. No muchos más, porque su obligación es convocar elecciones generales cuanto antes; sería un escándalo que este irresponsable se apalancara en la presidencia durante un año o más sin mandato popular directo para ello. Estaremos vigilantes, con una línea roja claramente establecida en el respeto a la Constitución, la unidad de España y la igualdad entre españoles. A verlo vamos.  



                                                                                 JESÚS CACHO   Vía VOZ PÓPULI

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