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viernes, 8 de junio de 2018
EL RESPLANDOR DE 17 CARTELES ELECTORALES
Este Gobierno es en sí mismo un
programa electoral. Sus miembros llevan pintados en la frente los cinco
ejes de la próxima campaña socialista
Los nuevos ministros, acompañados del Rey y del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, posan en la foto de familia. (EFE)
Este será el último Gobierno monocolor que veamos en
España durante bastante tiempo. Las mayorías absolutas se han hecho
inalcanzables, y los experimentos de gobiernos minoritarios impotentes
para todo no dan más de sí. De las próximas elecciones saldrá, al fin,
un Gobierno de coalición sustentado por una mayoría estable.
Lo
que hoy se discute y se disputa ya no se refiere a esta legislatura
herida de muerte, sino a la siguiente: quién encabezará el futuro
Gobierno de coalición y con quién se asociará. José Ignacio Torreblanca, en 'El País', ha condensado el sentido del equipo formado por Sánchez: “Un Gobierno que puede funcionar sin programa de gobierno porque, más que un Gobierno, es un programa electoral”.
Su espectacular alumbramiento se ha rodeado de un aire fundacional y
de unas expectativas de gestión que no se corresponden con lo que la
realidad objetiva autoriza a esperar. Las condiciones de ingobernabilidad siguen ahí, y no desaparecerán por grandes que sean las virtudes profesionales de los miembros del Gobierno.
Más allá del 'glamour', lo cierto es que este es un Gobierno ultraminoritario, sin ningún espacio de consenso con el principal partido de la oposición, y cuyo supuesto aliado preferente está dispuesto —como ayer mismo advirtió Pablo Iglesias—
a convertir su existencia en un calvario. Eso significa que todo lo que
requiere acuerdos amplios —es decir, todo lo trascendente— permanecerá
irremediablemente bloqueado mientras este parlamento no sea sustituido
por otro.
Ambos movimientos responden al 'modus operandi' de Pedro Sánchez:
planificar en silencio, resistir las adversidades, esperar la
oportunidad (casi siempre derivada de algún error grave del adversario)
y, entonces, lanzar un órdago decisivo y sostenerlo hasta las últimas
consecuencias. Pedro siempre reconoce el momento de acelerar; y en la
carrera hacia el precipicio, sabe que el otro vacilará antes que él. Así
ganó dos veces la jefatura del PSOE y así ha conquistado también la presidencia del Gobierno. Aplicará esa misma pauta a la convocatoria electoral.
La
función primordial de este Gobierno no es gobernar productivamente lo
que quede de esta legislatura —sería empeño inútil—, sino ganar la siguiente para su presidente.
Su diseño busca favorecer las condiciones ambientales que permitan a
Sánchez acudir a las elecciones con una garantía razonable de obtener la
'pole position' de la próxima coalición de gobierno.
Por eso me
parecen estériles las especulaciones sobre la duración de la
legislatura. Suceda lo que suceda en España, Sánchez no disolverá el
Parlamento si no dispone de una perspectiva cierta de ser la lista más votada. Pero cuando crea tenerla en la mano, no esperará ni un segundo para disolver, da igual que sea dentro de dos meses o de 15 .
Si los
astros se alinean favorablemente muy pronto, la vida de este Gobierno
rutilante será corta; con el hecho de venir al mundo y mostrarse en la
pasarela habrá cumplido su función. Si no, tocará resistir y esperar que
la oportunidad aparezca o los adversarios la proporcionen, como es su
costumbre.
La segunda función del Gobierno bonito de Sánchez (en afortunada expresión de Ignacio Camacho) es servir como vacuna protectora de las principales debilidades del presidente y de su partido: las que traían de serie y las adquiridas por la naturaleza de los votos que lo eligieron.
Como haber recibido el apoyo de los independentistas alimenta una sospecha sobre Cataluña, ahí están Borrell
y Grande-Marlaska como garantía de que no habrá tentaciones peligrosas.
Como asoma una inquietud sobre el rigor de la política económica, para
despejar dudas se trae nada menos que a la jefa de la policía presupuestaria de Bruselas, más ortodoxa que la mismísima Merkel.
Como los actuales
dirigentes del PSOE y el propio Sánchez padecen un bien ganado
escepticismo social en cuanto a su cualificación para gobernar, la
formación de Gobierno se convierte en una apoteosis curricular,
un 'reality show' de la meritocracia del que queda excluido de saque
cualquiera que no presente al menos dos carreras, tres idiomas y un
montón de másteres —de los de verdad, no como el de Cifuentes—. Por eso
este es el primer Gobierno socialista en el que no hay nada parecido a
un sindicalista: no daría el perfil.
Como los estudios
cualitativos dicen que la marca y sus representantes orgánicos se ven
viejunos y caducos, se importan en el mercado exterior dosis masivas de
modernidad. Y como la sociedad manifiesta una creciente hostilidad hacia
las burocracias partidarias, se presenta una alineación de relumbrón,
llena de fichajes galácticos libres del efecto radiactivo que producen
los aparatos.
Eso explica que la presencia en el Gobierno de la
dirección del PSOE se haya reducido al mínimo imprescindible. Además de
Sánchez, solo hay en la lista tres miembros de su ejecutiva:
Calvo, Ábalos y Valerio. Ningún miembro del comité federal ni del
consejo político federal, los dos órganos que reúnen a prácticamente
toda la clase dirigente socialista. Y únicamente otras dos personas,
Robles y Batet, procedentes de los grupos parlamentarios.
El equipo resultante es una mezcla de unos pocos incondicionales del líder (Roma no paga traidores, Patxi) y de una cuidada selección de tecnócratas progresistas, destinados a provocar el efecto de encantamiento colectivo que estamos presenciando.
No
se pretende amortizar una marca desgastada, sino algo más sofisticado:
rehabilitarla con la contribución prestigiosa de compañeros de viaje
reclutados para la ocasión en los espacios periféricos de la política y
del partido.
Sí, este Gobierno es en sí mismo un programa electoral.
Sus miembros llevan pintados en la frente los cinco ejes de la próxima
campaña socialista: feminismo, Europa, modernidad, unidad de España y
sensibilidad social. Y cada uno de ellos aparece como una contrafigura perfecta de los carbonizados ministros de Mariano Rajoy. Todos los gestos del nuevo Gobierno buscarán resaltar al máximo ese contraste.
Si
cristaliza en una victoria electoral, una excelente campaña de
'marketing' se habrá transformado en una operación política de gran
alcance
Formalmente, Pedro Sánchez ha nombrado a 17
ministros. Materialmente, ha colgado 17 carteles electorales de
impactante resplandor.
¿Es un producto atractivo? Por supuesto, está pensado para ello. ¿Aumenta la competitividad electoral del PSOE? Sin duda, mejora su posición respecto a la que tenía hace dos semanas. Lo veremos en las encuestas que pronto aparecerán.
Si
todo eso cristaliza en una victoria electoral, una excelente campaña de
'marketing' se habrá transformado en una operación política de gran
alcance. Si no, habremos vivido un espejismo. Pero es imposible
predecirlo ahora. Apenas hemos visto el primer episodio de la serie y ya
hay quienes anticipan cuánto durará y cómo terminará; algo que en este
momento no sabe ni el guionista.
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