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martes, 26 de junio de 2018

ELOGIO DE LA COMPASIÓN

La historia de las culturas incluye una tenaz lucha contra la crueldad. Somos una especie peligrosa, porque no solo podemos carecer de compasión, sino disfrutar con el dolor ajeno


Los refugiados en un control de acceso al tren esperan en la frontera entre Croacia y Hungría. (EFE)


La semana pasada asistí a dos actos muy diferentes, aunque profundamente relacionados. El primero fue la presentación en Madrid del informe sobre los CIES (Centros de internamiento de extranjeros), elaborado por Karibu, ONG que ayuda a inmigrantes subsaharianos. El segundo, el homenaje a Fernando Savater, organizado en San Sebastián por Covite (Colectivo de Víctimas del Terrorismo). Savater fue durante mucho tiempo “objetivo prioritario de ETA”, solo por defender la democracia. Las dos situaciones me han impulsado a escribir sobre el peligro de insensibilidad, de falta de humanidad, que nos amenaza a todos. Porque lo que me preocupa no es la falta de compasión de los traficantes de seres humanos, ni de los asesinos, sino la falta de compasión de personas que podemos considerarnos honestas y buenos ciudadanos.

La que se dio en parte de la sociedad vasca durante los años negros, y la que tal vez estemos mostrando todos respecto de la migración. Hay dos posturas aparentemente muy razonables que enturbian la consideración de este problema y por lo tanto su solución. Una dice que no se puede hacer nada, porque no se pueden abrir las fronteras. Otra, en el extremo opuesto, afirma que no es un tema de compasión, sino de justicia. La compasión se ha vuelto un sentimiento despreciable, humillante para quien lo recibe, imperialista. Quienes piensan esto, queriendo favorecer a los que sufren, plantean su situación en un nivel conceptual donde se pueden encontrar subterfugios para transferir la actuación justa a otros agentes. La actuación del gobierno italiano es una muestra.

La insensibilidad es una epidemia que amenaza nuestra especie como la peste

La compasión no es un sustituto fullero de la justicia. Ha sido el gran motor emocional que ha cambiado la idea de justicia. Si ante un barco que llega a nuestras costas intento aplicar criterios jurídicos, los pasajeros se ahogarán. Lo único que puede moverme es la compasión ante seres que sufren. Compadecer es sentirme afectado por el dolor ajeno. Precisamente, para intentar paliar el sufrimiento, que es el gran proyecto cultural de la humanidad, habrá que cambiar las leyes. Pero si nos instalamos en la insensibilidad, si nos atrincheramos en la legislación, no tendremos ningún motivo para hacerlo. Solo la angustia de no saber qué hacer, nos impulsará a buscar una solución.

De la noción abstracta de justicia no se saca nada. Los filósofos del derecho nazi argumentaban muy doctamente sobre el derecho natural de la raza aria a imponer sus ideas. En 1933, un día en que el Consejo de la Sociedad de Naciones se ocupaba de la queja de un judío, Goebbels afirmó: “Somos un Estado soberano y hacemos lo que queremos de nuestros socialistas, de nuestros pacifistas, de nuestros judíos, y no tenemos que soportar control alguno ni de la Humanidad ni de la Sociedad de Naciones”. Basta poner la soberanía como fuente de derechos para poder definir lo justo como quiera.

El dolor ajeno


Desde hace años trabajo en una historia de la evolución cultural de la humanidad, que incluye, por supuesto, la evolución de los sentimientos. De esa información procede mi temor a la insensibilidad. Es una epidemia que amenaza a nuestra especie, como la peste. Ahora, nos escandalizamos ante la esclavitud, aunque sabemos que en algunos países se practica, pero en 1820, el gobernador de Barcelona, una ciudad civilizada y cristiana, pedía información públicamente a sus ciudadanos sobre el número, condición y precio pagado por sus esclavos. En España no se abolió la esclavitud hasta 1886. Es cierto que solo estaba admitida en Cuba, pero Cuba era una provincia española. ¿Eran malvados quienes tenían esclavos? Con toda seguridad no se sentían así. Esa insensibilidad es la que me preocupa. La compasión es tan esencial a nuestra especie que es la única carencia emocional que se denomina “inhumanidad”.


¿Somos suficientemente compasivos con la gente que necesita nuestra ayuda? (EFE)
¿Somos suficientemente compasivos con la gente que necesita nuestra ayuda? (EFE)

La historia de las culturas incluye una tenaz lucha contra la crueldad. Somos una especie peligrosa, porque no solo podemos carecer de compasión, sino disfrutar con el dolor ajeno. Las luchas de gladiadores, los autos de fe, o las ejecuciones en el París revolucionario, eran concurridos espectáculos. Hale, en su historia del Renacimiento cuenta que la tortura se ejecutaba en púbico, y que en 1488, los ciudadanos de Brujas aullaban para que el espectáculo durara más. Johan Huizinga cuenta que los habitantes de Mons “compraron un bandido a un precio muy elevado por el placer de verlo descuartizado, ante lo cual el pueblo disfrutó más que si un nuevo cuerpo santo hubiera surgido del muerto”. Por cierto, en España no se abolió la tortura judicial hasta 1812.

Cuando una persona se reduce a ser miembro de un colectivo, comienza el proceso de deshumanización

¿Eran malvados todos los alemanes que colaboraron con el régimen nazi? ¿Eran perversos los que perpetraron las crueldades de la guerra de los Balcanes? No. Amortiguaron los frenos que impiden que nuestras emociones nos dirijan. La antesala de la crueldad es la deshumanización del otro. “No he matado a una persona. He matado a un empresario”, dijo un asesino etarra. Cuando una persona se reduce a ser miembro de un colectivo, comienza el proceso de deshumanización. Es un gitano, un homosexual, un inmigrante, un negro, un enemigo. Pertenece a otra nación, a otra religión, a otra raza. No es de los nuestros. No siento nada por él. Un ejemplo cercano, la separación de los niños de sus padres, ordenada por el presidente Trump. Los juristas romanos temieron tanto los excesos de la legalidad que inventaron el concepto de 'humanitas' para atemperarla. Uno de los conceptos más nobles que se han creado.

En nombre de esas abstracciones podemos olvidar la compasión. Eso pasó a mucha gente en el País Vasco, y temo que pueda empezar a pasar en Cataluña. Hay azuzadores de la abstracción, de la identidad ideal, de la cultura como ídolo, que olvida que lo único que existe realmente son individuos concretos, vulnerables, que intentan salir a flote como pueden, y que debemos tenernos todos compasión, para así tener fuerzas para luchar por la justicia. Por eso escribo este elogio de una emoción que está en el centro de nuestro proceso de humanización y que está torpemente desprestigiada.


                                                                  JOSÉ ANTONIO MARINA  Vía  EL CONFIDENCIAL

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