Cada
vez nos rodea más la tecnología. Hace algunas décadas hablábamos
“tecnológicamente” cuando teníamos un problema urgente y la persona
estaba lejos. Cogíamos el teléfono, marcábamos unos números, y
transmitíamos la buena o mala noticia urgente a los primos que vivían a
200 kilómetros.
Ese aparato tecnológico ha ido ganando terreno, y ahora no sólo hablamos en momentos puntuales por medio de él; vivimos casi inmersos en él, hablando por teléfono, hablando por Whatsapp, hablando por Facebook o Instagram, hablando por correo electrónico o por las múltiples aplicaciones que tenemos en ese pequeño gran aparato tecnológico.
Nos invade la tecnología en las relaciones humanas, profesionales, familiares. ¿Qué haría un banco un solo día sin esta omnipresente tecnología? ¿Qué haría una empresa, incluso una pequeña tienda o una farmacia de barrio? ¿Qué sería de nosotros si desapareciese la tecnología?
No faltan los que añoran una vida des-tecnologizada. Pero creo que es un sueño demasiado utópico. La tecnología, igual que un cuchillo, no es mala ni buena. Un buen cuchillo es uno de los elementos claves para un buen cocinero, y también un arma blanca común en peleas y homicidios. El cuchillo no es ni bueno ni malo; depende de cómo se lo use. Y lo mismo sucede con la tecnología.
Desde hace varias décadas esa tecnología se ha metido también en un ámbito tan humano y tan personal como las relaciones íntimas y la procreación. La primera persona nacida por fecundación in vitro está a punto de cumplir los cuarenta años, y la variedad tecnológica de los métodos anticonceptivos, contraceptivos y abortivos no hace más que crecer. Esta tecnología invade cada vez más la conducta humana, sustituyéndola y cambiando la procreación por “fabricación en serie”, y siempre que los usuarios-clientes quieran. Con los años cada vez son más evidentes los huecos y problemas de esta “tecnología” a nivel científico, de salud, de respeto a la vida y a la dignidad de la procreación humana.
Surge la pregunta, legítima e interesante: si la tecnología de por sí es neutra, ¿por qué no se puede usar de modo positivo para las personas, en pro de su bien integral? Hace ya tres décadas, el ginecólogo Thomas W. Hilgers y su equipo también lo pensaron, y buscaron un uso de la tecnología bueno y a la vez respetuoso de la dignidad humana. Bautizaron sus estudios e investigaciones como Naprotecnología. Echo mano de su definición oficial.
La Naprotecnología es un abordaje científico para resolver los trastornos reproductivos y ginecológicos de la mujer, que trabaja cooperativamente con el sistema reproductivo buscando identificar las principales causas que afectan la salud femenina y corregir las alteraciones, restaurando su salud y fertilidad. Su estudio se complementa necesariamente con el estudio de la salud reproductiva del varón.
Su desarrollo fue gracias a los esfuerzos y estudios del Dr. Thomas W. Hilgers, distinguido gineco-obstetra en Estados Unidos, quien junto con sus colaboradores lleva más de tres décadas dedicado al estudio del ciclo menstrual y de fertilidad en la mujer.
El fin primario y principal no es la fecundación, la producción de óvulos fecundados cueste lo que cueste, y caiga quien caiga. El entorno más propicio para la procreación humana, más allá de una simple reproducción animal, no se encuentra en un laboratorio, donde se "juguetea", permítaseme la expresión, con óvulos, espermas, controles de calidad, material genético… El mejor ambiente para traer a un niño al mundo son las relaciones íntimas entre un hombre y una mujer. La naprotecnología, además, busca la salud humana integral: a nivel físico, el funcionamiento de ambos aparatos reproductivos, el masculino y el femenino; y a nivel humano, la complementariedad y la relación personal entre marido y mujer.
Se puede encontrar más información de este gran descubrimiento, presente en España pero asociada con médicos y especialistas de Argentina, México, Ecuador, Perú, Paraguay, Alemania, Francia, Portugal, Irlanda e Italia, en la página web de la Asociación Española de Naprotecnología.
JOSÉ F. VAQUERO Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
Ese aparato tecnológico ha ido ganando terreno, y ahora no sólo hablamos en momentos puntuales por medio de él; vivimos casi inmersos en él, hablando por teléfono, hablando por Whatsapp, hablando por Facebook o Instagram, hablando por correo electrónico o por las múltiples aplicaciones que tenemos en ese pequeño gran aparato tecnológico.
Nos invade la tecnología en las relaciones humanas, profesionales, familiares. ¿Qué haría un banco un solo día sin esta omnipresente tecnología? ¿Qué haría una empresa, incluso una pequeña tienda o una farmacia de barrio? ¿Qué sería de nosotros si desapareciese la tecnología?
No faltan los que añoran una vida des-tecnologizada. Pero creo que es un sueño demasiado utópico. La tecnología, igual que un cuchillo, no es mala ni buena. Un buen cuchillo es uno de los elementos claves para un buen cocinero, y también un arma blanca común en peleas y homicidios. El cuchillo no es ni bueno ni malo; depende de cómo se lo use. Y lo mismo sucede con la tecnología.
Desde hace varias décadas esa tecnología se ha metido también en un ámbito tan humano y tan personal como las relaciones íntimas y la procreación. La primera persona nacida por fecundación in vitro está a punto de cumplir los cuarenta años, y la variedad tecnológica de los métodos anticonceptivos, contraceptivos y abortivos no hace más que crecer. Esta tecnología invade cada vez más la conducta humana, sustituyéndola y cambiando la procreación por “fabricación en serie”, y siempre que los usuarios-clientes quieran. Con los años cada vez son más evidentes los huecos y problemas de esta “tecnología” a nivel científico, de salud, de respeto a la vida y a la dignidad de la procreación humana.
Surge la pregunta, legítima e interesante: si la tecnología de por sí es neutra, ¿por qué no se puede usar de modo positivo para las personas, en pro de su bien integral? Hace ya tres décadas, el ginecólogo Thomas W. Hilgers y su equipo también lo pensaron, y buscaron un uso de la tecnología bueno y a la vez respetuoso de la dignidad humana. Bautizaron sus estudios e investigaciones como Naprotecnología. Echo mano de su definición oficial.
La Naprotecnología es un abordaje científico para resolver los trastornos reproductivos y ginecológicos de la mujer, que trabaja cooperativamente con el sistema reproductivo buscando identificar las principales causas que afectan la salud femenina y corregir las alteraciones, restaurando su salud y fertilidad. Su estudio se complementa necesariamente con el estudio de la salud reproductiva del varón.
Su desarrollo fue gracias a los esfuerzos y estudios del Dr. Thomas W. Hilgers, distinguido gineco-obstetra en Estados Unidos, quien junto con sus colaboradores lleva más de tres décadas dedicado al estudio del ciclo menstrual y de fertilidad en la mujer.
El fin primario y principal no es la fecundación, la producción de óvulos fecundados cueste lo que cueste, y caiga quien caiga. El entorno más propicio para la procreación humana, más allá de una simple reproducción animal, no se encuentra en un laboratorio, donde se "juguetea", permítaseme la expresión, con óvulos, espermas, controles de calidad, material genético… El mejor ambiente para traer a un niño al mundo son las relaciones íntimas entre un hombre y una mujer. La naprotecnología, además, busca la salud humana integral: a nivel físico, el funcionamiento de ambos aparatos reproductivos, el masculino y el femenino; y a nivel humano, la complementariedad y la relación personal entre marido y mujer.
Se puede encontrar más información de este gran descubrimiento, presente en España pero asociada con médicos y especialistas de Argentina, México, Ecuador, Perú, Paraguay, Alemania, Francia, Portugal, Irlanda e Italia, en la página web de la Asociación Española de Naprotecnología.
JOSÉ F. VAQUERO Vía RELIGIÓN en LIBERTAD
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