Lo que nos sucede a los católicos es una incristianización,
un concepto que utilizó Charles Péguy para definir la sociedad de su
tiempo, que dejaba de ser cristiana, incluso en su forma de pecar.
Desparecía el sentido de ser cristiano. Conceptualizado así puede
parecer un juicio desmesurado Ojalá lo fuera, pero los hechos concretos,
la realidad que siempre explica la verdad, muestran que no lo es.
Esa incristianización se fundamenta en dos grades corrientes destructoras. Una de ellas es la que hace que entidades cristianas, o que han nacido desde fines cristianos, no quieran ser confundidas, ni acompañar ningún hecho católico.
No se trata de que no se definan como cristianas, esto es perfectamente
normal, ni que no participen en eventos confesionales, esto también
puede serlo. Se trata de que rechazan relacionarse con normalidad en
temas seculares, ni formar parte de actividades donde predomine este
signo. Lo hacen más allá de la prevención que pueda tener una entidad
secular, porque en su origen están marcadas por la etiqueta cristiana,
de la que intentan desprenderse. La razón es la de que así consiguen
lograr mejor sus fines seculares, lo que remite a contribuir a la
marginación del mensaje cristiano. No es la única manifestación.
Otra, y abundante, se da en el plano de la enseñanza escolar y universitaria,
donde ha desaparecido toda referencia cristiana, donde la clase de
religión ha quedado reducida a una cuestión de espiritualidad o
tradición, o de culturas religiosas donde todas pesan lo mismo. La
doctrina social de la Iglesia ha desparecido de demasiadas universidades
católicas, incluso de aquellas que tiene al frente al propio obispo, y
en su lugar se cursan optativas del tipo “Espiritualidad y Acción
Social”, por citar una de las muchas modalidades “creativas”. Más allá
de ello, la antropología cristiana escasea y eso se nota en los estudios
de grados sobre educación, psicología, medicina. En los centros
escolares no es infrecuente que la educación sexual, precisamente por
aquella ignorancia antropológica, se traduzca en la misma irresponsable
educación de los centros públicos, donde el uso del preservativo es el
centro de la formación, en lugar de la educación en la dimensión
afectiva sexual en el marco de una visión integral y finalista de la
persona. De esta manera, lo incristiano se propaga de la mano de los
recursos materiales y personales de las entidades cristiana, de la
propia Iglesia.
Ponen la obra secular antes de la fe en lugar de ponerla al servicio de ella.
El otro gran vector es el de la desunión. Si
debían reconocernos por el amor que nos profesamos estamos listos
porque en la vida cotidiana se multiplica todo lo contrario, o bien se
establece una proclamación de amor que no se traduce en obras. No se
trata ya de pugnas teológicas y de diversas interpretaciones sobre la
misión de la Iglesia. Esto que se da, y no es bueno, ha perdido fuerza
precisamente por la propia debilidad cristiana. Junto con lo que queda
de este tipo de conflictos, que en realidad acompañan a la Iglesia desde
su origen, existen otros, como el que protagonizan determinados grupos católicos atrapados en la autorreferencia de su perfección. Son
tan perfectos que no tienen espacio para aceptar nada de los otros, ni
tan siquiera colaborar en algo común en la vida cotidiana de los
católicos. Una variante es la opuesta, propia de grupos de perfil un tanto sectario,
que siempre persiguen instrumentalizar al servicio de sus fines a otras
asociaciones. Esto que llegó al paroxismo en años recientes está en
parte amortizado, porque los agentes de la instrumentalización son bien
conocidos, pero todavía no ha desaparecido del todo
Y
si la desunión por razones ideológicas de la “izquierda” y “derecha” se
mantiene, pero más desfibrada que en épocas pasadas. Ahora la identidad
ideológica conflictiva se desplaza al ámbito de la identidad territorial y también el de otra identidad, la de naturaleza sexual
cabalgando sobre la ideología de género. Son identidades que reclaman y
consiguen reconocimiento politico especifico, ¡y de qué manera!
fragmentando así la unidad del ser humano. Es todo un relato político
que incluye el feminismo de género, lo gay y transexual, y que tiene
como enemigo la concepción natural basada en la naturaleza del hombre y
la mujer, rebautizadas como “categorías binarias”, para situarlas en el
plano de un convencionalismo ideológico, en lugar de ser constituyentes
de la realidad humana. El varón es percibido desde aquel prisma
ideológico como un enemigo estructural de la mujer, y esta ha de
erigirse como un sujeto portador de derechos políticos y civiles
específicos y distintos, no en aquellas cuestiones que son propias de la
condición femenina, sino en todas las referidas al ser humano, y así
pueden llegar a convocarse referéndums legales sobre cuestiones que
afectan a todos, pero en los que, como el sujeto principal es la mujer,
los hombres no pueden votar, sin que ello produzca escándalo
democrático, como lógicamente si lo produciría el caso opuesto. O las
múltiples identidades LGTBI, también portadoras de derechos propios. La
sociedad se fragmenta así en grupos en conflicto que disputan el poder,
en una burda sustitución de la lucha de clases. Y en demasiadas
ocasiones esta mentalidad se traduce en el seno de la Iglesia
estableciendo juicios de acuerdo con su categoría.
En este caso, la fe
en Jesucristo y la fidelidad a su Iglesia se supedita a la identidad,
tendencia sexual y se persigue instrumentalizar aquella en razón de esta.
El resultado es la confusión, cuando la característica del cristianismo
es su claridad y sencillez, la división, y sobre todo el olvido de que
el primer deber de todo cristiano es proclamar la Buena Nueva.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario