Sánchez necesita a Europa para avalar su proyecto y Europa a España para apuntalar el euro. Por eso, Sánchez ha puesto dos pesos pesados para negociar con Bruselas
El presidente de España, Pedro Sánchez (i), y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en Bruselas. (EFE)
El 'Spain is different' tuvo durante años un cierto aroma casposo. Sin duda, porque siempre se vinculó a la anormalidad del franquismo, que suponía la existencia de un país sin elecciones en medio de un mar de democracias (salvo Portugal). De ahí que cuando en 1960 Fraga
puso en circulación el célebre 'España es diferente', muchos lo tomaron
como una ofensa. Precisamente, porque el anhelo de los españoles era ser como los europeos.
Casi 60 años después de aquel eslogan, paradójicamente, España vuelve a ser diferente. Pero en este caso, justo por lo contrario. Hoy, los españoles son más europeístas que nadie. Hasta el punto de que España debe ser casi el único país donde ninguno de los cuatro grandes partidos cuestiona el euro. En Alemania, incluso, los liberales se han vuelto euroescépticos. Y lo mismo sucede en Holanda, Italia, Grecia o Austria, donde algunas formaciones (hoy minoritarias) han convertido el euro en un espantajo.
Pedro Sánchez ha aprovechado la oportunidad y ha puesto a Europa en el frontispicio de su Gobierno: Borrell —Exteriores— y Calviño —Economía—. Probablemente, por dos razones. En primer lugar, porque es la mejor tarjeta de presentación ante las cancillerías europeas y evitar así la imagen de un Gobierno izquierdista firme aliado de los independentistas, que es la que intentan trasladar algunos medios de comunicación y dirigentes de Partido Popular y de Ciudadanos.
Pero también porque una España muy europeísta —al contrario de lo que le sucede a Italia— puede provocar un sorpaso político respecto del país transalpino. El lugar que no ocupe Italia —a la hora de repartir cargos o fondos comunitarios— lo cubrirá España, lo que explica que el Gobierno Sánchez se haya configurado en la buena dirección. Entre otras cosas, porque cualquier tentación euroescéptica es mal recibida por la opinión pública.
Como ha puesto de manifiesto el Eurobarómetro, los españoles se muestran de manera abrumadora favorables a la moneda única y, en general, a la unión monetaria. También los europeos en general, pero no de manera tan mayoritaria. En concreto, un 82% de españoles son partidarios de la eurozona, frente a un 62% de los europeos. Asimismo, el porcentaje de españoles a favor de la moneda única ha aumentado en 11 puntos porcentuales frente a los resultados de la anterior oleada. Es más, una tercera parte de los europeos está en contra la unión monetaria, más del doble que los españoles.
Más allá del europeísmo, hay otra razón mucho más prosaica para entender los nombramientos de Sánchez (al margen de Cataluña en el caso de Borrell). Los servicios técnicos de la Comisión Europea han cuestionado abiertamente que España pueda cumplir el objetivo de déficit público en 2018 —un 2,2%—, y, de hecho, llegó a sugerir al anterior Gobierno ajustes adicionales que el ministro Montoro siempre negó.
Aunque el presidente Sánchez se ha comprometido a cumplir tanto los Presupuestos Generales del Estado de 2018 como lo pactado con Bruselas, parece obvio que el Gobierno —84 diputados— no está en condiciones de aprobar recortes presupuestarios. Ni el PP ni Ciudadanos le darían este oxígeno político, ni, por supuesto, Podemos los aceptaría. Es por eso que Sánchez necesita el respaldo de Bruselas de la mano de un expresidente del parlamento y de una alta funcionaria con buenos contactos en la capital comunitaria.
Es decir, paradójicamente, Sánchez necesita a Europa. Pero también Europa necesita a Sánchez (en realidad, a España) en unos momentos en que el Gobierno populista de Italia puede generar muchos problemas a la moneda única, como se puso de manifiesto muy recientemente antes de la formación del nuevo Ejecutivo. Y España —con todos sus problemas— es un factor de estabilidad para el euro, toda vez que ninguno de los grandes partidos cuestiona la moneda única.
Y esta es una baza política muy importante a la hora de flexibilizar los objetivos de déficit. Sánchez siempre podrá argumentar que recogió el testigo de Rajoy a mitad de año, y Bruselas —con unas elecciones el año que viene— no está para imponer nada so pena de abrir de nuevo el melón del euro. La conllevanza, que diría Ortega. Máxime cuando —paradójicamente— Calviño, que conoce bien los entresijos presupuestarios de Bruselas, será quien negocie por España el nuevo marco financiero plurianual, por lo que será un hueso duro de roer.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
Casi 60 años después de aquel eslogan, paradójicamente, España vuelve a ser diferente. Pero en este caso, justo por lo contrario. Hoy, los españoles son más europeístas que nadie. Hasta el punto de que España debe ser casi el único país donde ninguno de los cuatro grandes partidos cuestiona el euro. En Alemania, incluso, los liberales se han vuelto euroescépticos. Y lo mismo sucede en Holanda, Italia, Grecia o Austria, donde algunas formaciones (hoy minoritarias) han convertido el euro en un espantajo.
Pedro Sánchez ha aprovechado la oportunidad y ha puesto a Europa en el frontispicio de su Gobierno: Borrell —Exteriores— y Calviño —Economía—. Probablemente, por dos razones. En primer lugar, porque es la mejor tarjeta de presentación ante las cancillerías europeas y evitar así la imagen de un Gobierno izquierdista firme aliado de los independentistas, que es la que intentan trasladar algunos medios de comunicación y dirigentes de Partido Popular y de Ciudadanos.
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Pero también porque una España muy europeísta —al contrario de lo que le sucede a Italia— puede provocar un sorpaso político respecto del país transalpino. El lugar que no ocupe Italia —a la hora de repartir cargos o fondos comunitarios— lo cubrirá España, lo que explica que el Gobierno Sánchez se haya configurado en la buena dirección. Entre otras cosas, porque cualquier tentación euroescéptica es mal recibida por la opinión pública.
Como ha puesto de manifiesto el Eurobarómetro, los españoles se muestran de manera abrumadora favorables a la moneda única y, en general, a la unión monetaria. También los europeos en general, pero no de manera tan mayoritaria. En concreto, un 82% de españoles son partidarios de la eurozona, frente a un 62% de los europeos. Asimismo, el porcentaje de españoles a favor de la moneda única ha aumentado en 11 puntos porcentuales frente a los resultados de la anterior oleada. Es más, una tercera parte de los europeos está en contra la unión monetaria, más del doble que los españoles.
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Ajustes adicionales
Más allá del europeísmo, hay otra razón mucho más prosaica para entender los nombramientos de Sánchez (al margen de Cataluña en el caso de Borrell). Los servicios técnicos de la Comisión Europea han cuestionado abiertamente que España pueda cumplir el objetivo de déficit público en 2018 —un 2,2%—, y, de hecho, llegó a sugerir al anterior Gobierno ajustes adicionales que el ministro Montoro siempre negó.
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Aunque el presidente Sánchez se ha comprometido a cumplir tanto los Presupuestos Generales del Estado de 2018 como lo pactado con Bruselas, parece obvio que el Gobierno —84 diputados— no está en condiciones de aprobar recortes presupuestarios. Ni el PP ni Ciudadanos le darían este oxígeno político, ni, por supuesto, Podemos los aceptaría. Es por eso que Sánchez necesita el respaldo de Bruselas de la mano de un expresidente del parlamento y de una alta funcionaria con buenos contactos en la capital comunitaria.
Es decir, paradójicamente, Sánchez necesita a Europa. Pero también Europa necesita a Sánchez (en realidad, a España) en unos momentos en que el Gobierno populista de Italia puede generar muchos problemas a la moneda única, como se puso de manifiesto muy recientemente antes de la formación del nuevo Ejecutivo. Y España —con todos sus problemas— es un factor de estabilidad para el euro, toda vez que ninguno de los grandes partidos cuestiona la moneda única.
Y esta es una baza política muy importante a la hora de flexibilizar los objetivos de déficit. Sánchez siempre podrá argumentar que recogió el testigo de Rajoy a mitad de año, y Bruselas —con unas elecciones el año que viene— no está para imponer nada so pena de abrir de nuevo el melón del euro. La conllevanza, que diría Ortega. Máxime cuando —paradójicamente— Calviño, que conoce bien los entresijos presupuestarios de Bruselas, será quien negocie por España el nuevo marco financiero plurianual, por lo que será un hueso duro de roer.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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