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miércoles, 6 de junio de 2018
LA ALIANZA DE SANGRE ENTRE SÁNCHEZ Y BRUSELAS
Sánchez necesita a Europa para
avalar su proyecto y Europa a España para apuntalar el euro. Por eso,
Sánchez ha puesto dos pesos pesados para negociar con Bruselas
El presidente de España, Pedro Sánchez (i), y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en Bruselas. (EFE)
El 'Spain is different' tuvo durante años un cierto aroma casposo. Sin duda, porque siempre se vinculó a la anormalidad del franquismo, que suponía la existencia de un país sin elecciones en medio de un mar de democracias (salvo Portugal). De ahí que cuando en 1960 Fraga
puso en circulación el célebre 'España es diferente', muchos lo tomaron
como una ofensa. Precisamente, porque el anhelo de los españoles era ser como los europeos.
Casi
60 años después de aquel eslogan, paradójicamente, España vuelve a ser
diferente. Pero en este caso, justo por lo contrario. Hoy, los españoles
son más europeístas que nadie. Hasta el punto de que España debe ser casi el único país donde ninguno de los cuatro grandes partidos cuestiona el euro. En Alemania, incluso, los liberales
se han vuelto euroescépticos. Y lo mismo sucede en Holanda, Italia,
Grecia o Austria, donde algunas formaciones (hoy minoritarias) han
convertido el euro en un espantajo.
Pedro Sánchez ha aprovechado la oportunidad y ha puesto a Europa en el frontispicio de su Gobierno: Borrell —Exteriores— y Calviño
—Economía—. Probablemente, por dos razones. En primer lugar, porque es
la mejor tarjeta de presentación ante las cancillerías europeas y evitar
así la imagen de un Gobierno izquierdista firme aliado de los independentistas, que es la que intentan trasladar algunos medios de comunicación y dirigentes de Partido Popular y de Ciudadanos.
Pero también porque una España muy europeísta —al contrario de lo que le sucede a Italia— puede provocar un sorpaso político respecto del país transalpino. El lugar que no ocupe Italia —a la hora de repartir cargos o fondos comunitarios—
lo cubrirá España, lo que explica que el Gobierno Sánchez se haya
configurado en la buena dirección. Entre otras cosas, porque cualquier tentación euroescéptica es mal recibida por la opinión pública.
Como ha puesto
de manifiesto el Eurobarómetro, los españoles se muestran de manera
abrumadora favorables a la moneda única y, en general, a la unión
monetaria. También los europeos en general, pero no de manera tan
mayoritaria. En concreto, un 82% de españoles son partidarios de la eurozona, frente a un 62% de los europeos. Asimismo, el porcentaje de españoles a favor de la moneda única
ha aumentado en 11 puntos porcentuales frente a los resultados de la
anterior oleada. Es más, una tercera parte de los europeos está en contra la unión monetaria, más del doble que los españoles.
Más
allá del europeísmo, hay otra razón mucho más prosaica para entender
los nombramientos de Sánchez (al margen de Cataluña en el caso de
Borrell). Los servicios técnicos de la Comisión Europea han cuestionado abiertamente que España pueda cumplir el objetivo de déficit público en 2018 —un 2,2%—, y, de hecho, llegó a sugerir al anterior Gobierno ajustes adicionales que el ministro Montoro siempre negó.
Aunque el
presidente Sánchez se ha comprometido a cumplir tanto los Presupuestos
Generales del Estado de 2018 como lo pactado con Bruselas, parece obvio
que el Gobierno —84 diputados— no está en condiciones de aprobar recortes presupuestarios. Ni el PP ni Ciudadanos le darían este oxígeno político,
ni, por supuesto, Podemos los aceptaría. Es por eso que Sánchez
necesita el respaldo de Bruselas de la mano de un expresidente del
parlamento y de una alta funcionaria con buenos contactos en la capital
comunitaria.
Es decir, paradójicamente, Sánchez necesita a Europa.
Pero también Europa necesita a Sánchez (en realidad, a España) en unos
momentos en que el Gobierno populista
de Italia puede generar muchos problemas a la moneda única, como se
puso de manifiesto muy recientemente antes de la formación del nuevo
Ejecutivo. Y España —con todos sus problemas— es un factor de estabilidad para el euro, toda vez que ninguno de los grandes partidos cuestiona la moneda única.
Y esta es una baza política muy importante a la hora de flexibilizar los objetivos de déficit. Sánchez siempre podrá argumentar que recogió el testigo de Rajoy a mitad de año, y Bruselas —con unas elecciones el año que viene— no está para imponer nada so pena de abrir de nuevo el melón del euro. La conllevanza, que diría Ortega.
Máxime cuando —paradójicamente— Calviño, que conoce bien los entresijos
presupuestarios de Bruselas, será quien negocie por España el nuevo
marco financiero plurianual, por lo que será un hueso duro de roer.
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