El hasta ahora secretario de Difusión del Govern, Antoni Molons
EFE
La república catalana deparaba muchas sonrisas. Una de
ellas, la expropiación de todas las licencias de radio y televisión
nacionales. Todo de buen rollo, claro.
¿Quién controla la pasta que se lleva la Corporación Catalana de Medios de Comunicación?
Es Antoni Molons, imputado por malversación de caudales públicos y desobediencia. Este alto cargo repescado por Quim Torra
fue detenido por la Guardia Civil a instancias del juzgado 13 de
Barcelona por un posible uso de fondos públicos en el 1-O. Fue cesado de
su cargo mediante el 155, pero como ahora vivimos una época de paz,
sosiego y diálogo, vuelve a mandar. Perteneciente al ala convergente
separatista – si es que aún queda alguna que no lo sea – tenía un
cuaderno en su despacho que contenía cosas curiosas. Ignoramos si era de
la marca Moleskine, como el de Jové, número dos de Oriol Junqueras,
a través del cual pudimos conocer de puño y letra del susodicho el plan
para romper la legalidad vigente urdido por Junqueras y Carles Puigdemont.
Demos gracias al orden burocrático de estas personas, aunque tememos
que consignar por escrito según qué asuntos dice más acerca del
sentimiento de impunidad de los afectados que otra cosa. Sentimiento
que, como en el caso de Molons, estaba justificado porque ahí lo tenemos
de nuevo, decidiendo las subvenciones que reciben los medios catalanes.
Aquí nunca pasa nada y, si pasa, se le saluda.
Molons
guardaba en su cuaderno documentos acerca de lo que iba a suceder
instaurada la república catalana, esa que Torra va pregonando como el
súmmum de todas las virtudes democráticas. La Benemérita, una de las
pocas cosas serias que nos quedan, informaba del plan encontrado entre
los papeles de Molons acerca de la supresión de todos, repetimos, todos
los medios de comunicación de ámbito nacional y, por lo tanto,
desafectos al régimen separatista.
El método, que se concreta en documentos con membrete de la Generalitat, era de una simplicidad digna de Goebbels.
Son cartas a los dirigentes de dichos medios en las que se les
comunicaba el nacimiento del nuevo estado catalán para, acto seguido,
anunciarles que sus licencias se daban por expiradas. Se iba a convocar
un concurso para adjudicarlas, pero acorde a la nueva legislación
republicana. Es decir, si deseas continuar, o pasas por el tubo o te
quedas sin licencia.
Puigdemont, que estaba detrás de
esta maniobra, sabía muy bien lo que se hacía. Ponía en un brete a RTVE,
COPE, Atresmedia, Mediaset, Prisa, Unidad Editorial, Vocento y
Movistar. Expropiar a quien no comulga con tus ideas no es nuevo. Lo
hicieron Hitler, Mussolini, las dictaduras marxistas, Franco, en fin,
aquellos para quien la disidencia resulta inaceptable. En la carta se
añadía “Próximamente le informaremos sobre cómo se llevará a cabo el
proceso para otorgar de manera definitiva las pertinentes licencias”,
finalizando con “Para cualquier duda o consulta, no dude en ponerse en
contacto con nosotros”. Me viene a la memoria la advertencia que al
subdirector del Frankfurter Zeitung, Erich Welter, le hiciera el mandamás de la prensa nazi Max Amann, tras cerrarle el periódico. “Lo más simple sería fusilarlos, pero le propongo un cruce entre la competencia periodística del Frankfurter y la solvencia política del Völkischer Beobachter – el diario del NSDAP – así que decida”. O conmigo o nada.
Antes TV3 que todo el resto de competencias
La frase es de Jordi Pujol
y la cito como paradigma de lo que significa para el nacionalismo
poseer medios de comunicación propios, en los que verter la semilla
ideológica de su proyecto. Si controlando a todos los medios públicos
catalanes, amén de los privados, mediante jugosísimas subvenciones e
inserción de publicidad, aún pretendían ir más lejos, barriendo de un
plumazo a aquellos que no están en la noria separatista, imaginen si ese
interés es elevado.
En la totalitaria república
catalana todo sería uniforme, con ese amarillo que invadiría la sociedad
excluyendo cualquier otro color. Vemos ejemplos a diario de ese
pensamiento público pagado entre todos que no quiere que se hable de
según qué cosas, solo de lo suyo. Toni Soler, productor mimado del separatismo, se permitía decir hace poco en TV3 que tanto el rey como Xavier García Albiol
eran unos “residuos”. Y no pasa nada. Claro que habla en un lugar en el
que los Pujol se pasean sacando pecho, de homenaje en homenaje, el
mismo sitio en el que se acaba de destapar el pastel del tres por ciento
donde, presuntamente, en la cima del asunto estaría Artur Mas. Ese mismo territorio en el que se recoloca a la hermana de Pep Guardiola
en el Parlament, después de haber sido “embajadora” de la Generalitat
en Copenhague, o se hace lo propio con la ex consellera fugada Meritxell Serret ante la Unión Europea con un cínico “Es cuestión de proximidad, ella reside allí”.
Es
la Cataluña donde todo es posible para unos pocos, los del lazo
amarillo, los de la casta de los señores, esa Cataluña en la que al ex
PSC y separatista acérrimo Fabián Mohedano se lo coloca como experto “trabajólogo”, signifique lo que signifique, o se nombra a Pau Villoria
para que investigue los efectos del 155, siendo quien dio luz verde a
la privatización de Aigües Ter-Llobregat, la privatización más cara en
la historia catalana, anulada por el Tribunal Superior de Justicia de
Cataluña así como por el Tribunal Supremo. Solo les diré que el por
entonces conseller Lluís Recoder se negó en redondo a firmar aquello.
He
hecho estos someros apuntes para que se entienda de qué va esta manía
de controlar a periodistas y medios. Aquí se habla de esteladas, de
represión policial, de presos políticos o de exiliados y, si no te
acomoda, te vas, porque eres un facha, un españolista, un mal catalán.
Lo peor es que nadie mueve un dedo.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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