Pedro Sánchez ha de ser consciente de que si trata de contentar al
cúmulo de fuerzas que le han apoyado terminará su mandato más temprano
que tarde, y nunca más podrá contar con regresar a la política
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez
David Cabrera
Todo ha pasado para él en un suspiro.
Aturdido por la onda expansiva de su aventurada moción de censura, ha
vivido todos estos días como un torbellino vertiginoso mientras cobra
plena conciencia de lo qué es y lo qué significa estar a los mandos
políticos de España en un momento especialmente convulso y delicado.
Pedro Sánchez Pérez-Castejón
vive hoy su rito iniciático esencial como presidente del Gobierno, que
no es otro que sentarse en la cabecera de la mesa de reunión del Consejo
de Ministros. Ese es, en realidad, el puesto de mando, el lugar en el
que se toman las decisiones que afectan a la vida cotidiana de millones
de ciudadanos. A su derecha, la también sorprendida vicepresidenta Carmen Calvo, y a ambos lados su Gobierno, elegido con marcado sello feminista, para regir los destinos del país. Una apuesta de experiencia y confianza, con Pedro Duque y Màxim Huerta
como elementos mediáticos, encarnada en quienes serán sus vicarios en
el día a día de la política, en ese “hacerse carne” de las aspiraciones
de los programas electorales tras pasar por el tamiz inexorable del
pragmatismo y el análisis de las posibilidades reales de cambio.
En su primera semana como presidente ha recibido un máster en pragmatismo que le alejará de posturas maximalistas y radicales
Nadie teme ahora lo que hace una semana se revelaba como
una inquietante posibilidad: un Ejecutivo de peligrosos izquierdistas
con la revolución por bandera. En sus primeros compases monclovitas el
presidente misacantano ha demostrado saber dónde está y a lo que se
enfrenta. Ha decidido, como D’Ors, hacer los experimentos con gaseosa y
apostar por una alineación de casa, todos del PSOE y algunos
independientes, que transmita tranquilidad a los mercados y, muy
especialmente, a Europa. Sánchez se sabe observado por el mundo
económico y político internacional. Ha recibido buenas palabras de las
instituciones y de los mandatarios de todos los países. Se le han
ofrecido manos tendidas y disposición para la colaboración. Tras hablar
telefónicamente con líderes y actores del tablero internacional conoce
perfectamente sus límites de actuación y las líneasrojas que no puede traspasar.
Si no es un insensato o un estólido, ha de ser plenamente consciente de
que si trata de contentar al cúmulo de fuerzas que le apoyaron en su
moción de censura terminará su mandato más temprano que tarde, y nunca
más podrá contar con regresar a la política. Como lo que
indisimuladamente pretende es durar lo más posible en su actual rol, el
objetivo vital que se ha trazado pasa por concitar acuerdos y apoyos que
le permitan continuar en la Moncloa tras las próximas elecciones generales. Y para ello no puede permitirse ni una sola frivolidad.
En
las próximas semanas tendremos la posibilidad de conocer su plan
concreto de actuación, tras quitarle el “IVA” de las formulaciones
teóricas, y, sobre todo, las medidas que, inevitablemente, van a quedar
aparcadas en el cajón del pragmatismo, como la derogación de la reforma
laboral. Gravitando en torno a Sánchez está la UE, la Administración de
EE.UU., el BCE, las corporaciones bancarias, los empresarios, Francia,
Alemania, la prima de riesgo, el desempleo, y la recuperación económica,
que los ciudadanos tienen presente y notan tras la etapa Rajoy. También
orbitan en torno suyo Podemos, los
nacionalistas insaciables, revolucionarios de salón y todos aquellos que
pretenden atraerle a su terreno en la convicción de que aquí ha ocupado
el poder una extrema izquierda tan improbable como ausente de la
Moncloa.
Nadie teme ahora lo que hace una semana se revelaba como una inquietante posibilidad: un Ejecutivo de peligrosos izquierdistas con la revolución por bandera
Este viernes, Sánchez siente, por primera vez, el peso
del poder y también la soledad de su ejercicio. La reunión del Consejo
de Ministros, es la traslación a la política de la máxima evangélica “por sus obras los conoceréis”.
Tras el nombramiento de sus ministros, ahora le toca adoptar decisiones
sabiendo, como sabe, que cada una de ellas le granjeará,
inexorablemente, simpatías y desafectos. Su drama es que desde el ámbito
PP-Ciudadanos, se azuzará la idea de su supuesto izquierdismo radical Y
del mismo modo, desde el sector de la izquierda podemita y demás
confluencias, se le va a visualizar como todo un traidor a las clases
más desfavorecidas. Al final, gobernar es eso exactamente, enfadar a unos cuantos, desengañar a otros y ser percibido como alguien poco creíble en sus convicciones progresistas. Ese es, justamente, el precio del poder.
La sensación de vértigo, de soledad y de incomprensión que habitará su
vida a partir de hoy mismo, cuando anuncie nombramientos de segundo
nivel y primeras medidas de actuación, al terminar su primera semana
laboral, reunido en torno a los suyos en la sala del Consejo. No está Rajoy
y no tendrá a quién echarle la culpa; ya está sólo él en la difícil
coyuntura de desayunarse cada mañana los sapos correspondientes con el
café con leche. Y tal y como están las cosas, todo parece augurar que el
nuevo presidente, si quiere sobrevivir, se va a convertir en todo un
gourmet a la hora de ingerir bufónidos. Hoy empieza todo, especialmente
una larga carrera electoral para el nuevo presidente y su partido.
Veremos...
ANTONIO SAN JOSÉ Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario