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martes, 5 de junio de 2018
EL PODER DEL ODIO A LA DERECHA
No existe en la política nacional un
catalizador como ese, tan potente, capaz de lograr la organización
fulminante y arrolladora de una moción de censura como la que ha tumbado
a Rajoy
Greenpeace cuelga una pancarta 'de película' contra la política energética del Gobierno de Rajoy. (EFE)
El odio al Partido Popular es el mejor pegamento que
existe en España para conformar mayorías. No existe en la política
nacional un catalizador como ese, tan potente, capaz de lograr la
organización fulminante y arrolladora de una moción de censura como la que ha tumbado a Mariano Rajoy, icono representativo de la derecha en España, como antes lo fue Aznar, y antes Fraga, y en el medio otros más. Acabar con él, “desalojar a la derecha” del poder,
era un objetivo en sí mismo, un fin mayor, por eso es tan creíble lo
que vienen repitiendo con media lengua los dirigentes socialistas de que
el apoyo a la moción de censura se produjo “sin ninguna contraprestación a cambio”.
Es
evidente que alguna cosa se habrá acordado en las negociaciones previas
a la moción de censura, pero no será nada fundamental, esencial, porque
lo prioritario, lo que los ponía a todos en fila, lo que los igualaba por el mismo rasero, era el odio a la derecha. “Mi sí es un no”, dijo Joan Tardà, portavoz de Esquerra Republicana, en la tribuna del Congreso cuando anunciaba su voto favorable a la moción de Pedro Sánchez.
Esa
construcción dialéctica contradictoria, oxímoron de trazo grueso como
todo el verbo de Tardà, explica bien lo ocurrido: lo que movía a todos
los diputados no era la ilusión, ni la confianza en un Gobierno
socialista, sino que el motor principal era el rechazo al Gobierno del Partido Popular.
Todo eso, la confianza o las reformas, viene después, o no viene,
porque existe una urgencia anterior, inaplazable e indiscutible. Y, por
supuesto, no sujeta a revisión posterior. Hasta el salto al vacío está
justificado si con ello se consigue alejar a la derecha, como si se
tratara de integristas religiosos que invocan al diablo.
Lo
que movía a todos los diputados no era la ilusión, ni la confianza en
un Gobierno socialista, sino que el motor principal era el rechazo al
Gobierno del PP
En los 40 años de democracia que llevamos en España, el único aspecto común identificable del panorama político es
este odio a la derecha, que difícilmente se puede reproducir en
cualquier otro país de nuestro entorno. Existe una aversión ambiental y
política que se reproduce en el tiempo, con distintas caras y distintas
siglas. Por esa razón, en el Partido Popular vienen hablando desde hace tiempo de refundación. No son pocos en ese partido los que tienen la sensación de que, para remontar el vuelo de nuevo, tendrían que cambiar las caras y las siglas;
hay incluso quien apunta que no estaría de más cerrar la sede de la
calle Génova y prenderle fuego con todos los enseres dentro que los han
identificado en estos años. Una enorme hoguera de gaviotas
de porexpan y banderolas celestes con las siglas del Partido Popular. Y
sobre esas cenizas, volver a fundar un partido de derecha moderado.
En esa exageración,
que es un sentimiento real en muchos de los dirigentes y militantes del
Partido Popular, se puede apreciar bien la diferencia de la derecha
española con las demás opciones políticas. Los partidos políticos
cambian de liderazgos, pero mantienen los símbolos y las raíces, como el
Partido Comunista, que se ha ido envolviendo en distintas fórmulas
políticas, Izquierda Unida o Podemos, pero siempre ha conservado su
imagen, sus fiestas y sus rancios comités centrales. Cuando alguien
habla de refundación en el Partido Popular —y la propuesta viene dando
tumbos desde hace meses—, a lo que se refiere es a cambiar de liderazgo, de nombre, de logotipo y de sede.
Si
existen las siglas del Partido Popular es porque antes la derecha
española tuvo que quemar y olvidar sus siglas, Alianza Popular
Todo aquello que sea simbólico debe desaparecer; lo contrario que en el resto de partidos.
Con el añadido de que toda refundación de la derecha siempre será
eventual, jamás definitiva. Si existen las siglas del Partido Popular es
porque antes la derecha española tuvo que quemar y olvidar sus siglas,
Alianza Popular, que a su vez también se intentaron camuflar con una
coalición de derecha, Coalición Popular. Ahora, las siglas del PP, así
como sus liderazgos, están tan quemados como lo estuvo Alianza Popular
hace 28 años.
Otra
cosa será pensar si el poder del odio a la derecha que se percibe
nítidamente en la clase política existe también, o en la misma
proporción, entre la sociedad española. Con ciertas dosis de humor, el
siempre recordado Manuel Vázquez Montalbán escribía en
un interesante ensayo de José Antonio Gómez Marín (‘Antología de frases
de la derecha’) que “los españoles estamos especialmente dotados para
saber lo que es de derechas, habida cuenta de que en el territorio
español, antes incluso de que se llamara España, gobernaron las derechas
desde que los primeros renacuajos de derechas iniciaron la evolución”.
Lo
que se refleja en los distintos sondeos del Centro de Investigaciones
Sociológicas es que, cuando se le pide a la gente que se sitúe
ideológicamente, en una escala que va desde el 1, “muy de izquierdas”,
al 10, “muy de derechas”, la mayoría elige la izquierda para definirse. En el sondeo del CIS de enero pasado,
casi el 37% se colocaba en la izquierda, mientras que en el centro se
situaba un 20% y en la derecha, un 25%. Eso, en encuestas en las que,
luego, cuando se pedían opciones de voto, salía ganando el Partido
Popular, lo cual no deja de ser significativo, aunque como vienen
advirtiendo algunos politólogos que “una cosa es la ideología de los
españoles y otra es el comportamiento electoral”.
No
sería imaginable un Gobierno del PP en España que llega al poder
después de una moción de censura como la protagonizada por el PSOE
El peso de la ideología en España es tan importante que merecería la pena estudiar en profundidad si el menor peso aquí de los populismos
—que puede ser, perfectamente, un fenómeno típico de la crisis de las
ideologías— se debe precisamente a ese factor. La cuestión, por el
momento, es que podemos aventurar que la percepción en la sociedad
española de una convulsión política como la que se ha producido tiene
una valoración radicalmente distinta si le afecta a la derecha o a la
izquierda. Dicho de otra forma: no sería imaginable un Gobierno del PP
en España que llega al poder después de una moción de censura como la
protagonizada por el PSOE.
¿Se imaginan la escandalera en la que
andaría envuelto el país, medios de comunicación, artistas,
intelectuales y colectivos sociales de toda índole? Jamás hubiera sido
igual, jamás, y en la diferencia también debe incluirse la percepción
que se tiene en la sociedad. Es decir, que si el odio a la derecha es el
mejor pegamento que existe en la política española, es porque ese fenómeno también se da en la sociedad.
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