El grupo que llegue al poder en el PP debe hacer un cambio drástico,
como si fuera un partido nuevo. Han de ser personas a las que no afecten
los casos de corrupción que van a salir en el calendario inmediato
Mariano Rajoy, en el Comité Ejecutivo del PP.
EFE
Tras cuarenta años de democracia, uno tiene la impresión de que al PP, como al PSOE, le ocurre aquello que decía Lavoisier sobre la materia: ni se crea ni se destruye, solo se transforma.
Los elementos que hundieron al PP de Rajoy fueron, por un lado, la gestión de la respuesta al golpe de Estado, no en su aspecto institucional, sino de enlace con el sentir popular, y, por otro, la avalancha de casos de corrupción.
El goteo de los procesamientos y la persecución de algunos medios,
lógica aunque marcada por una doble vara de medir, dieron la sensación
de que todo el partido era “la mafia”. Nada
de esto resulta nuevo en la renovación periódica de los grandes
partidos europeos, a veces rotos por bolsillos hambrientos y otras por
personajes sin escrúpulos o sencillamente nefastos.
Frente al desgaste del PP apareció el partido de Albert como un mirlo blanco.
El vaso comunicante que se abrió entre el PP y Cs no era tanto de
votantes del centro-derecha -sea eso lo que sea-, como de electores que
casi en ningún caso votarían por opciones de izquierdas. De hecho, Cs no ha hecho más que propaganda,
insistiendo en dos heridas abiertas del PP: el enfrentamiento con los
independentistas y una exagerada virtud política. Y todo ello, claro
está, después de moldear sus palabras y propuestas para llevarse siempre
al elector de sus competidores populares.
Alguien podría pensar como José María Aznar, el primer “jarrón chino” del PP -a Fraga lo colocaron en Galicia-, que la “reconstrucción” del centro-derecha pasa por unir a sus dos versiones
en una casa común. La idea aznarista es repetir el congreso de Sevilla
de 1990, cuando Aznar reunió bajo unas siglas a todos los grupúsculos no
izquierdistas ni nacionalistas sobre las bases de un liderazgo fuerte y
un programa ideológico reconocible. De esta guisa, el aznarismo
refresca su denuncia de que el marianismo tiró por la borda de la tecnocracia todo principio liberal-conservador.
"Cs no es una disidencia de la casa común del centro-derecha, no es el partido popular que debería haber sido, sino una opción política con personalidad propia, acomodaticia, legítimamente oportunista"
La música suena tan bien que esconde lo mala que es la letra. El PP no necesita una reconstrucción porque Cs no es una disidencia de la casa común del centro-derecha,
no es el “partido popular que debería haber sido”, con sus verdaderas
“nuevas generaciones” al frente, sino una opción política con
personalidad propia, acomodaticia, legítimamente oportunista, procedente de la socialdemocracia catalana.
Es
más; Cs tiene una estructura endeble, bien impregnada de la ley de
hierro de las oligarquías, con una agresividad retórica y parlamentaria
que ha levantado ampollas entre los cargos y militantes del PP.
Ese proyecto de reconstrucción ha de leerse más en clave de ajuste de
cuentas con Rajoy que de realidad plausible. El verbo clave e
inteligente es “renovar”.
La renovación no pasa por claudicar una vez más a la pretendida superioridad moral y política de Cs reconociendo que, como ha escrito alguno, son “la salvación”, como si Aznar fuera Palas Atenea, la diosa de ojos de lechuza que guió a Odiseo
en su regreso feliz a Ítaca para echar a todos los ganapanes que
pretendían a Penélope. Los relatos épicos solo se construyen a
posteriori, no como premisa.
La élite de poder, como diría Wright Mills,
que domina el partido desde hace una década y que ha llevado al PP a la
situación trágica que hoy vive, solo puede desaparecer de dos maneras:
voluntariamente o por la fuerza. Un ejemplo de esto último fue cuando
los barones socialistas echaron a Sánchez en octubre de 2016
para impedir que pactara una sesión de investidura con los
independentistas, cosa que ahora ha hecho. No es lo más aconsejable,
sino todo lo contrario: seguir las normas, algo que convierte en
civilizada la lucha por el poder.
La transición en el PP,
la sustitución de una élite por otra, en consecuencia, ha de ser
pausada y transversal; es decir, fundada en el consenso más amplio
posible entre los que se van y los que vienen. La circulación de las élites, en expresión de Pareto,
debe responder a la normalidad democrática, al nuevo reglamento que el
PP se dio en febrero de 2017 para que sus candidatos sean elegidos por
los militantes y luego por sus compromisarios.
"Ese carácter de verdadera y leal oposición, mostrando una alternativa nueva, potente y con identidad será la clave de la renovación, máxime si consideramos que Cs se ha quedado de oposición de la oposición"
Ese consenso entre lo saliente y lo entrante ha de fundarse en otra generación,
con ideas, discurso y tácticas nuevas, más cercanas a la sociedad y al
electorado del centro-derecha. Solo de esa conjunción y de ese respeto a
la naturaleza del partido se puede escapar del caudillismo
aupado por la “democracia interna” que ha tenido lugar en el PSOE y en
Podemos, donde todo se apaña ahora para que no haya “primarias”.
Evitaría también ascender a un líder teleprónter, mero lector de discursos, ducho en retórica, pero sin conocimientos elementales de Derecho Constitucional o Teoría política.
El grupo que llegue al poder en el PP tras el congreso extraordinario debe hacer un cambio drástico, como si fuera un partido nuevo.
Han de ser personas a las que no afecten los casos de corrupción que
van a salir en el calendario inmediato, que estén presentes en todas las
autonomías, no solo en Génova, de cara a las citas electorales de 2019.
Es más; deben tomar la iniciativa en la agenda política nacional, marcar los temas de discusión aprovechando la debilidad del gobierno, y sacar conceptos propios
con los que se debatan dichas cuestiones. No van a tener una ocasión
como la actual en la que el nuevo equipo director del PP pueda tener
tanto protagonismo en la labor opositora a los socialistas y a sus eventuales socios populistas y nacionalistas.
Ese
carácter de verdadera y leal oposición, mostrando una alternativa
nueva, potente y con identidad será la clave de la renovación, máxime si
consideramos que Cs se ha quedado, por mor de las circunstancias que él
mismo ayudó a crear, de oposición de la oposición o de comparsa.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario