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martes, 5 de junio de 2018

UN CONSEJO QUE EL PRÓXIMO GOBIERNO NO SEGUIRÁ

Crear esa vicepresidencia dedicada a aumentar el capital educativo, cultural y social sería una demostración de que España ha comprendido hacia dónde va el mundo


Desde Méndez de Vigo hasta su relevo, en manos de Pedro Sánchez. (EFE)


Hace dos años, escribí un artículo con este mismo título. Reescribirlo indica que tuve razón, lo que es un triste consuelo. Defendía —y sigo defendiendo— que el próximo Gobierno debería tener dos vicepresidencias. Una, encargada de fomentar el “capital económico y tecnológico”, y otra destinada a fomentar el “capital educativo, cultural y social” de nuestro país. Ambas se necesitan mutuamente. Recuerden que 'capital' es el conjunto de recursos acumulados que amplían las posibilidades de acción, de producción o de calidad de vida de una persona o una colectividad.
Recuerden también que la noción de 'capital social', desde que la lanzó Robert Putnam, designa las condiciones necesarias para que las instituciones democráticas funcionen justa y eficientemente.
Crear esa vicepresidencia dedicada a aumentar el 'capital educativo, cultural y social' sería una demostración de que España ha comprendido hacia dónde va el mundo, y quiere estar en vanguardia. Hablamos mucho de la importancia del complejo I+D+i (investigación, desarrollo, innovación), pero no nos damos cuenta de que todos esos elementos dependen de un factor común, al que llamaré X para mantener el suspense. La fórmula definitiva seria X(I+D+i). Es la fórmula de la sociedad del siglo XXI. O la aplicamos, o nos marginamos. La complejidad de los problemas que tenemos exige que la 'innovación' no se dé solo es el campo tecnológico, sino también en el campo social.

El factor X


¿Qué designa la X? El factor personal que hace posible la investigación, el desarrollo y la innovación. Podemos llamarlo educación, formación, aprendizaje, generación de talento, ampliación de la inteligencia. Para investigar, para desarrollarse, para innovar, hace falta capacitación previa. Ninguno de esos fenómenos aparece por generación espontánea.

'La ley universal del aprendizaje', que saca a la educación del estricto ámbito escolar en el que hasta ahora se movía, es implacable


Tal vez por mi profesión docente, prefiero el término 'aprendizaje'. Uno de los últimos libros de Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, se titula 'La creación de la sociedad del aprendizaje'. Su tesis central es que no hay posibilidad de progreso —cívico y económico— si no tenemos poderosos sistemas de creación y transmisión de conocimiento. Daniel Innerarity, que conoce muy bien los nuevos rumbos políticos, ha escrito que “en una sociedad del conocimiento, la gestión de los procesos de aprendizaje es más importante que la administración de los saberes”. La actualidad ha puesto en primer plano la 'ley universal del aprendizaje', que ha estado vigente durante toda la historia de la humanidad. Dice así: “Toda persona, toda institución y toda sociedad, para sobrevivir, necesita aprender al menos a la misma velocidad con que cambia el entorno; y si quiere progresar, ha de hacerlo a más velocidad”. Es una ley implacable, que saca a la educación del estricto ámbito escolar en que hasta ahora se movía. Vivimos tiempos acelerados, que hacen más urgente aprender para no quedar en la cuneta de la historia. España perdió el tren de la industrialización, perdió el tren de la Ilustración, y no puede perder ahora el tren de la sociedad del aprendizaje.

Para conseguirlo, no basta un Ministerio de Educación a la antigua usanza, porque se necesita coordinar políticas muy diversas: educación básica (lo que incluye políticas de apoyo a las familias), formación para el empleo y para el emprendimiento, educación a lo largo de la vida, actualizaciones aceleradas de competencias, fomento de la investigación, transferencia de conocimientos, coordinación del sistema educativo y el sistema productivo, colaboración entre instituciones, fundaciones, iniciativas privadas y públicas, fomento de las ciencias de la prevención, asunción del desembarco masivo de la robótica y de potentes sistemas de inteligencia artificial, etc., etc. Muchos ministerios deben trabajar para crear esta sociedad del aprendizaje. Todos vamos a tener que seguir aprendiendo a lo largo de la vida entera. Por eso, los términos 'educación' y 'formación' se nos quedan estrechos. Gana terreno la idea de que la 'learnability', la capacidad de aprender, es la competencia fundamental para nuestro tiempo. El Gobierno que consiga fomentar la pasión por el aprendizaje, en todos los niveles: en los alumnos, en los docentes, en los empresarios, en los empleados, en los políticos, merecerá el apoyo popular.


La habilidad para adquirir nuevos conocimientos cobra importancia en los ambientes laborales. (iStock)
La habilidad para adquirir nuevos conocimientos cobra importancia en los ambientes laborales. (iStock)



Los dos grandes dominios —educación y economía— mantienen una causalidad circular. El economista de la Universidad de Stanford Eric Hanushek muestra que el 73% de la variación de las tasas de crecimiento económico entre países puede explicarse simplemente a partir de dos variables: nivel inicial de ingresos y nivel intelectual de la población, midiendo este último como debe hacerse, es decir, evaluando el desempeño de los alumnos, no el número de años que pasan en la escuela. Luis Garicano, en el blog 'Nadaesgratis', que les recomiendo, escribía: “El mayor problema al que se enfrenta España no es la deuda, ni el déficit, ni el problema del sector financiero, sino los gravísimos problemas de nuestro sistema educativo (ver aquí y aquí, por ejemplo), que reducirán mucho el crecimiento económico en un país que lo necesita urgentemente". Los trabajos de Hanushek y Woessman calculan que un aumento de 25 puntos PISA se traduciría en un incremento del 3% del PIB. Cinco premios Nobel de Economia recientes —Stiglitz,Thaler, Kahnemann, Deaton y Tirole— han insistido en la importancia de la educación para tomar “buenas decisiones económicas”.

Si me atreviera, denominaría a esa vicepresidencia Ministerio de Invención de Posibilidades

Tenemos muchos problemas que no sabemos solucionar: el problema de las desigualdades, del nacionalismo, de la migración, del respeto a las minorías, de la economía sostenible, del cambio climático, de la violencia doméstica, de la discriminación de la mujer, de la crisis de confianza en los sistemas políticos, del futuro del trabajo. La única solución es que nos dediquemos denodadamente a aprender, para poder solucionarlos. Creo que la idea científica más esperanzadora de los últimos decenios es el descubrimiento de que la evolución humana no se rige solo por los dos factores comúnmente admitidos —mutaciones aleatorias y selección natural—, sino que hay un tercero igualmente poderoso: la capacidad de aprender. En ella se basan la educación, la innovación, el progreso. Necesitamos generar el talento suficiente para resolver nuestros problemas, y de eso se encarga la educación.

Nuestra política tiene un aspecto viejuno, reiterativo, empantanado, porque tiende a cronificar los problemas. Nada hay que rejuvenezca tanto como la pasión de aprender. Es la nueva modernidad, la ultramodernidad, la esperanza, la única oportunidad. La gran tarea de la inteligencia es “descubrir posibilidades en la realidad”. Si me atreviera, denominaría a esa vicepresidencia que reclamo: Ministerio de Invención de Posibilidades.

Supongo que el nuevo Gobierno tampoco me hará caso. Pero, al menos, me queda la tranquilidad de poder decir: “Hice lo que pude”.


                                                                   JOSÉ ANTONIO MARINA  Vía EL CONFIDENCIAL

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