Por primera vez en veinte años no depende del Gobierno chavista
permanecer en el poder. A poco que Estados Unidos mantenga su apoyo
decidido a la oposición es cuestión de tiempo que Maduro caiga
Fotografía cedida por prensa de Miraflores que muestra al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
EFE
Nicolás Maduro
tiene ante sí el mayor desafío de cuantos se ha encontrado en los seis
años que lleva en el poder, al que llegó por designación digital directa
del difunto Hugo Chávez. Han sido seis años de espanto, todo le ha salido mal, y no por causas ajenas, sino por su culpa.
Cuando
accedió a la presidencia tras el último viaje de Chávez a La Habana
-del que ya no regresaría con vida- el régimen hacía aguas por los
cuatro costados. Ya en 2013 Venezuela se encontraba en una situación
económica muy delicada. La inflación y el
desabastecimiento general daban sus primeros avisos. Chávez dejó la
economía venezolana devastada tras trece años de dirigismo soviético,
expropiaciones y corrupción a granel. Todos los indicadores estaban en
rojo aunque el régimen insistía en que nada pasaba, que las dificultades
se debían a una "guerra económica" que la burguesía había declarado a
la revolución.
Maduro pudo haber reconducido
la situación aplicando un severo plan de ajuste y devolviendo la cordura
a la enloquecida política económica de su antecesor, pero no estaba ahí
para eso. Lo habían puesto los hermanos Castro
después de gestionar con calma la sucesión de Chávez durante los meses
que mantuvieron su cadáver en Cuba metido en un frigorífico. La misión
de Maduro era culminar la revolución bolivariana y llevarla a sus
últimas consecuencias.
Eso mismo es lo que tenemos ahora delante de nuestras narices, una revolución socialista
que ha alcanzado la meta. Nada nuevo. A lo largo del último siglo han
sido muchos los países que emprendieron ese camino y en todos los casos
terminó mal. No hay un sólo caso de revolución socialista exitosa, pero,
a pesar de ello, a esta doctrina se la sigue juzgando por sus
intenciones y no por lo que se deriva de la aplicación de su programa.
Si acepta que se celebren elecciones reconocerá que no tiene legitimidad y que su toma de posesión del 10 de enero fue un desafuero. Eso le inhabilita para presentarse
Políticamente la Venezuela que dejó Chávez era ya
una democracia muy deficiente en la que se vulneraban sistemáticamente
los derechos fundamentales de los opositores, y se practicaba de
continuo el fraude electoral en los tres niveles de la administración.
Se perseguía al disidente y se hostigaba a los medios de comunicación
críticos. La ideología del partido gobernante permeaba las instituciones
del Estado, incluido el Ejército, que desde años antes ya había adoptado el lema "Patria, socialismo o muerte".
La cubanización
acelerada de los últimos años no podía sino acabar con la poca
democracia que quedaba y dar paso a la dictadura abierta, que es donde
Venezuela se encuentra ahora. Todas las instituciones a excepción de la
Asamblea Nacional han sido cooptadas por el partido. Esta última fue
desposeída de todas sus competencias y sustituida el año pasado por otra
asamblea afín al presidente. Querían evitar un revocatorio y, sobre
todo, perder las elecciones presidenciales que habrían de celebrarse
este año.
Entre medias, el precio internacional del crudo descendió a aproximadamente la mitad. Pero esa no ha sido la causa de la quiebra
de Venezuela, tal y como repiten incansablemente los terminales
mediáticos del régimen. Venezuela no es el único país que produce
petróleo. Hoy, de hecho, no está ni entre los diez primeros a pesar de
que hace veinte años era el tercer mayor productor de del mundo. Todos
los demás han notado el impacto de la cotización del barril, pero
ninguno se encuentra en bancarrota.
La conexión cubana
De
tres años a esta parte Maduro y los suyos se mantenían sobre una
represión creciente y el apoyo más o menos interesado de potencias
gobernadas por líderes autoritarios -cuando no directamente por
dictadores- como Rusia, China, Irán o Turquía. Este equilibrio precario
es el que se rompió la semana pasada con la proclamación de Juan Guaidó
y su reconocimiento por parte de EEUU y los países del Grupo de Lima.
La Unión Europea ha preferido quedarse sobre el alambre, pero ha puesto
fecha a su ambigüedad. Si en una semana Maduro no da paso a elecciones
libres y transparentes reconocerá a Guaidó y en Miraflores sumarán otro
problema a los muchos que ya les atormentan.
Y
es aquí donde surge el dilema. Si acepta que se celebren elecciones
reconocerá que no tiene legitimidad de origen y que su toma de posesión
del pasado 10 de enero fue un desafuero. Eso le inhabilita para
presentarse. A él y a todo su Gobierno. Algo así no lo hará. Maduro no
se practicará el seppuku por su propia mano. Otra
cosa es que se lo practiquen desde La Habana. Venezuela es un
protectorado cubano. Si las cosas se complican podrían sacrificar a su
peón en Caracas y tratar de colocar a otro. Lo que Díaz-Canel no se puede permitir es perder Venezuela porque el crudo venezolano es vital para la supervivencia del castrismo.
¿Cómo
podrían complicarse las cosas? Si Maduro no permite que se celebren
elecciones convocadas por la Asamblea Nacional Bruselas se unirá a
Washington en el reconocimiento de Guaidó. La capacidad de presión internacional
de tres Estados miembros del Consejo de Seguridad de la ONU es
considerable. Hoy por hoy al régimen de Maduro lo sostienen China y
Rusia. ¿Hasta qué punto Venezuela es estratégico para estas dos
potencias? Hasta un punto relativo.
Habrá que estar atentos a la crisis de confianza abierta entre los altos mandos -engolfados en el narcotráfico y en un sinfín de delitos- y los oficiales de rango inferior
China es acreedor del Gobierno venezolano y lo
que quiere es cobrar lo que les deben, básicamente petróleo que Chávez
comprometió a futuro para obtener liquidez durante su último mandato,
cuando la economía ya había gripado. Para Rusia es aún menos importante.
Venezuela ha sido durante años un buen cliente de armas rusas,
pero desde hace tiempo no tiene con qué pagarlas. El país queda,
además, muy lejos del área de influencia del Kremlin. No creo que estén
dispuestos a arriesgar demasiado por un aliado como Maduro,
especialmente si Donald Trump sabe ser generoso en otros ámbitos que le caen a Putin mucho más cerca.
Pero,
incluso con Rusia y China señalándole en el Consejo de Seguridad,
Maduro podría seguir amarrado al poder mientras controle al ejército y
la policía. Esa es la gran cuestión ahora mismo. Maduro está haciendo lo
posible por mantener a las fuerzas de seguridad del Estado
a su lado. Hay una crisis de confianza entre los altos mandos
-engolfados en el narcotráfico y en un sinfín de delitos- y los
oficiales de rango inferior, pero aún no se ha materializado en nada
tangible. Como siempre sucede en estos casos, todos contienen la
respiración en espera de que un valiente dé el paso y se la juegue.
Con todo, la debilidad
de Maduro se palpa en el ambiente. No ha arrestado a Guaidó ni ha
declarado el estado de sitio. Probablemente es lo que desearía hacer
para poner fin a este asunto cuanto antes, pero en La Habana saben que
ese sería su final. Si a Guaidó le pasa algo el repudio internacional
sería masivo y podría ocasionar una revuelta en la fuerza armada, lo que
desencadenaría el colapso final del régimen.
Claro
que la situación presente no se podrá mantener durante mucho tiempo.
Por primera vez en veinte años no depende del Gobierno chavista
permanecer en el poder. A poco que Estados Unidos preste apoyo decidido a
la oposición, -tanto desde el punto de vista diplomático como
financiero- es cuestión de tiempo que
Maduro caiga. Tiene demasiados enemigos y los pocos amigos que le quedan
son por interés. En el momento en el que ese interés se esfume su San
Martín habrá llegado. Y será motivo de celebración.
FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA Vía VOZ PÓPULI
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