La ley sagrada de la política española es la ley del embudo. La parte ancha para mí, la estrecha para los demás. Por eso el debate político está fatalmente infectado de mentira
Imagen: EC
“No es posible estar a la vez con el sentido común y con los extremismos”.
La frase contiene una grosera contraposición de categorías disímiles. En ciertas circunstancias, la posición extrema podría estar cargada de sentido común, y la más centrada resultar insensata (en aquella histórica semana de mayo de 1940, Churchill sostuvo la postura más extrema dentro del Gabinete británico. A la postre, resultó ser la única juiciosa). En el centro solo está el centro, no necesariamente la verdad ni la virtud.
Lo notable de la frase, aplicada a nuestra realidad, es que podría pertenecer a cualquiera de los actuales líderes políticos, habituados a atribuirse en exclusiva la posición virtuosa del sentido común y a los demás la pecaminosa del extremismo. De hecho, lo hacen varias veces al día.
El PSOE acusa al PP y a Ciudadanos de juntarse en Andalucía con el extremismo de Vox. Casado y Rivera se escandalizan por la coyunda de Sánchez con el populismo izquierdista de Podemos y con los independentistas (¿hay algo más extremista en una democracia que una insurrección institucional?).
En la noche del 2-D, Pablo Iglesias llamó a la movilización antifascista apelando a su peculiar noción del sentido común. A los independentistas les parece de sentido común que se reconozca el derecho a la autodeterminación y consideran un exceso extremista que sus líderes estén en la cárcel acusados de rebelión. Hace nada, el PP y Ciudadanos eran la extrema derecha para la nomenclatura socialista. Cuando ahora lo dicen de Vox, el concepto se les ha quedado vacío.
Sánchez acaba de afirmar que “el PSOE es el único partido leal con la Constitución”. Enormidades como esa se escuchan diariamente, y lo peor es que quienes las dicen parecen más satisfechos que preocupados.
Ninguno resistiría el ejercicio de repetirlo en voz alta mirándose en un espejo. Porque llegado el caso, todos han caído en la tentación de sacrificar lo razonable para encamarse con algún extremismo. Y todos, sin excepción, acusan sistemáticamente a sus adversarios de hacer lo mismo que ellos practican sin rubor.
La ley sagrada de la política española, la única que se cumple a rajatabla, es la ley del embudo. La parte ancha para mí, la estrecha para los demás. Por eso el debate político está fatalmente infectado de mentira.
Se puede recibir con justificada aprensión el hecho de que se forme en Andalucía una mayoría de gobierno que depende de un partido destituyente como Vox. Pero si alguien carece de autoridad moral para ese reproche es Pedro Sánchez, que no solo llegó al poder apoyándose en los destituyentes, sino que ha ligado a ellos su futuro político personal. Y los muy justificados alegatos de PP y Cs contra Sánchez por su pornográfica política de alianzas perderán legitimidad cuando la semana próxima se entreguen al dictado de los 12 diputados de la grada ultrasur andaluza.
Es penoso contemplar cómo los partidos del bloque constitucional dan la prioridad estratégica a derrotarse entre sí antes que a contener la marea nacionalpopulista, que va camino de acabar con la democracia. La imprudencia temeraria con que se proporciona a fuerzas vocacionalmente desestabilizadoras la llave de las instituciones. Una visión miope de cuál es la batalla central de nuestro tiempo, tan cegata como la que condujo a Italia a su desastrosa situación actual o la que permitió que el Reino Unido se precipitara por el abismo del Brexit.
Tiene razón Zarzalejos: los Presupuestos del Estado que hoy aprobará el Gobierno dependerán de 17 diputados cuyo propósito declarado es liquidar el Estado. La próxima semana, la mayor comunidad autónoma de España pasará a depender de 12 diputados que no ocultan su voluntad de acabar con las autonomías. En la media de las encuestas recientes, cerca del 40% de los españoles se dispone a votar a fuerzas cuyos objetivos chocan con la Constitución y con los tratados de la Unión Europea. Y así seguimos, caminando hacia el suicidio mientras parloteamos sobre derechas, izquierdas y centros supuestamente vacantes.
Excesiva polvareda se ha montado con el doble programa del tripartito andaluz. El papel que firmaron PP y Vox es una versión abreviada del que antes suscribieron el PP y Ciudadanos. En su versión literal, no hay en él casi nada inasumible para el partido de Rivera. Quien arda en deseos de tranquilizarse, encontrará en los 31 puntos que pactaron García Egea y Ortega un buen ansiolítico. Aunque más bien es un placebo, porque lo que da miedo en este caso no son los textos, sino los redactores.
Ciudadanos ha montado un sofisticado decorado gestual para hacer ver que no tiene nada que ver con el incómodo invitado sin el que esta cena no se celebraría. Pero por mucha profilaxis que se practique, a partir de ahora habrá que gobernar cada día. Cada vez que un consejero de Ciudadanos quiera sacar adelante algo en el Parlamento andaluz, tendrá que pasar por la ventanilla de Vox, de la misma forma que los ministros de Sánchez se pasan el día mendigando en el Congreso los votos de Podemos y de los independentistas.
Tras la primera euforia, el Gobierno de Moreno Bonilla tendrá que hacer frente a tres desafíos mayúsculos. El primero es llegar a tomar el control efectivo de un gigantesco aparato de poder clientelar diseñado, desde la cúspide hasta la base, para que solo pueda manejarlo el PSOE. El segundo, convivir con el chantaje cotidiano de Vox y con las zancadillas envenenadas que le pondrá el Gobierno de Sánchez. El tercero, lograr que su Gobierno de coalición sea uno y no dos funcionando en paralelo y compitiendo entre sí. Lo que no será nada sencillo ante la inminencia de varias citas electorales en las que los tres socios se disputarán la misma clientela.
Hablando de elecciones. ¿Saben lo que pasaría en Andalucía si en las municipales se diera un resultado parecido al de las autonómicas? Por limitarnos a las capitales de provincias:
La izquierda solo retendría la alcaldía de Cádiz, en manos de Podemos. El PP y Ciudadanos únicamente podrían prescindir de Vox en Granada. En las otras seis capitales, la única mayoría viable sería la del tripartito de derechas, con Vox detentando la llave. Y el PSOE, pese a ser el partido más votado en Andalucía, no gobernaría en ninguna de sus ocho capitales. Una debacle aún mayor que la de 2011.
Sí, en la democracia parlamentaria pueden ganarse gobiernos perdiendo elecciones de forma estrepitosa. Que se lo digan a Sánchez, o ahora a Moreno Bonilla. Pero no siempre compensa. Sobre todo, si sigue funcionando a tope la ley de hierro de la política española, la más tramposa y putrefacta, que es la ley del embudo.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
La frase contiene una grosera contraposición de categorías disímiles. En ciertas circunstancias, la posición extrema podría estar cargada de sentido común, y la más centrada resultar insensata (en aquella histórica semana de mayo de 1940, Churchill sostuvo la postura más extrema dentro del Gabinete británico. A la postre, resultó ser la única juiciosa). En el centro solo está el centro, no necesariamente la verdad ni la virtud.
Lo notable de la frase, aplicada a nuestra realidad, es que podría pertenecer a cualquiera de los actuales líderes políticos, habituados a atribuirse en exclusiva la posición virtuosa del sentido común y a los demás la pecaminosa del extremismo. De hecho, lo hacen varias veces al día.
El PSOE acusa al PP y a Ciudadanos de juntarse en Andalucía con el extremismo de Vox. Casado y Rivera se escandalizan por la coyunda de Sánchez con el populismo izquierdista de Podemos y con los independentistas (¿hay algo más extremista en una democracia que una insurrección institucional?).
Todos, sin excepción, acusan a sus adversarios de hacer lo mismo que ellos practican sin rubor
En la noche del 2-D, Pablo Iglesias llamó a la movilización antifascista apelando a su peculiar noción del sentido común. A los independentistas les parece de sentido común que se reconozca el derecho a la autodeterminación y consideran un exceso extremista que sus líderes estén en la cárcel acusados de rebelión. Hace nada, el PP y Ciudadanos eran la extrema derecha para la nomenclatura socialista. Cuando ahora lo dicen de Vox, el concepto se les ha quedado vacío.
Sánchez acaba de afirmar que “el PSOE es el único partido leal con la Constitución”. Enormidades como esa se escuchan diariamente, y lo peor es que quienes las dicen parecen más satisfechos que preocupados.
Ninguno resistiría el ejercicio de repetirlo en voz alta mirándose en un espejo. Porque llegado el caso, todos han caído en la tentación de sacrificar lo razonable para encamarse con algún extremismo. Y todos, sin excepción, acusan sistemáticamente a sus adversarios de hacer lo mismo que ellos practican sin rubor.
La ley sagrada de la política española, la única que se cumple a rajatabla, es la ley del embudo. La parte ancha para mí, la estrecha para los demás. Por eso el debate político está fatalmente infectado de mentira.
El PP logra el Gobierno de Andalucía rebajando a Vox y en difícil equilibrio con Cs
Se puede recibir con justificada aprensión el hecho de que se forme en Andalucía una mayoría de gobierno que depende de un partido destituyente como Vox. Pero si alguien carece de autoridad moral para ese reproche es Pedro Sánchez, que no solo llegó al poder apoyándose en los destituyentes, sino que ha ligado a ellos su futuro político personal. Y los muy justificados alegatos de PP y Cs contra Sánchez por su pornográfica política de alianzas perderán legitimidad cuando la semana próxima se entreguen al dictado de los 12 diputados de la grada ultrasur andaluza.
Es penoso contemplar cómo los partidos del bloque constitucional dan la prioridad estratégica a derrotarse entre sí antes que a contener la marea nacionalpopulista, que va camino de acabar con la democracia. La imprudencia temeraria con que se proporciona a fuerzas vocacionalmente desestabilizadoras la llave de las instituciones. Una visión miope de cuál es la batalla central de nuestro tiempo, tan cegata como la que condujo a Italia a su desastrosa situación actual o la que permitió que el Reino Unido se precipitara por el abismo del Brexit.
Es
penoso contemplar cómo los partidos del bloque constitucional dan la
prioridad a derrotarse entre sí antes que a contener la marea
nacionalpopulista
Tiene razón Zarzalejos: los Presupuestos del Estado que hoy aprobará el Gobierno dependerán de 17 diputados cuyo propósito declarado es liquidar el Estado. La próxima semana, la mayor comunidad autónoma de España pasará a depender de 12 diputados que no ocultan su voluntad de acabar con las autonomías. En la media de las encuestas recientes, cerca del 40% de los españoles se dispone a votar a fuerzas cuyos objetivos chocan con la Constitución y con los tratados de la Unión Europea. Y así seguimos, caminando hacia el suicidio mientras parloteamos sobre derechas, izquierdas y centros supuestamente vacantes.
Excesiva polvareda se ha montado con el doble programa del tripartito andaluz. El papel que firmaron PP y Vox es una versión abreviada del que antes suscribieron el PP y Ciudadanos. En su versión literal, no hay en él casi nada inasumible para el partido de Rivera. Quien arda en deseos de tranquilizarse, encontrará en los 31 puntos que pactaron García Egea y Ortega un buen ansiolítico. Aunque más bien es un placebo, porque lo que da miedo en este caso no son los textos, sino los redactores.
Ciudadanos ha montado un sofisticado decorado gestual para hacer ver que no tiene nada que ver con el incómodo invitado sin el que esta cena no se celebraría. Pero por mucha profilaxis que se practique, a partir de ahora habrá que gobernar cada día. Cada vez que un consejero de Ciudadanos quiera sacar adelante algo en el Parlamento andaluz, tendrá que pasar por la ventanilla de Vox, de la misma forma que los ministros de Sánchez se pasan el día mendigando en el Congreso los votos de Podemos y de los independentistas.
Cs
ha montado un sofisticado decorado para hacer ver que no tiene nada que
ver con el incómodo invitado sin el que esta cena no se celebraría
Tras la primera euforia, el Gobierno de Moreno Bonilla tendrá que hacer frente a tres desafíos mayúsculos. El primero es llegar a tomar el control efectivo de un gigantesco aparato de poder clientelar diseñado, desde la cúspide hasta la base, para que solo pueda manejarlo el PSOE. El segundo, convivir con el chantaje cotidiano de Vox y con las zancadillas envenenadas que le pondrá el Gobierno de Sánchez. El tercero, lograr que su Gobierno de coalición sea uno y no dos funcionando en paralelo y compitiendo entre sí. Lo que no será nada sencillo ante la inminencia de varias citas electorales en las que los tres socios se disputarán la misma clientela.
Hablando de elecciones. ¿Saben lo que pasaría en Andalucía si en las municipales se diera un resultado parecido al de las autonómicas? Por limitarnos a las capitales de provincias:
La izquierda solo retendría la alcaldía de Cádiz, en manos de Podemos. El PP y Ciudadanos únicamente podrían prescindir de Vox en Granada. En las otras seis capitales, la única mayoría viable sería la del tripartito de derechas, con Vox detentando la llave. Y el PSOE, pese a ser el partido más votado en Andalucía, no gobernaría en ninguna de sus ocho capitales. Una debacle aún mayor que la de 2011.
En la democracia parlamentaria pueden ganarse gobiernos perdiendo elecciones de forma estrepitosa. Pero no siempre compensa
Sí, en la democracia parlamentaria pueden ganarse gobiernos perdiendo elecciones de forma estrepitosa. Que se lo digan a Sánchez, o ahora a Moreno Bonilla. Pero no siempre compensa. Sobre todo, si sigue funcionando a tope la ley de hierro de la política española, la más tramposa y putrefacta, que es la ley del embudo.
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
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