Venezuela, una vez más. Y
no por algo bueno, aunque mucho bueno hay en ese querido país.
Venezuela ha sido noticia esta semana por la farsa de la toma de
posesión de Maduro como presidente, renovando un mandato fraudulento.
No lo ha podido hacer ante el Parlamento, que le ha rechazado por considerarlo un dictador, sino ante una delegación de jueces nombrados por él y plegados a sus intereses.
Ese mismo día, los catorce países latinoamericanos del llamado “grupo de Lima”, rompieron relaciones con Venezuela. En la parodia de toma de posesión estuvieron sólo los de siempre, el grupo llamado “Alba” (Cuba, Nicaragua y Bolivia) y los representantes de Rusia y China. Lo que se dice, puras democracias.
Pero también en este momento tan difícil para ese país ha sido noticia la Iglesia. Los obispos estaban reunidos en asamblea plenaria y su presidente, el arzobispo de Maracaibo, monseñor Azuaje, no tuvo reparo en afirmar que el ejercicio de la presidencia por Maduro es “ilegítimo y moralmente inaceptable”. “Seguir el mismo camino hasta ahora transitado es llevar al despeñadero al pueblo», añadió el prelado.
Monseñor Azuaje recordó que en 2018 fueron asesinadas más de 20.000 personas, que la salud está colapsada, la inflación se cuenta ya en cifras de cuatro dígitos, las cárceles están llenas de presos políticos, la represión a los indígenas es atroz y, para colmo, se espera que a finales del presente año sean ya cinco millones los venezolanos que se han visto obligados a huir de su país.
El prelado también exigió que se devuelvan sus competencias a la Asamblea Nacional, cuya dirección fue confiada electoralmente a la oposición, pero que fue reemplazada por el Gobierno con una Asamblea Nacional Constituyente a todas luces ilegal.
Muchas cosas van muy mal en Venezuela, que se sostienen por el apoyo de países que pretenden pasar por defensores del cristianismo como Rusia. Pero hay algo que va muy bien: la Iglesia católica y en especial su jerarquía. Los obispos de Venezuela son, hoy, un orgullo para la Iglesia entera. Denunciar al dictador como lo hacen ellos, desde dentro, es jugarse el pellejo. Es el amor a Cristo y a su pueblo el que les da fuerza para hacerlo. Casi nadie se fija en ello y por eso quiero destacarlo hoy. Mientras haya hombres como éstos en Venezuela, y no son los únicos, todavía quedará esperanza para este desdichado país.
No lo ha podido hacer ante el Parlamento, que le ha rechazado por considerarlo un dictador, sino ante una delegación de jueces nombrados por él y plegados a sus intereses.
Ese mismo día, los catorce países latinoamericanos del llamado “grupo de Lima”, rompieron relaciones con Venezuela. En la parodia de toma de posesión estuvieron sólo los de siempre, el grupo llamado “Alba” (Cuba, Nicaragua y Bolivia) y los representantes de Rusia y China. Lo que se dice, puras democracias.
Pero también en este momento tan difícil para ese país ha sido noticia la Iglesia. Los obispos estaban reunidos en asamblea plenaria y su presidente, el arzobispo de Maracaibo, monseñor Azuaje, no tuvo reparo en afirmar que el ejercicio de la presidencia por Maduro es “ilegítimo y moralmente inaceptable”. “Seguir el mismo camino hasta ahora transitado es llevar al despeñadero al pueblo», añadió el prelado.
Monseñor Azuaje recordó que en 2018 fueron asesinadas más de 20.000 personas, que la salud está colapsada, la inflación se cuenta ya en cifras de cuatro dígitos, las cárceles están llenas de presos políticos, la represión a los indígenas es atroz y, para colmo, se espera que a finales del presente año sean ya cinco millones los venezolanos que se han visto obligados a huir de su país.
El prelado también exigió que se devuelvan sus competencias a la Asamblea Nacional, cuya dirección fue confiada electoralmente a la oposición, pero que fue reemplazada por el Gobierno con una Asamblea Nacional Constituyente a todas luces ilegal.
Muchas cosas van muy mal en Venezuela, que se sostienen por el apoyo de países que pretenden pasar por defensores del cristianismo como Rusia. Pero hay algo que va muy bien: la Iglesia católica y en especial su jerarquía. Los obispos de Venezuela son, hoy, un orgullo para la Iglesia entera. Denunciar al dictador como lo hacen ellos, desde dentro, es jugarse el pellejo. Es el amor a Cristo y a su pueblo el que les da fuerza para hacerlo. Casi nadie se fija en ello y por eso quiero destacarlo hoy. Mientras haya hombres como éstos en Venezuela, y no son los únicos, todavía quedará esperanza para este desdichado país.
SANTIAGO MARTÍN Vía Católicos ON LINE
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