Apúntense un motivo: el mismo que llevó a Iglesias a prescindir de Errejón, o a Errejón a abandonar Podemos. El mismo que lleva a Sánchez a apurar hasta la última gota de su presidencia
Pintura de John William Waterhouse sobre el mito de Narciso.
Hay una escena de “Política, manual de instrucciones”, el
documental-homenaje que Fernando León de Aranoa dedicó a la irrupción de
Podemos en la política española, en la que Pablo Iglesias e Íñigo
Errejón discuten el contenido del discurso que el primero hará en la
asamblea de Vistalegre I. Iglesias acepta algunas sugerencias hasta que
Errejón le pregunta qué ha preparado como cierre del discurso: “El cielo
no se toma por consenso, sino por asalto", responde Iglesias, citando
una carta de Karl Marx sobre la insurrección de la Comuna de París.
Errejón, siempre atento a cómo construir una mayoría social, le señala
que es una frase más para los de dentro que para los de fuera. Pero
Iglesias se muestra inflexible: “Alguna pista -dice- debemos dejar a los
historiadores”.
Era, recuérdese, octubre de 2014. Iglesias ni siquiera había entrado en el Congreso de los Diputados, pero ya tenía claro que su destino político le sostenía entreabierta la puerta de la Historia. De la Historia con mayúsculas.
No fue la única ocasión en la que Iglesias ha demostrado un sentido mayestático de sí mismo. Cuando Jeremy Corbin ganó las primarias del Partido Laboralista británico, Iglesias escribió un artículo en 'The Guardian' titulado: “¿Por qué todos hablan del Pablo Iglesias británico?”. Y cuando destituyó a Sergio Pascual, entonces número tres de Podemos, a principios de 2016 (seguramente, el epicentro de la crisis interna que ahora azota a Podemos), hizo pública una carta con citas literales de otra, de muchos años antes, en la que Carrillo comunicaba a Jorge Semprún su expulsión del PCE, como advirtió el siempre avizor Ignacio Varela.
Han corrido ríos de tinta sobre la crisis de Podemos. Pero por mucho énfasis que pongamos en las diferencias políticas (la investidura fallida de Pedro Sánchez, la confluencia con IU), ninguna tendrá tanta importancia como los factores personales (algo por otra parte habitual en los enredos políticos, tan vulnerables a las pasiones humanas).
Puede que Íñigo Errejón haya acumulado suficientes motivos de agravio en los últimos años. Pero la realidad es que echó un pulso (soterrado) a Iglesias en Vistalegre 2, que perdió de forma abultada por el voto de las bases (los 'inscritos', según la particular y algo ridícula terminología del universo podemita), que también han ratificado todas las demás decisiones de Iglesias, desde el voto negativo en la investidura de Sánchez hasta la compra del famoso chalé en Galapagar.
Quizás Errejón se sintiese desautorizado no ya solo por Iglesias sino por las bases de Podemos, y tal vez hubiese llegado a la conclusión de que su futuro político estaba necesariamente lejos de la formación morada. Pero las formas de su ruptura revelan que el tamaño de su ombligo es solo comparable al de su mentor y ahora rival político. Anunciar a través de una carta que la plataforma política que ha utilizado en los dos últimos años para lanzar su candidatura a la Comunidad de Madrid ya no le sirve, y hacerlo apenas cuatro meses antes de las elecciones, dejando en la más absoluta intemperie a las siglas que lo encumbraron, denotan un maquiavelismo casi patológico, pero sobre todo una concepcion de la política hiperpersonalista, bonapartista, que considera que las formaciones políticas son cáscaras vacías, y que basta con ponerles al frente un liderazgo carismático (en este caso, el suyo) para convertirlas en verdaderos proyectos políticos. Que además este comportamiento venga de quien se ha hinchado la boca durante años invocando el poder de 'la gente', solo añade sal a las heridas.
¿Es este ataque de egocentrismo patrimonio exclusivo de Podemos? Lamentablemente no. Esta semana desfilan por el Congreso diferentes altos cargos para defender el proyecto de Presupuestos del Gobierno. Para cualquier gobernante, los Presupuestos son el instrumento fundamental de su acción de gobierno. Todas las propuestas, todos los planes de actuación, de transformación de la realidad social, dependen en última instancia de que los Presupuestos vean la luz. Para el actual presidente del Gobierno, en cambio, parecen un incordio en su solitaria carrera por mantenerse en la Moncloa. Es la única interpretación ante el insólito hecho de que en el momento más delicado de la legislatura, Sánchez organice viajes al exterior (Davos, Latinoamérica) casi sin tiempo para hacer escala en España.
Muchos líderes políticos desarrollan una querencia por la acción exterior en la parte final de su mandato. Bill Clinton, por ejemplo, estuvo años fajándose con una mayoría republicana en el Congreso. Hacia el final de su segundo mandato, decidió dedicar sus esfuerzos a conseguir un acuerdo de paz entre Israel y Palestina. Obama libró una lucha titánica para aprobar una reforma sanitaria, otra financiera y una legislación contra el cambio climático. Hacia el final de su presidencia, giró la mirada a Cuba para levantar el embargo sobre la isla. Después de sufrir los sinsabores de la política doméstica, los líderes se refugian en la acción exterior para dar relumbrón a su legado. Porque, en efecto, las cuestiones domésticas son áridas, tortuosas y poco atractivas.
Miremos por ejemplo la huelga de los taxistas, un endiablado sudoku donde se mezclan los vestigios corporativos de un sector protegido, los efectos de un cambio tecnológico acelerado y los nuevos modelos de relaciones laborales. Sánchez debe pensar que menudo lío, así que ha decidido saltar directamente al sillar de Kennedy, sin pasar por las estaciones intermedias. Ha preferido saltarse las piedras en el camino, los problemas domésticos como la suerte de sus Presupuestos, la huelga de los taxistas o la regulación del mercado del alquiler. Sánchez ha preferido convertirse en el Obama de Cuba sin tener que sufrir el calvario del Obama de la reforma sanitaria. En apenas unos meses, ha completado el ciclo que otros dirigentes tardan años en culminar. Aburrido de las dificultades domésticas, Sánchez disfruta como un niño con zapatos nuevos presentándose en Davos como el último líder vivo de la socialdemocracia occidental. Bienvenido sea que un presidente español vaya a Davos, pero se puede ir manteniendo un punto de equilibrio. A día de hoy, Sánchez ejerce más como un expresidente dedicado en exclusiva a los foros internacionales que como un gobernante en ejercicio, encargado de las tareas cotidianas.
Abundan las cábalas sobre por qué el Gobierno alarga una legislatura moribunda, siendo incapaz de armar una mayoría parlamentaria a su alrededor que le permita ejercer ese oficio tan ingrato llamado gobernar. Apúntense un motivo: el mismo que llevó a Iglesias a prescindir de Errejón, o a Errejón a abandonar Podemos. El mismo que lleva a Sánchez a apurar hasta la última gota de su presidencia. Se llama Narciso. Es un hombre. Y es, en realidad, quien está al mando de la política española.
ISIDORO TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
Era, recuérdese, octubre de 2014. Iglesias ni siquiera había entrado en el Congreso de los Diputados, pero ya tenía claro que su destino político le sostenía entreabierta la puerta de la Historia. De la Historia con mayúsculas.
No fue la única ocasión en la que Iglesias ha demostrado un sentido mayestático de sí mismo. Cuando Jeremy Corbin ganó las primarias del Partido Laboralista británico, Iglesias escribió un artículo en 'The Guardian' titulado: “¿Por qué todos hablan del Pablo Iglesias británico?”. Y cuando destituyó a Sergio Pascual, entonces número tres de Podemos, a principios de 2016 (seguramente, el epicentro de la crisis interna que ahora azota a Podemos), hizo pública una carta con citas literales de otra, de muchos años antes, en la que Carrillo comunicaba a Jorge Semprún su expulsión del PCE, como advirtió el siempre avizor Ignacio Varela.
Han corrido ríos de tinta sobre la crisis de Podemos. Pero por mucho énfasis que pongamos en las diferencias políticas (la investidura fallida de Pedro Sánchez, la confluencia con IU), ninguna tendrá tanta importancia como los factores personales (algo por otra parte habitual en los enredos políticos, tan vulnerables a las pasiones humanas).
Iglesias y Montero prohíben que la Guardia Civil tenga garita en su chalé de Galapagar
Puede que Íñigo Errejón haya acumulado suficientes motivos de agravio en los últimos años. Pero la realidad es que echó un pulso (soterrado) a Iglesias en Vistalegre 2, que perdió de forma abultada por el voto de las bases (los 'inscritos', según la particular y algo ridícula terminología del universo podemita), que también han ratificado todas las demás decisiones de Iglesias, desde el voto negativo en la investidura de Sánchez hasta la compra del famoso chalé en Galapagar.
Quizás Errejón se sintiese desautorizado no ya solo por Iglesias sino por las bases de Podemos, y tal vez hubiese llegado a la conclusión de que su futuro político estaba necesariamente lejos de la formación morada. Pero las formas de su ruptura revelan que el tamaño de su ombligo es solo comparable al de su mentor y ahora rival político. Anunciar a través de una carta que la plataforma política que ha utilizado en los dos últimos años para lanzar su candidatura a la Comunidad de Madrid ya no le sirve, y hacerlo apenas cuatro meses antes de las elecciones, dejando en la más absoluta intemperie a las siglas que lo encumbraron, denotan un maquiavelismo casi patológico, pero sobre todo una concepcion de la política hiperpersonalista, bonapartista, que considera que las formaciones políticas son cáscaras vacías, y que basta con ponerles al frente un liderazgo carismático (en este caso, el suyo) para convertirlas en verdaderos proyectos políticos. Que además este comportamiento venga de quien se ha hinchado la boca durante años invocando el poder de 'la gente', solo añade sal a las heridas.
Que además este
comportamiento venga de quien se ha hinchado la boca durante años
invocando el poder de 'la gente', solo añade sal a las heridas
¿Es este ataque de egocentrismo patrimonio exclusivo de Podemos? Lamentablemente no. Esta semana desfilan por el Congreso diferentes altos cargos para defender el proyecto de Presupuestos del Gobierno. Para cualquier gobernante, los Presupuestos son el instrumento fundamental de su acción de gobierno. Todas las propuestas, todos los planes de actuación, de transformación de la realidad social, dependen en última instancia de que los Presupuestos vean la luz. Para el actual presidente del Gobierno, en cambio, parecen un incordio en su solitaria carrera por mantenerse en la Moncloa. Es la única interpretación ante el insólito hecho de que en el momento más delicado de la legislatura, Sánchez organice viajes al exterior (Davos, Latinoamérica) casi sin tiempo para hacer escala en España.
Muchos líderes políticos desarrollan una querencia por la acción exterior en la parte final de su mandato. Bill Clinton, por ejemplo, estuvo años fajándose con una mayoría republicana en el Congreso. Hacia el final de su segundo mandato, decidió dedicar sus esfuerzos a conseguir un acuerdo de paz entre Israel y Palestina. Obama libró una lucha titánica para aprobar una reforma sanitaria, otra financiera y una legislación contra el cambio climático. Hacia el final de su presidencia, giró la mirada a Cuba para levantar el embargo sobre la isla. Después de sufrir los sinsabores de la política doméstica, los líderes se refugian en la acción exterior para dar relumbrón a su legado. Porque, en efecto, las cuestiones domésticas son áridas, tortuosas y poco atractivas.
Podemos encara su semana decisiva con vistas a una refundación y nuevos liderazgos
Miremos por ejemplo la huelga de los taxistas, un endiablado sudoku donde se mezclan los vestigios corporativos de un sector protegido, los efectos de un cambio tecnológico acelerado y los nuevos modelos de relaciones laborales. Sánchez debe pensar que menudo lío, así que ha decidido saltar directamente al sillar de Kennedy, sin pasar por las estaciones intermedias. Ha preferido saltarse las piedras en el camino, los problemas domésticos como la suerte de sus Presupuestos, la huelga de los taxistas o la regulación del mercado del alquiler. Sánchez ha preferido convertirse en el Obama de Cuba sin tener que sufrir el calvario del Obama de la reforma sanitaria. En apenas unos meses, ha completado el ciclo que otros dirigentes tardan años en culminar. Aburrido de las dificultades domésticas, Sánchez disfruta como un niño con zapatos nuevos presentándose en Davos como el último líder vivo de la socialdemocracia occidental. Bienvenido sea que un presidente español vaya a Davos, pero se puede ir manteniendo un punto de equilibrio. A día de hoy, Sánchez ejerce más como un expresidente dedicado en exclusiva a los foros internacionales que como un gobernante en ejercicio, encargado de las tareas cotidianas.
Abundan las cábalas sobre por qué el Gobierno alarga una legislatura moribunda, siendo incapaz de armar una mayoría parlamentaria a su alrededor que le permita ejercer ese oficio tan ingrato llamado gobernar. Apúntense un motivo: el mismo que llevó a Iglesias a prescindir de Errejón, o a Errejón a abandonar Podemos. El mismo que lleva a Sánchez a apurar hasta la última gota de su presidencia. Se llama Narciso. Es un hombre. Y es, en realidad, quien está al mando de la política española.
ISIDORO TAPIA Vía EL CONFIDENCIAL
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