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jueves, 31 de enero de 2019
NARCISO, EL HOMBRE QUE DIRIGE LA POLÍTICA ESPAÑOLA
Apúntense un motivo: el mismo que
llevó a Iglesias a prescindir de Errejón, o a Errejón a abandonar
Podemos. El mismo que lleva a Sánchez a apurar hasta la última gota de
su presidencia
Pintura de John William Waterhouse sobre el mito de Narciso.
Hay una escena de “Política, manual de instrucciones”, el
documental-homenaje que Fernando León de Aranoa dedicó a la irrupción de
Podemos en la política española, en la que Pablo Iglesias e Íñigo
Errejón discuten el contenido del discurso que el primero hará en la
asamblea de Vistalegre I. Iglesias acepta algunas sugerencias hasta que
Errejón le pregunta qué ha preparado como cierre del discurso: “El cielo
no se toma por consenso, sino por asalto", responde Iglesias, citando
una carta de Karl Marx sobre la insurrección de la Comuna de París.
Errejón, siempre atento a cómo construir una mayoría social, le señala
que es una frase más para los de dentro que para los de fuera. Pero
Iglesias se muestra inflexible: “Alguna pista -dice- debemos dejar a los
historiadores”.
Era, recuérdese, octubre de 2014. Iglesias ni siquiera había entrado en el Congreso de los Diputados, pero ya tenía claro que su destino político le sostenía entreabierta la puerta de la Historia. De la Historia con mayúsculas.
No fue la única ocasión en la que Iglesias ha demostrado un sentido mayestático de sí mismo. Cuando Jeremy Corbinganó las primarias del Partido Laboralista británico,
Iglesias escribió un artículo en 'The Guardian' titulado: “¿Por qué
todos hablan del Pablo Iglesias británico?”. Y cuando destituyó a Sergio Pascual,
entonces número tres de Podemos, a principios de 2016 (seguramente, el
epicentro de la crisis interna que ahora azota a Podemos), hizo pública
una carta con citas literales de otra, de muchos años antes, en la que
Carrillo comunicaba a Jorge Semprún su expulsión del PCE, como advirtió el siempre avizor Ignacio Varela.
Han corrido ríos de tinta sobre la crisis de Podemos. Pero por mucho énfasis que pongamos en las diferencias políticas (la investidura fallida de Pedro Sánchez,
la confluencia con IU), ninguna tendrá tanta importancia como los
factores personales (algo por otra parte habitual en los enredos
políticos, tan vulnerables a las pasiones humanas).
Puede que Íñigo Errejón haya
acumulado suficientes motivos de agravio en los últimos años. Pero la
realidad es que echó un pulso (soterrado) a Iglesias en Vistalegre 2,
que perdió de forma abultada por el voto de las bases (los 'inscritos',
según la particular y algo ridícula terminología del universo
podemita), que también han ratificado todas las demás decisiones de
Iglesias, desde el voto negativo en la investidura de Sánchez hasta la compra del famoso chalé en Galapagar.
Quizás
Errejón se sintiese desautorizado no ya solo por Iglesias sino por las
bases de Podemos, y tal vez hubiese llegado a la conclusión de que su
futuro político estaba necesariamente lejos de la formación morada.
Pero las formas de su ruptura revelan que el tamaño de su ombligo es
solo comparable al de su mentor y ahora rival político. Anunciar a
través de una carta que la plataforma política que ha utilizado en los
dos últimos años para lanzar su candidatura a la Comunidad de Madrid ya no le sirve, y hacerlo apenas cuatro meses antes de las elecciones,
dejando en la más absoluta intemperie a las siglas que lo encumbraron,
denotan un maquiavelismo casi patológico, pero sobre todo una concepcion
de la política hiperpersonalista, bonapartista, que considera que las
formaciones políticas son cáscaras vacías, y que basta con ponerles al
frente un liderazgo carismático (en este caso, el suyo) para convertirlas en verdaderos proyectos políticos.
Que además este comportamiento venga de quien se ha hinchado la boca
durante años invocando el poder de 'la gente', solo añade sal a las
heridas.
Que además este
comportamiento venga de quien se ha hinchado la boca durante años
invocando el poder de 'la gente', solo añade sal a las heridas
¿Es este ataque de egocentrismo patrimonio exclusivo de Podemos? Lamentablemente no. Esta semana desfilan por el Congreso diferentes altos cargos para defender el proyecto de Presupuestos del Gobierno.
Para cualquier gobernante, los Presupuestos son el instrumento
fundamental de su acción de gobierno. Todas las propuestas, todos los
planes de actuación, de transformación de la realidad social, dependen
en última instancia de que los Presupuestos vean la luz. Para el actual
presidente del Gobierno, en cambio, parecen un incordio en su solitaria carrera por mantenerse en la Moncloa. Es la única interpretación ante el insólito hecho de que en el momento más delicado de la legislatura, Sánchez organice viajes al exterior (Davos, Latinoamérica) casi sin tiempo para hacer escala en España.
Muchos líderes políticos desarrollan una querencia por la acción exterior en la parte final de su mandato. Bill Clinton,
por ejemplo, estuvo años fajándose con una mayoría republicana en el
Congreso. Hacia el final de su segundo mandato, decidió dedicar sus
esfuerzos a conseguir un acuerdo de paz entre Israel y Palestina.
Obama libró una lucha titánica para aprobar una reforma sanitaria, otra
financiera y una legislación contra el cambio climático. Hacia el final
de su presidencia, giró la mirada a Cuba para levantar el embargo sobre
la isla. Después de sufrir los sinsabores de la política doméstica,
los líderes se refugian en la acción exterior para dar relumbrón a su
legado. Porque, en efecto, las cuestiones domésticas son áridas,
tortuosas y poco atractivas.
Miremos por ejemplo la huelga de los taxistas,
un endiablado sudoku donde se mezclan los vestigios corporativos de un
sector protegido, los efectos de un cambio tecnológico acelerado y los
nuevos modelos de relaciones laborales. Sánchez debe pensar que menudo lío,
así que ha decidido saltar directamente al sillar de Kennedy, sin pasar
por las estaciones intermedias. Ha preferido saltarse las piedras en el
camino, los problemas domésticos como la suerte de sus Presupuestos, la
huelga de los taxistas o la regulación del mercado del alquiler.
Sánchez ha preferido convertirse en el Obama de Cuba sin tener que
sufrir el calvario del Obama de la reforma sanitaria. En apenas unos
meses, ha completado el ciclo que otros dirigentes tardan años en
culminar. Aburrido de las dificultades domésticas, Sánchez disfruta como
un niño con zapatos nuevos presentándose en Davos como el último líder
vivo de la socialdemocracia occidental. Bienvenido sea que un presidente
español vaya a Davos, pero se puede ir manteniendo un punto de
equilibrio. A día de hoy, Sánchez ejerce más como un expresidente dedicado en exclusiva a los foros internacionales que como un gobernante en ejercicio, encargado de las tareas cotidianas.
Abundan
las cábalas sobre por qué el Gobierno alarga una legislatura moribunda,
siendo incapaz de armar una mayoría parlamentaria a su alrededor que le
permita ejercer ese oficio tan ingrato llamado gobernar. Apúntense un
motivo: el mismo que llevó a Iglesias a prescindir de Errejón,
o a Errejón a abandonar Podemos. El mismo que lleva a Sánchez a apurar
hasta la última gota de su presidencia. Se llama Narciso. Es un hombre. Y
es, en realidad, quien está al mando de la política española.
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