Taxistas protestando ayer en Madrid. AFP
La comparecencia llegará cuando se cumplan 11 días de los paros en la capital. A todas luces, se trata de una aparición tardía y responde al malestar político y social fruto de la desquiciada presión que los taxistas están ejerciendo. No estamos ante un arrebato de responsabilidad, sino ante la única salida que le quedaba al ministro dadas las circunstancias. En la jornada de ayer, los taxistas bloquearon la arteria principal de Madrid y rodearon la sede del PP en Génova al grito de "Garrido dimisión", en referencia al presidente de la Comunidad de Madrid; o "somos taxistas, no terroristas". La Policía al fin intervino tras la incomprensible pasividad mostrada hasta el momento por la Delegación del Gobierno. Durante el desalojo de la Castellana, se llevaron 22 taxis al depósito municipal, con sendas multas. Medida más que proporcionada tras una espiral de graves altercados que culminó en el atropello de un taxista por parte de un conductor de VTC y en un ataque a un Uber con una escopeta de perdigones en plena A-3.
El chantaje de los taxistas a la Administración se ha recrudecido desde que la Generalitat de Cataluña cedió a sus absurdas exigencias, haciendo gala del populismo inherente a los jefes independentistas. Y son absurdas porque en la era digital resulta anacrónico que deba contratarse un VTC con una hora de antelación, lo que no ocurre en ningún país. En el extremo opuesto, cabe felicitarse de que empiecen a oírse propuestas que intentan superar el cortoplacismo electoral: el PP contempla la creación de un fondo para modernizar el taxi que se financiaría, entre otras vías, a través de una tasa pagada por los clientes de las empresas de VTC, algo que ya propuso Cabify.
La convivencia entre ambos solo pasa por la liberalización del sector. Y para ello resulta esencial que la actividad se desarrolle en un marco de competencia en el que los profesionales tengan los mismos derechos y cumplan con las mismas obligaciones.
EDITORIAL de EL MUNDO
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