Por otra parte, francés es una palabra polisémica. Es adjetivo, pero también sustantivo. Resulta que en el siglo XVIII se avecindó en Madrid un contingente de prostitutas francesas que se granjearon una justa fama en el foro. Ellas practicaban un lance del amor venal al que las putas españolas, más honradas y decentes, se negaban.
Llamar a alguien el francés resulta equívoco y no me acaba de gustar, aunque también Valls me parece equívoco en sí mismo. Se crece mucho cuando se le compara, claro. Pónganlo ustedes junto a Ada Colau y ya verán. Pero Manuel Valls, como ministro del Interior, se jactaba de haber expulsado de Francia a 5.000 gitanos, o sea, que no acabo yo de ver el asco que le produce Vox por xenófobo. Tiene también un ego que no le cabe en la taleguilla, al retuitear una pieza periodística cuyo titular dice: "Valls traza la estrategia de Ciudadanos en Andalucía", lo que Luis del Pino califica en su cuenta de Twitter de humillante para Cs, y añade: "La mansedumbre con que Ciudadanos lo acepta es más sorprendente aún".
Pero hay ocasiones en que se viene arriba y ofrece la de cal, como en la noche de los premios Nadal. Un don nadie que ganó el premio Pla hizo el planto de rigor por los "presos políticos" y "los exiliados" y aquella noche, entre las autoridades invitadas, sólo Valls parecía dotado del don de la palabra y se levantó interpelándoles a todos, especialmente, a la delegada de Sánchez, Cunillera: "¿Pero es que nadie va a decir nada?" Dijo más cosas y acusó a Mas: "Tú tienes la culpa". Valls fue descalificado por Iceta y la Colau, mientras el premiado Artigau alegó no concerle. ¿Comparado con quién? Me preguntaba antes. El francés es un buen candidato, por insólito, a la Alcaldía de Barcelona.
SANTIAGO GONZÁLEZ Vía EL MUNDO
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