Creen que las calles son suyas. Y cuando otros ejercen su derecho al espacio público, lo agreden. Lo denominan antifascismo
Josep Pla dijo que los
catalanes nos empeñábamos en cantar en coros, siendo todos unos
individualistas. Tenía razón. Cada uno va a la suya y nadie se preocupa
de lo que pase al lado de su casa. ¿Para qué? Es el típico not’emboliquis,
no te líes, con el que se ha perpetuado secularmente la postración
moral e intelectual de mi tierra. Hay, empero, una parte de verdad,
porque cuando uno pretende embolicar-se puede pagarlo caro. Este fin de semana hemos asistido en esos lares a escraches y violencia contra Vox en Blanes, en el barrio barcelonés de Sarriá, en un acto de Mossos constitucionalistas y en Hospitalet por parte de Arran, CUP,
CDR y esos curiosísimos antisistema que jamás actúan contra la familia
Pujol. En Blanes se han cargado un puesto de información, en Hospitalet han asediado un restaurante en el que había gente de Vox comiendo, en la manifestación convocada por Mossos per la Constitució acabaron llegando a las manos. No son los únicos casos ni serán, por desgracia, los últimos.
Bajo la etiqueta de antifascistas
se han sabido cobijar, con el concurso de medios de comunicación y
ciertos políticos, aquellos que son realmente totalitarios, fascistas,
agresivos, los reventadores de actos, los que intentan silenciar
físicamente si llega el caso a quienes no piensan como ellos. Les da lo
mismo hacer pintadas en las que explicitan su deseo de matar que llenar
de mierda el portal de una casa. Tienen chapa de sheriff para actuar –
ya se lo dijo Torra, apretad, apretad – y se han convertido en la
reencarnación de aquellos grupos que, durante la República, iban al
amanecer en búsqueda de quien les estorbaba. Llegan incluso a justificar
sus actos en TV3 como este sábado en el programa Preguntes Freqüents, en el que la portavoz de Arran, Ariadna Roca, decía que no hay que confundir la no violencia con la pasividad, todo ante la mirada impertérrita de su presentadora Cristina Puig y el silencio de la productora El Terrat, por cierto, propiedad de Andreu Buenafuente. Todo muy progre.
Bajo la etiqueta de antifascistas se han sabido cobijar, con el concurso de medios de comunicación y ciertos políticos, aquellos que son realmente totalitarios
La escalada de violencia irá a más, con la complacencia
tácita de partidos y pijo progres. Partirle la nariz con un extintor a
alguien de Vox ni es malo, ni condenable ni siquiera delito. Es un hecho
heroico, porque forma parte de la lucha contra el fascismo. Tócate los
cojones, María Morena. En este país hemos llegado al punto de
relativizar, dependiendo de quien sangra, sí es bueno o malo hacerlo. La
kale borroka catalana dice que conviene ir
limpiando, de ahí que los CDR hayan redactado una lista con las
entidades que consideran fachas. Los objetivos están señalados y solo
hace falta llevar a cabo el acoso y derribo.
¿El conseller Buch no lo impide? Se entiende, son de los suyos; ¿El ministro Marlaska
no lo ataja? Cobardía de un gobierno que está en manos de separatistas,
podemitas y pro etarras. El mundo al revés. Acudir a una manifestación
en favor de los presos etarras está bien visto, pero plantar un punto de
información de un partido legal como Vox, o antes Cs o el PP o incluso el PSC,
es una provocación. Recordemos que los separatistas no son nuevos en
emplear estos métodos de gánster: bofetadas a dos chicas de un stand en
favor de la selección española de fútbol, la señora a la que le
partieron la nariz por retirar lazos amarillos, el policía herido por
estar en una manifestación de Jusapol, por citar solo algunos casos. Cuan pacíficos y sonrientes son estos dignos herederos de las malhadadas SA, a las que Hitler llamaba entre risas sus chicos de las bofetadas.
La escalada de violencia irá a más, con la complacencia tácita de partidos y pijo progres
Que el PSC no exija ilegalizar estas formaciones es muestra de lo bajo que ha caído un partido que cuenta a Ernest Lluch como uno de sus militantes histórico, víctima precisamente de esa violencia que vemos resurgir en Cataluña. Qué vergüenza. Y que estupidez, porque con la rabia no se contemporiza.
MIQUEL GIMÉNEZ Vía VOZ PÓPULI
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