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miércoles, 23 de enero de 2019

PODEMOS: MOVER LA REINA


/JAVIER OLIVARES


La partida es larga y no ha concluido. Viene desde Vistalegre II, cuando se supo que Errejón no era una herramienta, sino un líder. Los anteriores enfrentamientos no tienen importancia. Iglesias los consideró como defectos de realización. Pero seguía viendo a Íñigo como su brazo operativo. Con Vistalegre II todo cambió. Entonces vio Iglesias que se trataba de compartir la dirección. La tensión que padeció en aquel proceso la pudimos adivinar por los gestos de alivio y de entusiasmo tras la votación victoriosa. Sus gestos mostraron la recomposición íntegra de su propia imagen psíquica. Iglesias se unía a un partido que en realidad no había forjado, pero esa unión no se iba a fracturar más. Podríamos buscar metáforas encarnadas de aquella noche simbólica. Las decisiones, más profundas, atraviesan símbolos y metáforas. Constituyen la trama de un destino.

Aquel proceso reveló lo que hay detrás de toda dialéctica entre amo y esclavo. Errejón demostró que no sólo había forjado un partido, sino que podía dirigirlo. Todo lo que hemos visto desde entonces es una partida desigual. Iglesias conduce su estrategia con el reglamento en la mano. Su juego es implacable. Cuando el reglamento no impone suficiente disciplina, él añade un artículo adicional para definirla. Errejón necesita lo que cualquier dirigente, un espacio de libertad y de creatividad. La forma de actuar de Iglesias lo asfixiaba poco a poco; Errejón buscaba aire mientras veía subir el nivel del agua, cuerpo arriba.

Que Errejón va a la Ser, un enfado. Que da una rueda de prensa, otra bronca. Que se presenta en la Sexta sin el permiso del superior, más problemas. Que va a la Fundación La Caixa a debatir con la vicepresidenta, tensiones sin número. Así Errejón tiene que luchar cada vez más por llegar a la ciudadanía, desarrollar sus puntos de vista, mantenerse en contacto con la vida pública. Pues si Errejón no va a la Ser, ni a la Sexta, ni habla en la Fundación La Caixa, en unos meses nadie se acordará de él. Es una lógica diseñada para producir cansancio y erosionar toda política. Errejón, sin embargo, ha aguantado la presión y ha mantenido una línea argumental coherente. Su gesto de unirse a Carmena no es sino un acto más esa línea política.

La partida tenía como objetivo que Errejón no tuviera fuerzas para iniciar ningún movimiento. Ese era el estado en el que deseaban verlo, más propio de un burócrata que de un líder. Tampoco querían retirar su candidatura. Todos sabían que era la mejor opción electoral. Pero deseaban dejarlo reducido a un alfil, incapaz de generar jugada propia. En ese estado, le harían una lista electoral con gente ajena. En el caso de que fuera necesario para formar Gobierno en Madrid, no aportaría su gente, tiempo atrás desmovilizada, defenestrada. Así cumpliría el ultimo servicio al Partido: como el Cid, ganaría una batalla después de muerto.

Esa era la estrategia, y Errejón parecía cogido en la red. Por supuesto que era una estrategia peligrosa para Iglesias. La serie temporal en la que se iban a producir los acontecimientos no le favorecía. Imaginemos que Errejón obtiene buenos resultados en las autonómicas e Iglesias alcanza peores resultados en las generales. ¿No sería la mejor demostración de que el verdadero líder hacia la ciudadanía era Errejón? En realidad, Iglesias está preocupado porque su aceptación entre la población española es reducida. Tiene un porcentaje alto de incondicionales, pero un techo de acero que no lo deja crecer. Por eso, hablar a los convencidos sólo es relevante para mantener el poder interno. ¿Pero cuánto tiempo soporta un partido ver limitado su crecimiento por fidelidad a una dirección que sólo tiene que ganar ya la batalla interna? La respuesta es fácil: si está dominado por los incondicionales, todo el tiempo del mundo. Miren lo que pasa en Andalucía con el PSOE.

Para la actual dirección de Podemos era importante que un hipotético éxito en Madrid de Errejón no tuviera repercusiones en la batalla interna. La única salida era que Errejón, solo, estuviera rodeado por gente de suprema confianza de la dirección. Así se aprovechó el pacto con IU nacional para cerrar la lista de Errejón con personas impuestas. Esta medida sólo es a aceptable si el cabeza de la candidatura se resigna a no tener criterio político, a no disponer de poderes directivos, a ser una cara atractiva en el cartel. Iglesias debe comprender que Errejón no puede resignarse a eso. Y debe comprenderlo porque él sabe que eso jamás lo haría un político con criterio. Él no lo haría. Y sabe que no puede pedir a Íñigo que lo haga.

Para escapar a este juego, Errejón sólo tenía dos bazas: primero resistir retirado a la punta del tablero. Luego, lo que sabe todo jugador desesperado: recurrir a la reina. Sólo un despistado puede decir que la última jugada de Errejón le ha sorprendido. Recurrir a la reina es previsible como última jugada. Ella es libertad y garantía de esa libertad sin la que ningún político digno puede vivir. Lo que no tiene sentido es elegir a un candidato para la plaza en la que se juega el destino de España y querer maniatarlo. Esa concepción de la política no es comprensible. Errejón, al reclamar autonomía como candidato de Podemos que es, no hace sino tomarse en serio a sí mismo y a los electores.
Todo se precipitó cuando los cinco concejales del Ayuntamiento de Madrid, con Rita Maestre a la cabeza, fueron retirados de la lista que Podemos deseaba imponer a Carmena. Ellos respondieron yéndose con Carmena. La forma en que la dirección de Podemos se comportó en este paso fue vista por algunos como una derrota interna. Podemos no presentaría lista alternativa a Madrid. De repente, los hombres de Espinar perdían un espacio y el partido no hacía nada por recuperarlo. Pero cuando Errejón repitió la jugada, todo cambió. Que iba a ser diferente quedó claro con el ya famoso "Con todo respeto, Íñigo no es como Carmena". Pero no es verdad. Con las diferencias que se quieran, Íñigo es como Carmena, porque Carmena ha decidido ir con Íñigo. Lo que un observador atento no entiende es por qué se tratan estos dos casos como diferentes, si los dos tienen el mismo formato y aspiración: impedir la continuidad de un Gobierno madrileño asfixiado por una historia de corrupción.

La única diferencia es esta: se teme que un éxito de Errejón en Madrid afecte a la batalla política interna. Sin embargo, esa batalla no es necesaria si se impone un sentido más flexible, plural y moderno de partido. Errejón no quiere poder interno, sino libertad para hacer su trabajo de candidato. Y lo ha exigido en el momento justo y oportuno: cuando comienza la precampaña. De ahí su lógica decisión de abandonar el escaño. Iglesias debe darle esa libertad, también para asegurar un buen resultado de Podemos en las generales inminentes. Se habla mucho de una amistad trágica entre estos dos hombres que ya forman parte de la historia de la democracia española. Se dice que es una batalla de egos. Sólo un pueblo con dificultades para entender la política puede dejarse llevar por esta valoración. Asistimos a una diferencia política que aquí alcanza la seriedad debida, por cuanto exige poner entre paréntesis la sagrada amistad para entregarse a la cosa misma. Es trágica no por una batalla de egos, sino porque la política es objetividad y cada uno comprende, del modo más lúcido, que esa lógica férrea rige una jugada en la que ellos, por defender sus ideas, se ven tan coaccionados como una figura de ajedrez, incluso para los sacrificios.

No debemos trivializar esta tragedia, sino respetarla. Si hay una palabra que sobra aquí es traición. Dos personas de indudable valía se dejan trozos de piel y de corazón ante nosotros y lo han hecho de forma transparente, porque tienen dos ideas políticas diferentes. Es bastante trivial que yo exprese mi simpatía objetiva por la idea de Errejón. Frente a las voces que exclaman por ahí que están dando un espectáculo nefasto, yo afirmo que juegan la lógica de la política con seriedad, fidelidad y profundidad. La política no es un juego fácil y quien crea eso debe huir de ella. Porque las ideas imponen un duro espíritu de las obligaciones.


                                                                                  JOSÉ LUIS VILLACAÑAS* Vía EL MUNDO

*José Luis Villacañas es catedrático de Filosofía y autor de El lento aprendizaje de Podemos.

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