/GOGO LOBATO /EL MUNDO
Andalucía ha funcionado así como laboratorio de nuevas alianzas pero también como escaparate de discrepancias obvias: se desbloquea la investidura de Juan Manuel Moreno, que ha exhibido un talante encomiable en todo el proceso, pero PP y Cs deberán seguir practicando el pacto parlamentario para gobernar. A la fluidez constatada entre PP y Cs, que cerraron con relativa rapidez un buen programa de gobierno de 90 medidas guiadas por la regeneración democrática, le siguieron las hostilidades pronto declaradas entre Albert Rivera y Santiago Abascal. El partido de derecha populista ha perdido el órdago que incomprensiblemente lanzó la misma víspera de la firma del acuerdo y que hizo pivotar sobre exigencias inasumibles como la derogación de la ley contra la violencia de género o la retirada de la cobertura legislativa al colectivo LGTBI. Semejantes planteamientos de máximos fueron rechazados de plano por PP y Cs, y Vox ha tardado un solo día en aparcarlos a cambio de negociar con el PP puntos más coincidentes con el espíritu del acuerdo entre Moreno y Marín. Es una buena noticia el estreno de Vox en la sensatez del consenso que, en aplicación de una agresiva retórica trumpista, venían reprochando a los demás.
El equipo de Pablo Casado se ha movido con habilidad entre las líneas rojas marcadas por Rivera y la necesidad de atraerse los votos de Vox sin traicionarlas. La negativa de los centristas a sentarse con la derecha dura complicaba el reto, finalmente resuelto con razonable éxito. Todos han ganado más de lo que han perdido. El PP se ha expuesto a discrepancias internas por acercarse a Vox, pero encabezará la fabulosa plataforma de poder que es la presidencia de la Junta. Cs tiene sobre sí la mirada de Macron, pero ha logrado la mitad del Gobierno de coalición y estrenarse en el poder de una autonomía sin ceder al pulso ideológico planteado por los de Abascal, con quienes ha evitado reunirse. Y Vox se ha envainado sus propuestas más reaccionarias, aunque ha explotado su visibilidad mediática.
Resta ahora lo más difícil: demostrar con los hechos que el cambio político llega a todos los andaluces.
EDITORIAL de EL MUNDO
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