Pablo Iglesias cuestionó suavemente a Nicolás Maduro, Errejón entonó su oda a las tres comidas caraqueñas
Gabriel Albiac
No viene
de la tradición marxista; es una consigna acuñada por Ferdinand
Lassalle, socialista prusiano al cual Karl Marx detestaba. Derechos de
autor aparte, se ha convertido en dogma político: «el partido se
fortalece depurándose». Mao lo tomó de Lenin, que sí conocía su origen.
De dónde lo haya recuperado Podemos, me parece menos claro. Tal vez, de
ese hábito de liquidarse en familia que define a la mafia peronista. Tal
vez, de la facundia con que los Castro borraron a sus colegas de Sierra
Maestra. O de la metódica limpia con que Chávez y Maduro se quitaron de
en medio a sus primeros compañeros de armas. Tal vez. Yo, sin embargo,
conociendo la exhibida debilidad de Errejón e Iglesias por el teorizador
del Estado hitleriano, Carl Schmitt, tiendo a pensar que la purga que
rueda sobre Podemos es más bien una versión de bolsillo e incruenta de
aquella Noche de los Cuchillos Largos en el curso de la cual la primera
generación del nazismo -la de las SA de Röhm- fue ajusticiada in situ
por la segunda generación: la Sección de Seguridad de las SS, al mando
de Reinhard Heydrich.
La creación de Podemos remite a una necesidad estrictamente venezolana. Consumada su toma total del poder, tras la suma de incompetencias de unos opositores que, habiéndolo apresado, acabaron por reponerlo en la plenitud de su presidencia, Hugo Chávez necesitaba poner en juego una estrategia poliédrica. Para la represión interna, no era seguro recurrir a Policía y Ejército venezolanos: el golpe fallido dejaba en evidencia lo hondo de las fracturas de sus fuerzas armadas. El recurso estaba, sin embargo, al alcance de la mano: Cuba poseía la más alta competencia represiva de todo el subcontinente latinoamericano. Venezuela disponía del petróleo que escaseaba en Cuba. El intercambio fue lógico y sumamente beneficioso para ambas partes. En Cuba se puso un alivio al colapso energético. En Venezuela, la policía política y los servicios de inteligencia militar cubanos engranaron un bien disciplinado ejército paralelo, sobre el eje de la Guardia Nacional Bolivariana y las milicias civiles armadas por el chavismo.
En el exterior, la diplomacia venezolana necesitaba introducir cuñas dentro de aquellos Estados a los que veía como territorio no rendido a sus pretensiones. Fueron los años de las invitaciones, las becas y los contratos a un sector del joven profesorado universitario español, al cual la inteligencia chavista juzgaba susceptible de ser guiado al culto del Caudillo, para dar nuevas texturas a las más cursis retóricas de Evita Perón y Fidel Castro. Todo, bajo el paraguas de aquel Simón Bolívar al cual la izquierda europea de su siglo juzgaba un espadón indeseable. De Venezuela y de la amiga República Islámica de Irán vinieron los apoyos materiales que permitirían a los entonces aún amigos complutenses proyectarse -es verosímil que eso creyeran- al «asalto del cielo».
GABRIEL ALBIAC Vía ABC
La creación de Podemos remite a una necesidad estrictamente venezolana. Consumada su toma total del poder, tras la suma de incompetencias de unos opositores que, habiéndolo apresado, acabaron por reponerlo en la plenitud de su presidencia, Hugo Chávez necesitaba poner en juego una estrategia poliédrica. Para la represión interna, no era seguro recurrir a Policía y Ejército venezolanos: el golpe fallido dejaba en evidencia lo hondo de las fracturas de sus fuerzas armadas. El recurso estaba, sin embargo, al alcance de la mano: Cuba poseía la más alta competencia represiva de todo el subcontinente latinoamericano. Venezuela disponía del petróleo que escaseaba en Cuba. El intercambio fue lógico y sumamente beneficioso para ambas partes. En Cuba se puso un alivio al colapso energético. En Venezuela, la policía política y los servicios de inteligencia militar cubanos engranaron un bien disciplinado ejército paralelo, sobre el eje de la Guardia Nacional Bolivariana y las milicias civiles armadas por el chavismo.
En el exterior, la diplomacia venezolana necesitaba introducir cuñas dentro de aquellos Estados a los que veía como territorio no rendido a sus pretensiones. Fueron los años de las invitaciones, las becas y los contratos a un sector del joven profesorado universitario español, al cual la inteligencia chavista juzgaba susceptible de ser guiado al culto del Caudillo, para dar nuevas texturas a las más cursis retóricas de Evita Perón y Fidel Castro. Todo, bajo el paraguas de aquel Simón Bolívar al cual la izquierda europea de su siglo juzgaba un espadón indeseable. De Venezuela y de la amiga República Islámica de Irán vinieron los apoyos materiales que permitirían a los entonces aún amigos complutenses proyectarse -es verosímil que eso creyeran- al «asalto del cielo».
GABRIEL ALBIAC Vía ABC
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