Los partidos tradicionales han menospreciado el cultivo de las virtudes cristianas o patrióticas
La nueva derecha no es marxista, sino weberiana. A diferencia de Marx, Weber creía que el motor del mundo no son los recursos materiales, sino las ideas. Siguiendo esta lógica, la derecha radical no ansía llenar las carencias materiales, sino los huecos existenciales de los votantes.
Vende un nacional-cristianismo excluyente, una ideología simple y peligrosa, pero trascendente. Una meta que supera al individuo. La derecha convencional, desatada de la moral democristiana por neoliberales y Berlusconis varios, abandonó hace tiempo la promoción de valores trascendentes entregándose al materialismo más rampante. Y la izquierda convencional ha dejado de lado su ancestral patriotismo, el ideal de folkhemmet (el hogar del pueblo) sobre el que los socialdemócratas nórdicos edificaron su mensaje de integración social durante décadas. La izquierda es ahora alérgica a la patria. Ya no pide respeto a los símbolos nacionales ni sacrificios, como el servicio militar o civil, que formaban parte del progresismo europeo.
Los partidos tradicionales han menospreciado el cultivo de las virtudes cristianas o patrióticas. Los populismos, nacionalistas o independentistas, se han aprovechado, ofreciendo una versión deformada del cristianismo y el patriotismo. Pero, por incomparecencia del resto de partidos, los votantes ya no tienen otros ideales de trascendencia más inclusivos.
VÍCTOR LAPUENTE Vía EL PAÍS
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