Errejón e Iglesias han sacado a relucir los viejos demonios familiares de la izquierda española. Podemos es hoy un partido envejecido prematuramente. Han bastado cinco años
Pablo Iglesias e Íñigo Errejón se abrazan durante la celebración de Vistalegre II. (Reuters)
Recoge Pablo Iglesias en el prefacio de su tesis doctoral una frase de Jorge Luis Borges aparecida en "El inmortal", un cuento incluido posteriormente en 'El Aleph'. “Cuando se acerca el fin”, sostenía el escritor argentino, “ya no quedan imágenes del recuerdo; solo quedan palabras”.
Es probable que tras el puente de plata que le ha extendido Iglesias a Errejón para abandonar
Podemos por la puerta de atrás no queden ni imágenes ni palabras. Y si quedan, serán muy distintas a las que el propio Pablo Iglesias dedica a Errejón en su tesis. "A Íñigo", escribió el líder de Podemos en 2008, “lo conocí comiendo pan con azúcar —es como un suizo, decía— en el puesto de chuches de la facultad. Tuve la suerte de darle una clase (una sola) que me permitirá, en el futuro, presumir de haber sido profesor, nada menos, que de Íñigo Errejón” (sic).
Alumno y profesor han roto. Y lo que es más relevante: la quiebra definitiva de la confianza mutua (que ya era una realidad desde hacía mucho tiempo) aflora los viejos demonios familiares de la izquierda española, cainita como pocas. Lo que se ha venido abajo no es solo el fin de la inocencia de un partido-movimiento que floreció al calor de la crisis, y que ha comenzado a marchitarse en apenas cinco años de vida. Paradójicamente, en el momento en que surge un partido de extrema derecha que fragmenta un poco más el teatro político.
Lo llamativo vuelven a ser las causas del divorcio, y que tienen mucho que ver con el modelo de partido. Precisamente, además de otras cuestiones ideológicas, lo que llevó a la ruptura hace ahora justamente un siglo de socialistas y comunistas, y tiempo atrás de los anarquistas. Iglesias, como buen leninista, ha preferido siempre priorizar la organización a la ideología, lo que explica su intransigencia con las minorías.
Hace cuatro años tuvo que aceptar las llamadas confluencias porque no le quedaba más remedio si quería ser competitivo en el mercado de los votos, pero a medida que se fue consolidando su poder dentro de Podemos, de la mano de ese Beria de plastilina que es Echenique, ha demostrado que prefiere una pequeña organización bolchevique a un partido de masas, y que en realidad es lo que está detrás de la creación de la III Internacional: el viejo debate entre socialdemócratas y comunistas, y que hoy —desde luego en España— sigue en pie con todos los matices que se quiera.
Esta obsesión de Iglesias por el control del partido, que se manifestó con claridad en Vistalegre II, no es, sin embargo, un movimiento táctico, va mucho más allá. Iglesias sabe que si pierde el Ayuntamiento de Madrid todo está perdido para su liderazgo dentro de Podemos, de ahí que ante esa eventualidad prefiera rodearse de fieles y así evitar un golpe de Estado interno. De esta manera, pase lo que pase con Carmena, él seguirá al frente del aparato de Podemos, lo que le garantiza unos años más de poder, pero ya sin ninguno de los dirigentes —Bescansa, Alegre, Pascual…— que dieron carta de naturaleza a Podemos. Es decir, todo el poder para el soviet, que es el grito de guerra de los viejos leninistas, y que históricamente ha supuesto supeditar la acción política al control férreo de la organización.
Es curioso, en este sentido, que Iglesias venda como una concesión a la minoría que representaba Errejón la candidatura de este a la Comunidad de Madrid, lo que confirma que las primarias siguen siendo una coartada para algunos dirigentes políticos.
Este movimiento endogámico de Pablo Iglesias, tradicional en los líderes cuestionados, no hubiera sido posible, sin embargo, sin la ausencia de un liderazgo alternativo dentro de Podemos que solo Íñigo Errejón podía encabezar.
Ese liderazgo, sin embargo, nunca llegó, como se manifestó en Vistalegre II, donde renunció a dar la batalla. Sin duda, porque Errejón, como sostiene alguien que lo conoce bien, es un “líder blando” incapaz de confrontar ideológicamente con nadie, y menos dentro de su propio partido, algo que explica el ostracismo en los últimos meses de un candidato que quiere competir por la presidencia de la Comunidad de Madrid.
Errejón, de hecho, renunció a ser la alternativa de Iglesias y desde entonces solo ha esperado el momento —la elección de candidatos— para alejarse de Podemos. Se trata de un proceso en varias etapas, una especie de renuncia en diferido, que es probable que culmine con su integración en el PSOE. El ritmo dependerá de la velocidad de caída de Podemos. Si es rápida, presentará su nueva posición política como la plataforma para un reagrupamiento de la izquierda con el objetivo de frenar a la derecha. Y si es más lenta, esperará en el banquillo de reserva a la espera de saber lo que pase con Pedro Sánchez tras las elecciones generales. En todo caso, muy cerca de un PSOE que ya no podrá temer el sorpaso.
Lo verdaderamente singular es que Errejón renunciara a dar la batalla hace año y medio, y que, por el contrario, lo haga ahora, cuando quedan menos de cinco meses para celebrar unas elecciones municipales y autonómicas en las que Podemos se juega el ser o no ser, lo cual es algo más que irresponsable para los intereses del partido que lo vio nacer políticamente. Aunque para justificarlo se haga con el manido argumento de sumar fuerzas en el seno de la izquierda, que es la excusa preferida de quien quiere abandonar una organización para presentarse como eje de la nueva política del cambio. Lo que le espera ahora es ser agasajado como un héroe por los medios afines al PSOE.
El escenario natural de ese enfrentamiento hubiera sido Vistalegre II, pero como no se produjo por ausencia de uno de los contrincantes, el resultado es que se va a producir en el peor momento para Podemos, a pocos meses de unas elecciones, pero también para las confluencias.
No hay ninguna duda de que el nuevo escenario se trasladará a los territorios, y esa es una bomba de relojería contra Podemos que Izquierda Unida , que ha mantenido la organización viva con respiración asistida a la espera de renacer sobre las cenizas de Podemos, intentará aprovechar. Por el momento, como asegura un dirigente de IU, Garzón seguirá respaldando a Iglesias, pero en la medida que el secretario general vaya jibarizando a Podemos encerrándose con sus fieles, pretenderá volver a sacar la cabeza con un proyecto propio, y será entonces cuando Podemos —mientras las confluencias buscan su lugar al sol— será historia.
Una historia que inevitablemente recuerda a aquello que se decía en la Transición: "Contra Franco vivíamos mejor". O contra Rajoy. O contra Zapatero. O, incluso, contra Vox, que hoy es casi lo único que puede unir a la izquierda.
La consolidación de la democracia se tragó al 'partido' que luchó con más ahínco contra la dictadura, y el fin de la crisis económica —desde luego, nada que ver con la crudeza de la doble recesión— está a punto de convertir a Podemos en un fantasma a la sombra de Iglesias. Ironías del destino. A Podemos le empieza a pasar lo que a Cornelio Agrippa, el héroe del cuento de Borges: “Soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy”.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
Es probable que tras el puente de plata que le ha extendido Iglesias a Errejón para abandonar
Podemos por la puerta de atrás no queden ni imágenes ni palabras. Y si quedan, serán muy distintas a las que el propio Pablo Iglesias dedica a Errejón en su tesis. "A Íñigo", escribió el líder de Podemos en 2008, “lo conocí comiendo pan con azúcar —es como un suizo, decía— en el puesto de chuches de la facultad. Tuve la suerte de darle una clase (una sola) que me permitirá, en el futuro, presumir de haber sido profesor, nada menos, que de Íñigo Errejón” (sic).
Ya era hora: Errejón firma el acta de defunción de Podemos
Alumno y profesor han roto. Y lo que es más relevante: la quiebra definitiva de la confianza mutua (que ya era una realidad desde hacía mucho tiempo) aflora los viejos demonios familiares de la izquierda española, cainita como pocas. Lo que se ha venido abajo no es solo el fin de la inocencia de un partido-movimiento que floreció al calor de la crisis, y que ha comenzado a marchitarse en apenas cinco años de vida. Paradójicamente, en el momento en que surge un partido de extrema derecha que fragmenta un poco más el teatro político.
Lo llamativo vuelven a ser las causas del divorcio, y que tienen mucho que ver con el modelo de partido. Precisamente, además de otras cuestiones ideológicas, lo que llevó a la ruptura hace ahora justamente un siglo de socialistas y comunistas, y tiempo atrás de los anarquistas. Iglesias, como buen leninista, ha preferido siempre priorizar la organización a la ideología, lo que explica su intransigencia con las minorías.
¿Es Iglesias un problema para Podemos?
Hace cuatro años tuvo que aceptar las llamadas confluencias porque no le quedaba más remedio si quería ser competitivo en el mercado de los votos, pero a medida que se fue consolidando su poder dentro de Podemos, de la mano de ese Beria de plastilina que es Echenique, ha demostrado que prefiere una pequeña organización bolchevique a un partido de masas, y que en realidad es lo que está detrás de la creación de la III Internacional: el viejo debate entre socialdemócratas y comunistas, y que hoy —desde luego en España— sigue en pie con todos los matices que se quiera.
Esta obsesión de Iglesias por el control del partido, que se manifestó con claridad en Vistalegre II, no es, sin embargo, un movimiento táctico, va mucho más allá. Iglesias sabe que si pierde el Ayuntamiento de Madrid todo está perdido para su liderazgo dentro de Podemos, de ahí que ante esa eventualidad prefiera rodearse de fieles y así evitar un golpe de Estado interno. De esta manera, pase lo que pase con Carmena, él seguirá al frente del aparato de Podemos, lo que le garantiza unos años más de poder, pero ya sin ninguno de los dirigentes —Bescansa, Alegre, Pascual…— que dieron carta de naturaleza a Podemos. Es decir, todo el poder para el soviet, que es el grito de guerra de los viejos leninistas, y que históricamente ha supuesto supeditar la acción política al control férreo de la organización.
Una coartada política
Es curioso, en este sentido, que Iglesias venda como una concesión a la minoría que representaba Errejón la candidatura de este a la Comunidad de Madrid, lo que confirma que las primarias siguen siendo una coartada para algunos dirigentes políticos.
Errejón y Carmena pactan un tándem electoral al margen de Podemos e IU
Este movimiento endogámico de Pablo Iglesias, tradicional en los líderes cuestionados, no hubiera sido posible, sin embargo, sin la ausencia de un liderazgo alternativo dentro de Podemos que solo Íñigo Errejón podía encabezar.
Ese liderazgo, sin embargo, nunca llegó, como se manifestó en Vistalegre II, donde renunció a dar la batalla. Sin duda, porque Errejón, como sostiene alguien que lo conoce bien, es un “líder blando” incapaz de confrontar ideológicamente con nadie, y menos dentro de su propio partido, algo que explica el ostracismo en los últimos meses de un candidato que quiere competir por la presidencia de la Comunidad de Madrid.
Logros, fracasos y retos de Podemos en su quinto aniversario
Errejón, de hecho, renunció a ser la alternativa de Iglesias y desde entonces solo ha esperado el momento —la elección de candidatos— para alejarse de Podemos. Se trata de un proceso en varias etapas, una especie de renuncia en diferido, que es probable que culmine con su integración en el PSOE. El ritmo dependerá de la velocidad de caída de Podemos. Si es rápida, presentará su nueva posición política como la plataforma para un reagrupamiento de la izquierda con el objetivo de frenar a la derecha. Y si es más lenta, esperará en el banquillo de reserva a la espera de saber lo que pase con Pedro Sánchez tras las elecciones generales. En todo caso, muy cerca de un PSOE que ya no podrá temer el sorpaso.
Ser o no ser
Lo verdaderamente singular es que Errejón renunciara a dar la batalla hace año y medio, y que, por el contrario, lo haga ahora, cuando quedan menos de cinco meses para celebrar unas elecciones municipales y autonómicas en las que Podemos se juega el ser o no ser, lo cual es algo más que irresponsable para los intereses del partido que lo vio nacer políticamente. Aunque para justificarlo se haga con el manido argumento de sumar fuerzas en el seno de la izquierda, que es la excusa preferida de quien quiere abandonar una organización para presentarse como eje de la nueva política del cambio. Lo que le espera ahora es ser agasajado como un héroe por los medios afines al PSOE.
El escenario natural de ese enfrentamiento hubiera sido Vistalegre II, pero como no se produjo por ausencia de uno de los contrincantes, el resultado es que se va a producir en el peor momento para Podemos, a pocos meses de unas elecciones, pero también para las confluencias.
Izquierda antidemócrata
No hay ninguna duda de que el nuevo escenario se trasladará a los territorios, y esa es una bomba de relojería contra Podemos que Izquierda Unida , que ha mantenido la organización viva con respiración asistida a la espera de renacer sobre las cenizas de Podemos, intentará aprovechar. Por el momento, como asegura un dirigente de IU, Garzón seguirá respaldando a Iglesias, pero en la medida que el secretario general vaya jibarizando a Podemos encerrándose con sus fieles, pretenderá volver a sacar la cabeza con un proyecto propio, y será entonces cuando Podemos —mientras las confluencias buscan su lugar al sol— será historia.
Una historia que inevitablemente recuerda a aquello que se decía en la Transición: "Contra Franco vivíamos mejor". O contra Rajoy. O contra Zapatero. O, incluso, contra Vox, que hoy es casi lo único que puede unir a la izquierda.
La consolidación de la democracia se tragó al 'partido' que luchó con más ahínco contra la dictadura, y el fin de la crisis económica —desde luego, nada que ver con la crudeza de la doble recesión— está a punto de convertir a Podemos en un fantasma a la sombra de Iglesias. Ironías del destino. A Podemos le empieza a pasar lo que a Cornelio Agrippa, el héroe del cuento de Borges: “Soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy”.
CARLOS SÁNCHEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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