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viernes, 18 de enero de 2019

PODEMOS: HISTORIA DE UNA IMPLOSIÓN


/JAVIER BARBANCHO /EL MUNDO


Podemos nació hace cinco años en un departamento universitario para tratar de articular políticamente el descontento manifestado en las plazas españolas contra los efectos destructivos de la gran recesión. La quiebra de las expectativas de cientos de miles de personas, confusas ante la complejidad de una crisis de la que no se sentían responsables y que sin embargo estaban pagando en desempleo y precariedad, fue condición necesaria para la irrupción de Podemos a lomos de una calculada estrategia mediática que simplificaba las soluciones y repartía las culpas a gusto del espectador indignado. La ensayada telegenia y un manejo invasivo de las redes sociales pronto configuraron una fuerza populista de izquierda radical que proponía partir a la sociedad en dos, enfrentando una casta extractiva a un pueblo sufriente que solo podía encontrar genuina representación en la retórica justiciera de Pablo Iglesias. Facilitó este posicionamiento inicial la revelación sucesiva de bochornosos escándalos de corrupción que afectaban al partido del Gobierno pero también al PSOE, partido al que Podemos acusaba de haber traicionado sus principios.

Podemos inundó la vida pública de conceptos novedosos o de sentidos nuevos para palabras viejas -casta, puertas giratorias, los de abajo y los de arriba, la gente, soberanía popular- y exhibió una nueva manera de hacer política, agresiva y viral, cuyos métodos años después ha aprendido también la derecha. La política institucional se resintió, y todos los partidos acabaron acusando contaminaciones populistas en el fondo o en la forma. Sin embargo, también Podemos ha terminado chocando con la realidad institucional. La mejoría económica y la constatación -tras acceder al poder en importantes municipios- de que la gestión no vive de soflamas sino de trabajo paciente y efectos lentos empezaron a alimentar la melancolía del votante que había creído en ellos o había castigado a los demás. El meteórico declive de Podemos ha conocido muchos hitos: la desmovilización de la militancia agrupada en círculos, la imposición de una jerarquía vertical, la purga de discrepantes -incluida la cúpula original-, la obscena personalización del partido hasta el extremo de colocar a la pareja sentimental del líder como número dos y de celebrar un referéndum sobre la lujosa vivienda de ambos bajo chantaje de dimisión, el faccionalismo ideológico, el rechazo a España y el alineamiento con el soberanismo en pleno desafío separatista, la inoperante estructura confederal. El colofón de esta deriva implosiva lo pone Íñigo Errejón renunciando a la marca morada para presentarse a las autonómicas con la sigla de Manuela Carmena. Una ruptura que proclama un derrotismo preventivo: Podemos es ya sinónimo de desafección electoral y sectarismo orgánico hasta para su cofundador, contra quien Iglesias presentará otro candidato. El cainismo devora a sus hijos.


                                                                                              EDITORIAL de EL MUNDO

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