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sábado, 26 de enero de 2019

PODEMOS ENTRA EN DESCOMPOSICIÓN


/JAVIER BARBANCHO


Ni en sus peores pesadillas hubiera imaginado Pablo Iglesias, en los albores de Podemos, que su propósito de asaltar los cielos iba a estrellarse con la realidad tan rápido y de forma tan cruda. Podemos, alumbrado al calor del hartazgo social que fermentó en el 15-M, se encuentra hoy al borde de la descomposición. Lastrado por un proyecto ideológicio trasnochado y una estructura orgánica profundamente deteriorada, el tercer grupo parlamentario con más representación en el Congreso parece haber caído en barrena tras decidir Errejón ir a las elecciones de la mano de la plataforma de Carmena. Las siglas de Podemos están hoy chamuscadas por una mezcla de factores que revela la inoperancia de quien hace cinco años se presentaba como adalid de la regeneración. El personalismo excluyente y la soberbia de Pablo Iglesias, sumado a las purgas ejecutadas a los disidentes, la laminación de Izquierda Unida y la incapacidad para estabilizar su relación con las distintas confluencias, ha terminado por fagocitar a una formación radical y populista que en el lapso de un lustro ha pasado de abanderar un discurso antisistema a sostener al PSOE en La Moncloa.

La renuncia de Ramón Espinar a su pertenencia a los órganos de Podemos en Madrid, incluida su dimisión de senador, confirma que la crisis interna tiene abierta en canal a esta formación. Primero porque Espinar es un dirigente afín a Iglesias. Y segundo, porque su marcha muestra la negativa de buena parte de la organización a competir electoralmente con Errejón, una marca personal demasiado potente. La extravagante reunión de dirigentes territoriales en Toledo, urdida por el líder de Podemos en Castilla-La Mancha -también pablista- y a espaldas del secretario de Organización, Pablo Echenique, supone la enésima demostración del fracaso de un modelo orgánico que hace agua por todas partes. En Madrid, cuna de Podemos. Pero también en Galicia -donde existe un riesgo de escisión evidente con En Marea-;en la Comunidad Valenciana, cada vez más distanciado de Compromís; en Cataluña, con Ada Colau haciendo la lista electoral por su cuenta; y hasta en Andalucía, donde solo la debacle electoral de Teresa Rodríguez ha aplacado la exigencia de los anticapitalistas de erigirse en un partido autónomo. En este contexto, y tras la cruenta batalla librada en Vistalegre II, pedir "unidad" y "negociación" con Errejón solo puede interpretarse como un cerco de los líderes regionales al secretario general.

Que Podemos experimente un hundimiento precoz puede ser letal para la izquierda en su conjunto, pero es una excelente noticia para España. Nuestra democracia se asienta sobre los sólidos principios del sistema del 78, el mismo que la formación morada intenta dinamitar prácticamente desde sus inicios. El partido que Iglesias acaudilla con una organización de corte leninista rechaza la monarquía parlamentaria y la democracia representativa, y no ha tenido empacho en aliarse con el soberanismo catalán, abriendo así la puerta a trocear la soberanía nacional. Lo que en un principio este partido vendía como una virtud -la flexibilidad llevada a extremos camaleónicos- se ha convertido en uno de sus lastres principales. Un partido político que aspire a ser serio y con verdadera vocación de gobierno no puede carecer de un proyecto nacional para España, de la misma forma que no puede tratar de importar a nuestro país un modelo de raíz bolivariana ajeno a los pilares de la UE. Iglesias y sus acólitos en la dirección van camino de convertir Podemos en un partido minoritario y marginal anclado en ideas periclitadas.


                                                                                                 EDITORIAL de EL MUNDO

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