La Generalitat de Quim Torra ha acabado por ceder y plegarse
a las exigencias de los taxistas de Barcelona. Después de un encuentro
en la tarde del martes entre los representantes del Taxi y el consejero
de Territorio, el Govern ha aceptado tres de sus
reivindicaciones principales: el establecimiento de un tiempo de ¡una
hora! para precontratar a un vehículo con conductor, la prohibición de
que los VTC estén localizables por GPS y la imposibilidad de que puedan
captar pasajeros mientras estén circulando.
Evidentemente, las dos plataformas principales, Uber
y Cabify, ya han anunciado que dejan de operar en Barcelona. Entienden
que el gremio del Taxi ha impuesto unas condiciones intolerables a los poderes públicos que hacen inviable su actividad. Y no les falta razón.
Sin ley
Que la Generalitat ceda a la coacción y al
corporativismo prueba la incapacidad de las autoridades separatistas
para hacer valer la autoridad. Igual que se plegaron -cuando no
alentaron- a las imposiciones de los CDR, ahora lo hacen ante los taxistas. No es ocioso afirmar que, hoy por hoy, Cataluña es una tierra sin ley.
Con su actitud, Torra abre un peligroso precedente
para los aspiraciones de los taxistas madrileños que van a
envalentonarse por el éxito de sus compañeros catalanes. Pero en ningún
caso el presidente Ángel Garrido debe arrodillarse a un acuerdo que
encierra lo peor del provincianismo de tenderos y que atenta contra la libertad del mercado. Europa no es esto. El siglo XXI, tampoco.
FITUR
Garrido ya ha avisado de que no legislará "para expulsar a un sector" por muchas protestas de los taxistas, que han amenazado con bloquear FITUR -"no va a entrar ni Dios"-, un evento en el que está en juego la imagen de Madrid y de España.
Los ánimos van encrespándose a medida que pasan los
días y los incidentes se multiplican. Este martes, la acción imprudente
de un manifestante al lanzarse contra un vehículo ha podido costarle su
propia vida. Las autoridades tienen que hacer compatible la convivencia
del Taxi y las VTC, sin olvidar que lo que está en juego en todo este
asunto, más allá de intereses sectoriales, es la libertad frente al intervencionismo. Por eso el taxi de Torra no es el bueno.
EDITORIAL de EL ESPAÑOL
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