La temporada final de esa serie televisiva en la que se ha convertido Podemos también cuenta con un giro en la trama. Pero vendrá muy bien a la izquierda
Errejón, candidato transversal a la Comunidad de Madrid. (EFE)
Un canal de Telegram, @Podemospurga, ha lanzado una encuesta humorística acerca de si Errejón había actuado correctamente al separarse del partido y poner en marcha su propia apuesta política.
Las respuestas posibles eran: a) sí, por supuesto, este barco se hunde;
b) las ratas son las primeras en abandonar el barco cuando se está
hundiendo; c) da igual, vamos a morir todos. Las tres opciones son ciertas. Íñigo hace bien en marcharse cuando aún está a tiempo, ha actuado de modo traicionero y con su escisión ha firmado el acta de defunción general.
La temporada final de la serie 'Podemos', de la que 'Más Madrid' es otro capítulo, refleja con nitidez la historia del hundimiento de un partido, pero también la de aquellos a los que arrastrará en su caída. Es increíble que hace pocos días, en el simulacro de negociación que realizaban los errejonistas con IU por las listas de la comunidad, Iglesias y Espinar estuvieran plenamente convencidos de que Íñigo tragaría con lo que fuera porque no tenía otra opción: “Sería un suicidio, no se va a ir, le conocemos desde hace muchos años”. Cierto, no parece buena salida, pero no debían conocerle tan bien. Su solución, además, llega demasiado tarde, quizá no para él, pero sí para que tenga gran recorrido.
Esta es también la historia de una increíble torpeza política, del desastroso manejo interno de un partido y de continuas traiciones toleradas. Hay muchos ejemplos de lo que no debe hacerse en estos años de nueva izquierda, pero la relación entre Iglesias y Errejón los sintetiza con mucha precisión. Íñigo le hizo la cama a Pablo cuando partió hacia Bruselas, de modo que cuando regresó para afrontar los comicios nacionales, la estructura del partido estaba copada por errejonistas. Iglesias optó, para evitar ser convertido en un busto parlante, por apoyarse en un núcleo de fieles, escasamente capacitados, pero sí leales, para ir despejando el partido de errejonistas. Tras las elecciones generales y su fracaso (enorme en cuanto a expectativas, mucho menor en cuanto a resultados, ya que se colocaron como tercer partido), fue Errejón quién pagó la factura, y en gran medida voluntariamente.
Vistalegre II fue el momento de una doble cobardía cuyo coste real están afrontando en estos momentos. Errejón no quiso plantar cara y optar a la secretaría general, como todo político inteligente habría hecho: mandó a los suyos a una guerra que iban a perder, pero no fue capaz de encabezarla. Por supuesto, perdieron. Iglesias, en lugar de sofocar la rebelión cortando la cabeza política del instigador, optó por la humillación, y le concedió un espacio en el partido a cambio de echar a la gran mayoría de los errejonistas con el beneplácito de Íñigo.
Desde entonces, Iglesias ha estado permanentemente pendiente de cortar las alas a Errejón, a menudo de formas denigrantes. Íñigo, por su parte, trazó un plan para aprovechar su oportunidad, que sabía que estaría en las elecciones madrileñas. También se alejó de los suyos, de aquella 'intelligentsia' de la que se rodeó en los primeros tiempos, y también optó por apoyarse en personas con mucho menos talento, pero del todo fieles.
Conforme se acercaba el momento de Madrid, muchas señales apuntaban a que Errejón estaba concentrando fuerzas y que iba a jugar todas sus cartas. Sus declaraciones, en las que iba buscando amistades en nuevos lugares, esa reseña que publicó del libro del politólogo de la Juan March, Pablo Simón, que no era otra cosa que un guiño a opciones más a su derecha, el reencuentro con viejas amistades, algunas de las cuales, para seguir ejerciendo de núcleo irradiador, se habían reunido en torno a 'ctxt.es', y la exhibición de un talante aún más conciliador señalaban que su opción de nuevo Zapatero estaba en marcha. Pero fue la negociación de las listas con IU, y las batallas internas en Podemos derivadas de ella, lo que señaló que Errejón no iba a frenar.
Es lógico: creyó que podía heredar el partido cuando los demás fracasaran, pero ahora que sabe que no hay nada que heredar, ha buscado una salida individual separándose de una marca que le daña y de un entorno que trata de imponerle unas listas, un tipo de campaña y un discurso en los que no cree. Pero llega tarde. Si hubiera liderado la batalla de Vistalegre II, hubiera perdido y después hubiera regresado, gozaría de mucha mayor credibilidad interna y externa. Y, sobre todo, se habría anticipado al deterioro continuo que sufre Podemos y habría aparecido como una opción real. No ha sido así, de modo que solo le queda buscar su supervivencia.
Vienen tiempos turbulentos para la izquierda. Buena parte del PSOE, la que está alrededor de Pedro Sánchez, prefiere asociarse con Ciudadanos, y la fragmentación de Podemos ayudará en esa dirección, porque el sistema electoral favorecerá otras alianzas. IU tendrá que resolver sus contradicciones internas, con unas bases nada favorables al Podemos de Iglesias, algo que, no olvidemos, se sustanció en tantas y tantas discusiones alrededor de 'La trampa de la diversidad', de Daniel Bernabé. Podemos tendrá que lidiar con lo que quede hasta las generales, si es que llegan, en un instante de gran debilidad y en el que sus antiguos aliados, desde Compromís hasta IU, pueden preferir no contaminarse con una marca en declive. Habrá líderes que salgan muy dañados, y las formaciones a la izquierda del PSOE quedarán debilitadas. Es una época de agarrarse a la tabla mucho más que de pensar en nuevas aventuras. Pero hay fecha de caducidad: las elecciones generales, si no antes, y todo el mundo lo sabe.
Más allá de este tiempo de transición, la oportunidad se abre. Es un buen momento para firmar el acta de defunción del 15-M y de los Vistalegres, de recomponerse y pensar en el futuro. Para que lo nuevo llegue, lo viejo debe morir, y este es un gran paso adelante en esa dirección. Está en juego tener una izquierda de verdad a la altura de los tiempos, que sepa hacer frente a las grandes cuestiones geopolíticas, a los elementos materiales derivados de los cambios en el capitalismo, de dar respuesta real a los problemas planteados por las finanzas y por la tecnología, y de resituar sus discursos culturales en un terreno propio y adecuado a los tiempos que vienen, y más con las transformaciones en el mapa electoral europeo. La opción de Errejón ayuda mucho en ese sentido, porque pone un clavo en el ataúd. Así se podrá derribar lo existente y se abrirán espacios, hasta ahora taponados, para que las izquierdas se recompongan.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
La temporada final de la serie 'Podemos', de la que 'Más Madrid' es otro capítulo, refleja con nitidez la historia del hundimiento de un partido, pero también la de aquellos a los que arrastrará en su caída. Es increíble que hace pocos días, en el simulacro de negociación que realizaban los errejonistas con IU por las listas de la comunidad, Iglesias y Espinar estuvieran plenamente convencidos de que Íñigo tragaría con lo que fuera porque no tenía otra opción: “Sería un suicidio, no se va a ir, le conocemos desde hace muchos años”. Cierto, no parece buena salida, pero no debían conocerle tan bien. Su solución, además, llega demasiado tarde, quizá no para él, pero sí para que tenga gran recorrido.
Las traiciones toleradas
Esta es también la historia de una increíble torpeza política, del desastroso manejo interno de un partido y de continuas traiciones toleradas. Hay muchos ejemplos de lo que no debe hacerse en estos años de nueva izquierda, pero la relación entre Iglesias y Errejón los sintetiza con mucha precisión. Íñigo le hizo la cama a Pablo cuando partió hacia Bruselas, de modo que cuando regresó para afrontar los comicios nacionales, la estructura del partido estaba copada por errejonistas. Iglesias optó, para evitar ser convertido en un busto parlante, por apoyarse en un núcleo de fieles, escasamente capacitados, pero sí leales, para ir despejando el partido de errejonistas. Tras las elecciones generales y su fracaso (enorme en cuanto a expectativas, mucho menor en cuanto a resultados, ya que se colocaron como tercer partido), fue Errejón quién pagó la factura, y en gran medida voluntariamente.
Iglesias, en lugar de sofocar la rebelión cortando la cabeza política de Errejón, optó por la humillación
Vistalegre II fue el momento de una doble cobardía cuyo coste real están afrontando en estos momentos. Errejón no quiso plantar cara y optar a la secretaría general, como todo político inteligente habría hecho: mandó a los suyos a una guerra que iban a perder, pero no fue capaz de encabezarla. Por supuesto, perdieron. Iglesias, en lugar de sofocar la rebelión cortando la cabeza política del instigador, optó por la humillación, y le concedió un espacio en el partido a cambio de echar a la gran mayoría de los errejonistas con el beneplácito de Íñigo.
Madrid, campo de batalla final
Desde entonces, Iglesias ha estado permanentemente pendiente de cortar las alas a Errejón, a menudo de formas denigrantes. Íñigo, por su parte, trazó un plan para aprovechar su oportunidad, que sabía que estaría en las elecciones madrileñas. También se alejó de los suyos, de aquella 'intelligentsia' de la que se rodeó en los primeros tiempos, y también optó por apoyarse en personas con mucho menos talento, pero del todo fieles.
La
negociación de las listas con IU, y las batallas internas en Podemos
derivadas de ella, dejó claro que Errejón no iba a frenar
Conforme se acercaba el momento de Madrid, muchas señales apuntaban a que Errejón estaba concentrando fuerzas y que iba a jugar todas sus cartas. Sus declaraciones, en las que iba buscando amistades en nuevos lugares, esa reseña que publicó del libro del politólogo de la Juan March, Pablo Simón, que no era otra cosa que un guiño a opciones más a su derecha, el reencuentro con viejas amistades, algunas de las cuales, para seguir ejerciendo de núcleo irradiador, se habían reunido en torno a 'ctxt.es', y la exhibición de un talante aún más conciliador señalaban que su opción de nuevo Zapatero estaba en marcha. Pero fue la negociación de las listas con IU, y las batallas internas en Podemos derivadas de ella, lo que señaló que Errejón no iba a frenar.
Mal 'timing'
Es lógico: creyó que podía heredar el partido cuando los demás fracasaran, pero ahora que sabe que no hay nada que heredar, ha buscado una salida individual separándose de una marca que le daña y de un entorno que trata de imponerle unas listas, un tipo de campaña y un discurso en los que no cree. Pero llega tarde. Si hubiera liderado la batalla de Vistalegre II, hubiera perdido y después hubiera regresado, gozaría de mucha mayor credibilidad interna y externa. Y, sobre todo, se habría anticipado al deterioro continuo que sufre Podemos y habría aparecido como una opción real. No ha sido así, de modo que solo le queda buscar su supervivencia.
Es un buen
momento para la izquierda: podrá firmar el acta de defunción del 15-M,
de los Vistalegres y de sus líderes, y recomponerse y pensar en el
futuro
Vienen tiempos turbulentos para la izquierda. Buena parte del PSOE, la que está alrededor de Pedro Sánchez, prefiere asociarse con Ciudadanos, y la fragmentación de Podemos ayudará en esa dirección, porque el sistema electoral favorecerá otras alianzas. IU tendrá que resolver sus contradicciones internas, con unas bases nada favorables al Podemos de Iglesias, algo que, no olvidemos, se sustanció en tantas y tantas discusiones alrededor de 'La trampa de la diversidad', de Daniel Bernabé. Podemos tendrá que lidiar con lo que quede hasta las generales, si es que llegan, en un instante de gran debilidad y en el que sus antiguos aliados, desde Compromís hasta IU, pueden preferir no contaminarse con una marca en declive. Habrá líderes que salgan muy dañados, y las formaciones a la izquierda del PSOE quedarán debilitadas. Es una época de agarrarse a la tabla mucho más que de pensar en nuevas aventuras. Pero hay fecha de caducidad: las elecciones generales, si no antes, y todo el mundo lo sabe.
El futuro
Más allá de este tiempo de transición, la oportunidad se abre. Es un buen momento para firmar el acta de defunción del 15-M y de los Vistalegres, de recomponerse y pensar en el futuro. Para que lo nuevo llegue, lo viejo debe morir, y este es un gran paso adelante en esa dirección. Está en juego tener una izquierda de verdad a la altura de los tiempos, que sepa hacer frente a las grandes cuestiones geopolíticas, a los elementos materiales derivados de los cambios en el capitalismo, de dar respuesta real a los problemas planteados por las finanzas y por la tecnología, y de resituar sus discursos culturales en un terreno propio y adecuado a los tiempos que vienen, y más con las transformaciones en el mapa electoral europeo. La opción de Errejón ayuda mucho en ese sentido, porque pone un clavo en el ataúd. Así se podrá derribar lo existente y se abrirán espacios, hasta ahora taponados, para que las izquierdas se recompongan.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario