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jueves, 17 de enero de 2019

EL BREXIT, UN VIRUS SIN ANTÍDOTO


/REUTERS


Vivimos en turbulentos tiempos líquidos, como dejó dicho Zygmunt Bauman, en los que crece peligrosamente la desafección por la democracia liberal que tantas décadas de prosperidad ha sembrado en Occidente y el populismo se extiende igual que una balsa de aceite. Pero como en el cuento de Pedro y el lobo, parecía una amenaza lejana y casi inofensiva. Hasta que nos ha estallado el virus ya con forma de pandemia y convertido en la mayor amenaza para la Unión Europea desde que la empezaron a soñar los padres fundadores tras la Segunda Guerra Mundial. Eso es el Brexit, un desafío mayúsculo que empezó como una monumental irresponsabilidad populista de un premier en horas bajas, David Cameron, y hoy es un laberinto sin salida que pone en riesgo demasiados intereses de todos los europeos. Qué disparate supone recurrir a la democracia plebiscitaria como huida hacia adelante; los referéndums los carga el diablo y ya vemos que luego no hay quien sea capaz de gestionar situaciones tan endemoniadas.

Europa está en shock, paralizada, presa de la incertidumbre, tras la histórica derrota en el Parlamento británico del Acuerdo que había alcanzado la primera ministra Theresa May con Bruselas para una salida pactada y ordenada del Reino Unido de la Unión. Un fracaso tan humillante -432 diputados votaron el martes en contra frente a sólo 202 a favor- hubiera llevado a cualquier dirigente a la dimisión inmediata. Pero el Brexit lo ha puesto todo patas arriba y la política británica se ha convertido en una dramática farsa. Y May no sólo no se ha sentido concernida, sino que ayer inauguró otra de sus infinitas vidas tras superar por un estrecho margen una moción de confianza.
Aunque su resiliencia no hace sino enquistar la crisis política en Londres y, de paso, vuelve a endosar el irresoluble problema del Brexit al conjunto de los europeos. Nadie desea una salida británica sin acuerdo. Sería un terremoto con dañinas consecuencias económicas para todos y pondría en riesgo, por ejemplo, derechos básicos para los millones de ciudadanos del continente que viven en el Reino Unido y los británicos que residen en los Veintisiete. España se resentiría en sectores como el turismo o las exportaciones y vería agravar un contencioso como el de Gibraltar.

Pero, dicho esto, la UE no se puede permitir seguir indefinidamente en este bucle. Retrasar el Brexit más allá del 29 de marzo es una opción factible y jurídicamente viable, sí. Pero sólo tiene sentido si una mayoría política británica es capaz de ponerse de acuerdo en para qué, algo que de momento no se percibe. La Comisión ya ha advertido que el Acuerdo rechazado por Westminster es el único posible y que no se puede reabrir. Estirar el tiempo de la incertidumbre sin ningún objetivo claro nos daña a todos;es lo que pasa cuando la mecha del virus populista y nacionalista prende cuando hoy toda sociedad ya es global.


                                                                                             EDITORIAL de EL MUNDO

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