La deriva irresponsable del PSOE no es nueva, pero su retórica
excluyente es una mala noticia para la democracia en las horas cruciales
que afronta España
Pedro Sánchez.
EFE
Hace cosa de dos años un grupo de estudiantes o jóvenes boicotearon una conferencia de Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid.
Lo hicieron encapuchados y no consta que sus métodos fueran menos
violentos que sus formas, pues el resultado fue para ellos exitoso e
impidieron que el acto se desarrollara. Que un expresidente de España no
pudiese hablar en una universidad pública de su país es un triunfo del
totalitarismo que, en su día, Pablo Iglesias calificó como síntoma de “salud democrática”.
Y eso que se trataba de un presidente socialista, aunque represente a
ese socialismo, que en palabras de Rafa Latorre en su maravilloso “Habrá
que jurar que todo esto ha ocurrido”, se dejaba votar por los constitucionalistas y les permitía sentir una tranquilidad de espíritu que hoy seguramente serían incapaces de reconocer si tuvieran que optar por Pedro Sánchez.
A nadie debería sorprenderle, pues, que Podemos se haya movilizado contra el nuevo Gobierno en Andalucía.
Todo lo que no sea un socialista concesivo o un nacionalista del tipo
que sea, para los de Iglesias es susceptible de ser denigrado y
expulsado del club de los virtuosos. Lo que llama la atención, aunque a
estas alturas va resultando más complicado, es que el PSOE, víctima a
menudo de esas prácticas antidemocráticas (ahí está el ‘Rodea el Congreso’ que no iba tan dirigido a la investidura de Rajoy
sino a la abstención de un PSOE que la facilitó), se preste a
participar en protestas que no buscan otra cosa que deslegitimar las
instituciones y, en este caso, extender la falsa idea de que el
Parlamento andaluz salido de las urnas no lo ha configurado “la gente”.
Ayer el PSOE no solo animó a los manifestantes a enmendar las reglas del
juego democrático, sino que posteriormente justificó el escrache a las puertas del Parlamento porque lo que sucedía dentro le merece el calificativo de “vergonzoso”.
Tras decir Sánchez que la Constitución española es poco más que un texto desclasado que no reconoce la igualdad entre hombres y mujeres, se erige ahora como único valedor
Hace semanas que los dirigentes socialistas no hablan sino de Vox
en todas sus intervenciones públicas, sin excepción. Lo está haciendo
incluso el propio Gobierno de una forma absolutamente irresponsable, con
comunicados inusitados que comentan la actualidad política nacional.
Nadie ha hecho más que el PSOE -ya en campaña- para aupar a esos doce
diputados en el parlamento andaluz, ni menos por evitar un acuerdo
constitucionalista en Andalucía. La premisa, en el caso socialista, de no compartir el mínimo roce con Vox
se convierte en una excusa bajo la cual acometer su verdadero
propósito: hablar del PP y de Ciudadanos como fuerzas alejadas del
consenso, que en el universo socialista siempre son las propias siglas. A
medida que han visto que verdaderamente perdían el gobierno andaluz han
inflamado la retórica. Pero qué cerca quedan las “extremas derechas” de la ministra Delgado, ahora ya no sé qué calificativo tendría a bien elegir.
La deriva irresponsable del PSOE
no es nueva pero su retórica excluyente es una mala noticia para la
democracia española. Puede que intenten hacerse perdonar los apoyos de
la moción de censura, pero para ello han elegido la vía que consuma la
lógica cainita y no la que vuelve a una senda del acuerdo más que
necesaria en las horas cruciales que afronta España. Este Gobierno ha
constatado su interés partidista, su escasa altitud de miras y su falta
de escrúpulos, pero lo más perverso de todo es su cinismo. Tras años
reticentes a identificarse como tales, ahora niegan al centro y a la
derecha el calificativo de constitucionalistas; tras decir Sánchez que
la Constitución Española es poco más que un
texto desclasado que no reconoce la igualdad entre hombres y mujeres,
se erige ahora como único valedor del texto constitucional como garantía
de derechos y libertades.
Bienvenidos sean los
socialistas si se han dado cuenta de que tenemos mucho que perder.
Bienvenidos también todos aquellos quienes, tras años callando en Cataluña,
auguran ahora problemas para la convivencia entre españoles. Pero que
sus temores vengan acompañados de la honestidad necesaria para admitir
que no conviene demonizar a quien tarde o temprano tendrá que participar
de acuerdos importantes. La legislatura de Sánchez puede durar hasta
2020, pero hay algo que puede agotarse antes si deciden seguir con la
retórica de voxsonaros y trillizos. ¿De verdad vale la pena?.
ANDREA MÁRMOL Vía VOZ PÓPULI
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