En este juego de pillos, la pretendida relación causa-efecto entre Presupuestos y duración de la legislatura es una filfa desde el principio
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE
Tras dos fracasos electorales y una investidura fallida, cuando Pedro Sánchez
incubó la idea de conquistar el poder mediante una moción de censura,
tuvo claras tres cosas: que Rajoy le brindaría el momento y la ocasión;
que tendría que hacerlo de la mano de Podemos y de los partidos independentistas,
y que solo se sostendría en el poder si aquellos apoyos
circunstanciales pasaban a ser permanentes. No bastaba con la aventura
de una noche de verano; completar la operación requería matrimonio,
aunque fuera morganático.
El análisis era correcto en sus tres elementos, y explica todos los pasos del actual presidente antes, durante y después de su acceso al poder. Tenía que abalanzarse sobre la oportunidad cuando esta se presentara. Debía domeñar su partido para que aceptara sin rechistar lo que meses antes había rechazado. Y por último —pero lo más importante—, había que convencer a podemitas e independentistas de que su interés objetivo es sostenerlo en el poder en defensa propia, porque cualquier otro inquilino de La Moncloa sería peor para ellos.
El plan consiste, por una parte, en persuadir a Iglesias de que, puesto que no está en condiciones de disputar el poder, su mejor apuesta es compartirlo. Y respecto a Cataluña, todo se ha encaminado a crear en el fragmentado magna independentista un único punto de consenso: no puede haber un presidente más favorable para nuestros intereses que Pedro Sánchez.
Lo ha conseguido porque el argumento tiene la fuerza de lo cierto. No es imaginable un presidente del Gobierno de España más benéfico para el nacionalismo, en cualquiera de sus ramas. Ni siquiera cualquier otro socialista. Ni siquiera, aunque fuera posible (que no lo es), el propio Iglesias.
Ningún otro gobernante español haría caer una lluvia de millones sobre la Generalitat sin exigir a cambio garantía alguna de lealtad institucional. Ninguno interferiría tanto en el proceso judicial, remando siempre a favor de las tesis de los acusados. Ninguno aceptaría fácilmente que el salvoconducto para tramitar los Presupuestos del Estado se selle en Lledoners, Waterloo y Ginebra.
Para
el nacionalismo, dejar caer a Sánchez es retroceder. El primero en
comprenderlo fue Junqueras. Después lo fueron asumiendo los restos del
naufragio convergente, incluido Artur Mas. Artadi y Aragonès
lo comprueban todos los días, cuando de cada viaje a Madrid o visita
gubernamental a Barcelona obtienen recompensa. El más resistente fue
Puigdemont, pero finalmente también ha hocicado: ya sabe que Sánchez
representa su única posibilidad de regresar a Cataluña durante la década
de los veinte sin transitar directamente de la frontera a la cárcel. El
pobre Torra no comprende nada por falta de posibles, pero basta con que obedezca.
Además, todos ellos han visto claramente que nadie como la dupla Sánchez-Iceta garantiza la quiebra del bloque constitucional en Madrid y el enterramiento del espíritu de la Vía Cayetana en Cataluña, que en su momento les preocupó seriamente.
Es la enésima versión del plan del palo y la zanahoria. La zanahoria son los Presupuestos, demagógicamente expansivos al gusto de Iglesias y generosos hasta la prodigalidad para los nacionalistas del País Vasco y Cataluña. El palo es la amenaza de una convocatoria de elecciones generales que podemitas y nacionalistas no quieren ver ni en pintura ante el peligro de que venga el “trifachito” (última sutileza de la factoría de zafiedades conceptuales en que ha degenerado el debate político en España).
Hay que reconocer que la irrupción de Vox, el retorno de Casado al lenguaje de Alianza Popular y la charlatanería españolista (no confundir con española) de Rivera han sido de gran ayuda para dar verosimilitud al monstruo y abonar la tesis del mal menor. Pero lo cierto es que Susana Díaz hizo girar la campaña andaluza sobre Vox antes de que tuvieran el primer diputado, y ayudó a que lograran la docena. Ahora Sánchez ha decidido dar a Vox el protagonismo de la política española, y cuando se arrepienta será tarde para todos.
Zarzalejos ha señalado con acierto que el visado independentista a la tramitación de los Presupuestos supone un cambio cualitativo: lo que nació como apoyo puntual para echar a Rajoy sin compromisos ulteriores (así lo ha estado vendiendo Sánchez durante meses) pasa a ser un pacto de legislatura en toda regla. El coito concupiscente de junio deviene boda formal.
La decisión más trascendental sobre política de alianzas del Partido Socialista en 30 años se ha tomado en debate bilateral entre Pedro y Sánchez. No se conoce que haya sido discutida en algún órgano de dirección del PSOE —si es que queda alguno vivo—, ni que ninguno de sus dirigentes lo haya reclamado. Sin embargo, todos ellos quedan comprometidos por este acuerdo y todos lo tendrán que explicar cuando pidan el voto en mayo, sin que valgan como excusa los tímidos desmarques de algunos en declaraciones de prensa. El silencio de los corderos también se paga.
El negocio es inmejorable para el nacionalismo. Pasada la primera barrera, durante dos meses le sacarán los hígados al Gobierno, cortando rodaja a rodaja el salchichón de la negociación. En la primavera llegará el momento de la votación final, coincidiendo con el juicio en el Supremo y con la convocatoria de las municipales. Entonces decidirán a su antojo y conveniencia.
Según parece, lo de menos para todos es el contenido real de los Presupuestos. El hecho de que de ninguna forma se alcanzará la cifra de 20.000 millones
más de ingresos para financiar los gastos prometidos. El desparpajo con
el que el presidente sigue hablando de aprovechar la bonanza económica
cuando Europa entera se prepara para un nuevo frenazo global. Si no se cumplen, que es lo más probable, será malo para el país; si se cumplen, quizá resulte aún peor.
Dicen las crónicas que el sábado en un mitin Sánchez evocó hasta siete veces a Willy Brandt. Es dudoso que Brandt sea realmente un referente válido para Sánchez, pero pueden estar seguros de que alguien como Sánchez jamás lo habría sido para Brandt
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
El análisis era correcto en sus tres elementos, y explica todos los pasos del actual presidente antes, durante y después de su acceso al poder. Tenía que abalanzarse sobre la oportunidad cuando esta se presentara. Debía domeñar su partido para que aceptara sin rechistar lo que meses antes había rechazado. Y por último —pero lo más importante—, había que convencer a podemitas e independentistas de que su interés objetivo es sostenerlo en el poder en defensa propia, porque cualquier otro inquilino de La Moncloa sería peor para ellos.
El plan consiste, por una parte, en persuadir a Iglesias de que, puesto que no está en condiciones de disputar el poder, su mejor apuesta es compartirlo. Y respecto a Cataluña, todo se ha encaminado a crear en el fragmentado magna independentista un único punto de consenso: no puede haber un presidente más favorable para nuestros intereses que Pedro Sánchez.
Lo ha conseguido porque el argumento tiene la fuerza de lo cierto. No es imaginable un presidente del Gobierno de España más benéfico para el nacionalismo, en cualquiera de sus ramas. Ni siquiera cualquier otro socialista. Ni siquiera, aunque fuera posible (que no lo es), el propio Iglesias.
Ningún otro gobernante español haría caer una lluvia de millones sobre la Generalitat sin exigir a cambio garantía alguna de lealtad institucional. Ninguno interferiría tanto en el proceso judicial, remando siempre a favor de las tesis de los acusados. Ninguno aceptaría fácilmente que el salvoconducto para tramitar los Presupuestos del Estado se selle en Lledoners, Waterloo y Ginebra.
Ningún
otro gobernante español haría caer una lluvia de millones sobre la
Generalitat sin exigir a cambio garantía alguna de lealtad institucional
Además, todos ellos han visto claramente que nadie como la dupla Sánchez-Iceta garantiza la quiebra del bloque constitucional en Madrid y el enterramiento del espíritu de la Vía Cayetana en Cataluña, que en su momento les preocupó seriamente.
Es la enésima versión del plan del palo y la zanahoria. La zanahoria son los Presupuestos, demagógicamente expansivos al gusto de Iglesias y generosos hasta la prodigalidad para los nacionalistas del País Vasco y Cataluña. El palo es la amenaza de una convocatoria de elecciones generales que podemitas y nacionalistas no quieren ver ni en pintura ante el peligro de que venga el “trifachito” (última sutileza de la factoría de zafiedades conceptuales en que ha degenerado el debate político en España).
Hay que reconocer que la irrupción de Vox, el retorno de Casado al lenguaje de Alianza Popular y la charlatanería españolista (no confundir con española) de Rivera han sido de gran ayuda para dar verosimilitud al monstruo y abonar la tesis del mal menor. Pero lo cierto es que Susana Díaz hizo girar la campaña andaluza sobre Vox antes de que tuvieran el primer diputado, y ayudó a que lograran la docena. Ahora Sánchez ha decidido dar a Vox el protagonismo de la política española, y cuando se arrepienta será tarde para todos.
Zarzalejos ha señalado con acierto que el visado independentista a la tramitación de los Presupuestos supone un cambio cualitativo: lo que nació como apoyo puntual para echar a Rajoy sin compromisos ulteriores (así lo ha estado vendiendo Sánchez durante meses) pasa a ser un pacto de legislatura en toda regla. El coito concupiscente de junio deviene boda formal.
La decisión más trascendental sobre política de alianzas del Partido Socialista en 30 años se ha tomado en debate bilateral entre Pedro y Sánchez. No se conoce que haya sido discutida en algún órgano de dirección del PSOE —si es que queda alguno vivo—, ni que ninguno de sus dirigentes lo haya reclamado. Sin embargo, todos ellos quedan comprometidos por este acuerdo y todos lo tendrán que explicar cuando pidan el voto en mayo, sin que valgan como excusa los tímidos desmarques de algunos en declaraciones de prensa. El silencio de los corderos también se paga.
El negocio es inmejorable para el nacionalismo. Pasada la primera barrera, durante dos meses le sacarán los hígados al Gobierno, cortando rodaja a rodaja el salchichón de la negociación. En la primavera llegará el momento de la votación final, coincidiendo con el juicio en el Supremo y con la convocatoria de las municipales. Entonces decidirán a su antojo y conveniencia.
En
la primavera llegará el momento de la votación final, coincidiendo con
el juicio en el Supremo y con la convocatoria de las municipales
En este juego de pillos, la pretendida relación causa-efecto entre Presupuestos
y duración de la legislatura es una filfa desde el principio, y ambas
partes lo saben. El respaldo nacionalista a los Presupuestos de hoy no
garantiza nada para mañana, como aprendió Rajoy. Y Sánchez convocará las elecciones cuando le convenga, con Presupuestos o sin ellos. Este matrimonio lleva incorporada la promesa de adulterio.
Dicen las crónicas que el sábado en un mitin Sánchez evocó hasta siete veces a Willy Brandt. Es dudoso que Brandt sea realmente un referente válido para Sánchez, pero pueden estar seguros de que alguien como Sánchez jamás lo habría sido para Brandt
IGNACIO VARELA Vía EL CONFIDENCIAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario