/BERNARDO DÍAZ /EL MUNDO
La diarquía o jerarquía de dos que dirige Podemos acusó el golpe de Errejón, contra quien en un primer instante anunciaron un candidato oficialista a la Comunidad de Madrid. Pero el peso de Carmena en las encuestas -"Carmena no es lo que fue pero es lo más útil que hay", sentenciaba Iglesias en un comunicado previo a la reunión- y la dimisión de Ramón Espinar de todos sus cargos obligaron a recapacitar a Irene Montero, que ofreció una negociación a Errejón para tratar de explorar una candidatura conjunta, al tiempo que le reclamó que no se presentara, deseo que Errejón cumplió. Pero el ilusionismo es inherente a la naturaleza de Podemos: de cara a militantes y votantes ambas partes escenifican diplomacia -Iglesias niega que Errejón sea un "traidor", Errejón llama a "desdramatizar"- para ocultar una descarnada pugna por el poder: el territorial y el orgánico. Ni Iglesias va a aceptar a Errejón más que como otra confluencia de Podemos ni Errejón ha dado este paso para volver a su situación de partida.
Entraña una irónica coherencia el destino de un partido que hizo de la división social la médula de su discurso. Quienes conciben la política bajo el prisma dialéctico amigo-enemigo y se entregan a la paranoia de fuerzas oscuras que rigen el mundo están destinados a sembrar la discordia en sus propias filas y a terminar acusándose de servir a intereses inconfesables. "Destruir Unidos Podemos es condición de posibilidad para la superación de la crisis de régimen", afirma Iglesias, culpando implícitamente a Errejón de ser un quintacolumnista. Su tremendismo retórico delata no solo manía persecutoria sino la consabida vocación antisistema del partido que nació para destruir la democracia del 78 por considerarla ilegítima. Hoy es esa misma democracia la que lleva camino de destruir a Podemos, pero no por caminos oscuros, sino mediante la mera exposición ante la opinión pública de la inoperancia y toxicidad del populismo. Serán los españoles quienes juzguen en las urnas la utilidad de Podemos, pero hoy no cabe dudar de que se trata de un partido en descomposición, que se debate entre el efecto dominó del desafío errejonista y el desesperado intento de su cúpula por conservar una última apariencia de unidad.
EDITORIAL de EL MUNDO
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