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lunes, 11 de septiembre de 2017

18 UNIDADES DIDÁCTICAS

/SEAN MACKAOUI


Pedro Sánchez propuso el jueves una «Comisión de estudio para la evaluación y modernización del Estado autonómico». Es decir, para la aprobación de nuevas cesiones a Cataluña. La iniciativa no tendría más recorrido -el escorpión socialista llega puntual a su cita- si el presidente Rajoy no le hubiera dado su bendición. Y Rajoy es desde anteayer un hombre de Estado. Así que habrá que tomársela con seriedad y ánimo constructivo. Algunas lecciones que podrían ser de utilidad para sus estudiosas señorías:

1. Cataluña ha caído. Ni siquiera es ya el imperio de las formas que glosó Unamuno: una comunidad como la porteña, dotada para la belleza, sofisticada, cool, casi californiana, tan distinta de la vasca. Hasta las Diadas riefenstahlianas. Todo eso ya fue. La manifestación de agosto y el pleno golpista han acoplado la forma al fondo. La barbarie, la vulgaridad y, sí, también la violencia han asomado sus sucias cabezas. El campo ha culminado su conquista de la ciudad. La ciudad es hoy España, ni polvo ni moscas.

2. El nacionalismo moderado es una entelequia. La fase inicial de un proceso que culmina, en el mejor de los casos, en el ridículo y, en el habitual, en la guerra. Dijo Rajoy que «nadie pudo imaginar jamás lo vivido en el Parlament». Cualquiera con un interés por la Historia o los movimientos de masas. El separatismo no es un suflé. Es fanatismo en marcha. No se desinfla solo. Hay que frenarlo. «¡Oh, ah, Forcadell ha pisoteado los derechos de las minorías!». Qué iba a hacer. Para el nacionalismo la minoría no existe porque no existe el individuo.

3. El diálogo con el separatismo es gasolina. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría siente vergüenza democrática. Yo también. La diferencia es que yo no quiero olvidar su foto con Junqueras. La Operación Diálogo no fue una argucia para cargarse de razón antes de Normandía. Fue una prolongación del viejo apaciguamiento: consecuencia del complejo ante el nacionalismo y causa del desamparo en el que han vivido los no nacionalistas en Cataluña durante 40 años.

4. No existía un punto medio entre la Constitución y la secesión. La tercera vía éramos nosotros. Ni las fantasías de Juliana ni el catalanismo devastado de El País. La tercera España nace con el discurso de Fernando Suárez en el debate sobre la Reforma Política. Se plasma en la Constitución. Y sus representantes son los ciudadanos, del mártir Blanco al héroe Boadella, que han dicho siempre a todos los reaccionarios: no, nunca, jamás.

5. El victimismo es inherente al nacionalismo. Y no hay empeño más inútil y contraproducente que intentar disociarlos. El ejemplo es el 9-N. Por no agravar el victimismo nacionalista, el Gobierno agravó el desamparo de las víctimas del nacionalismo. «Nuestro Estado de Derecho puede resultar a veces lento, tímido, desconcertado frente a los que le desafían», dijo Rajoy de sí mismo. «Pero esas apariencias no deben llevarnos a engaño». No fueron apariencias sino hechos. El 9-N marca la biografía del presidente. Es el negro precedente contra el que debe leerse su estupendo discurso del jueves.

6. «En política, la única batalla que se pierde es aquella que no se da». Otra vez el neo-Rajoy, ahora en elogio de la oposición en Cataluña. Tirar a puerta vacía es una grosería: digamos que, cinco años después, juzgaremos al presidente no sólo por sus hechos sino también por sus consejos.

7. «Hay que hacer política». Es un sintagma consensual, que diría un parisien. Lo repiten Arrimadas, Lastra y Colau. ¿Pero qué significa en realidad? Para Sánchez: nuevas cesiones, nuevas naciones. ¿Y para Cs? Hágase política, pero desde una premisa: la única estrategia inédita en España es la deslegitimación radical del nacionalismo catalán. O construimos una alternativa que anteponga los derechos individuales a los mitos y las identidades colectivas. O seguiremos como hasta ahora, ratones en la noria.

8. La lealtad es como la cordura: no se compra. Cataluña ha recibido 65.000 millones de euros del FLA desde la primera macro-Diada, en 2012. El pasado marzo, Rajoy viajó a Barcelona con 4.200 millones de inversiones bajo el brazo. Puigdemont y Junqueras se rieron. Y los empresarios callaron.



9. Lo moral es lo eficaz. Ahora lo digo por el cambio en la posición de Cs respecto a los derechos lingüísticos, en la estela de primer Gobierno de Aznar. Con un agravante. La triste renuncia del PP tuvo premio en forma de investidura. La de Ciudadanos es gratis total. No quedan despojos de Unió a los que seducir. Y sí padres, comerciantes y funcionarios a los que proteger.

10. «Hay que recentralizar la educación con unos contenidos mínimos para una conciencia nacional de España». No lo ha dicho Hazte Oír sino Piqué, presentable a ojos de la Barcelona coqueta. Centrifugación. Despilfarro. Y también algo peor. Retirar una bandera española «porque fue impuesta por las armas» y llamar franquista a Machado: la tiranía de la ignorancia.

11. Periodismo y nacionalismo son incompatibles. La Vanguardia remató su dramático editorial post-golpe invocando la figura de Tarradellas. Qué placer. Sólo falta que publique su carta al director Sáenz Guerrero: «El nacionalismo va a utilizar todos los medios a su alcance para hacer posible la victoria de su ideología frente a España». Es de 1981. De nada sirvió hacer Grande de España al conde de Godó ni agasajar a sus firmas como si fueran Pla o Gaziel. Como tampoco sirvió a El Periódico asumir el editorial único. Una crítica y en la diana de los Mossos d'Esquadra.

12. Las élites han fracasado. En Cataluña contemporizaron, conspiraron y se quejaron, siempre en privado. Incluso hubo quien se sumó con entusiasmo al delirio revolucionario. Los Carulla, los Grífols, un Rodés. En Madrid siguen tumbadas con el mando a distancia: «¡Qué mal lo hace Mariano!».

13. La calle no es nuestra. «Ha empezado la rebeldía en Cataluña», escribió Xavier Vidal Folch. Y el eco se tornó editorial: la rebeldía de funcionarios, de los letrados, de la oposición; de la razón presuntamente mayoritaria y hasta ahora muda. Si fuera así, sería un milagro laico, obrado precisamente a pesar de los que llevan décadas señalando fachas. «Si tú no vas, ellos vuelven», dijo el PSC. La calle sigue siendo suya porque el constitucionalismo nunca la ha reclamado. PP, PSOE y Cs jamás han convocado una manifestación conjunta. Ni siquiera hoy.


14. Ni la hegemonía los legitimaría. El Madrid más frívolo hace encuestas sobre el resultado del 1-O. Y en el prime-time preguntan si los independentistas son mayoría. Aunque lo fueran. Mientras Sánchez no lo modifique, el perímetro es España. Y es a todos los españoles a los que habría que consultar. El 1-O no puede celebrarse porque no es un referéndum sino una apropiación indebida.

15. La verdadera revolución es el pacto español. Sánchez no quiso hacerse la foto con Rivera y Rajoy. A la izquierda española sigue faltándole un hervor. No logra superar el adolescente siglo XX. No comprende que la frontera ya no está entre izquierda y derecha sino entre demócratas y los que no lo son. Y tampoco que los valores republicanos los garantiza nuestra monarquía constitucional.


16. Podemos sí merecía un cordón sanitario. Se asombró Rivera de que los populistas hubieran apoyado la tramitación de la ley del referéndum. No veo la sorpresa. Tampoco en su abstención final. Podemos es una fuerza liquidacionista. Las tensiones entre Iglesias y Fachín son secundarias. Y el discurso de Coscubiela, alpiste para los nostálgicos. La izquierda reaccionaria no estará nunca en la defensa constitucional. A lo sumo, como Colau anoche: tacticista, agazapada para el día después.

17. La Justicia no lo puede todo. La Fiscalía se ha querellado contra los golpistas también por malversación. Pero Puigdemont ya advirtió en el FT: «No quiero ir a la cárcel, pero no hay nada que puedan hacerme que vaya a detener el referéndum». Mambo, mambo, el golpe seguirá. Seamos, pues, «inteligentes y proporcionados»: artículo 155 y Ley de Seguridad Nacional.

18. El Estado tiene el uso legítimo de la violencia. Tan obvio como olvidado en esta Europa del bienestar y la paz perpetuas. Cuando la CUP tome la calle, cuando empiecen a romper cristales, la Barcelona alta y el bajo Madrid tendrán una nueva ocasión para revisar sus prejuicios. Rajoy deberá dar órdenes a Zoido y Trapero aceptarlas. El santo advenimiento del Estado en Cataluña, cortesía del separatismo. Y esta vez, por favor, evitemos el indulto. No lo agradecerían, sino todo lo contrario. Se ha escrito que el nacionalismo necesita una derrota contundente para proseguir su agonía victimista. España también, por los motivos contrarios. El verdadero problema español es la ausencia de autoestima democrática.

Y la prueba es esta ridícula Comisión de estudios a la que nos ha convocado Sánchez.



                                                                  CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO  Vía EL MUNDO 

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