La voz de los nacionalistas es prácticamente la única que se escucha. Su
intensa y larga estrategia de hacerse con todos los resortes del poder y
de la comunicación ha logrado que su discurso sea el único aceptable en
la calle.
Los catalanes marginados de Cataluña… y de España.
En todo este follón de Cataluña se destaca
siempre que los independentistas no llegan a la mitad de los votantes.
Que su mayoría absoluta en el Parlament no se corresponde con el
porcentaje de voto (47,7%) que obtuvieron en unas elecciones que ellos
mismos tildaban de plebiscitarias. Que ser superados por los votantes no
independentistas (50,62%), pese a la enorme participación (77%) y a una
movilización no menos grande de los partidarios de la secesión, fue un
fracaso en toda regla que tratan de tapar ahora con prisas.
Sin embargo, la voz de los nacionalistas es
prácticamente la única que se escucha. Su intensa y larga estrategia de
hacerse con todos los resortes del poder y de la comunicación ha logrado
que su discurso sea el único aceptable en la calle y, lógicamente, el
único audible.
La presión social es muy grande. Un dirigente del Partido Popular catalán protestaba hace unos días: “nos van a linchar”, resumiendo el acoso que los soberanistas han desplegado contra su partido
Sin duda la presión social es muy grande. Un dirigente del Partido Popular catalán protestaba hace unos días: “nos van a linchar”, resumiendo el acoso que los soberanistas han desplegado contra su partido y sus militantes. Los alcaldes del PSC han denunciado las amenazas
que sufren y varias sedes socialistas han aparecido pintarrajeadas, lo
mismo que la tienda de los padres de Albert Rivera. No debe extrañar que
esa mayoría de catalanes que no quieren irse de España se mantenga en
silencio y solo hable en privado, salvo honrosas excepciones.
A
nadie puede exigírsele que sea un héroe y es muy comprensible que
quienes se saben en contra de la corriente que acapara ahora las calles
se refugien en un prudente silencio. Levantar la voz con toda seguridad
les dará problemas en su entorno inmediato y nada les garantiza que vaya
a suponerles ventaja alguna a posteriori. Y ahí está la clave.
Han podido ver cómo año tras año, Gobierno tras
Gobierno, a derecha e izquierda, el resto de España compraba el discurso
de Pujol y daba por bueno que los suyos hablasen en nombre de “los
catalanes”
A los catalanes no nacionalistas seguramente les cabe la sospecha
razonable de que, cuando todo esto se solucione, los nuevos
interlocutores catalanes con el resto de políticos españoles no serán
ellos sino que serán, como siempre, los dirigentes nacionalistas que
entonces queden. Saben que no son parte de la clase dirigente de su
tierra y, sobre todo, que así se ha admitido en el resto de España.
Saben que son mayoría seguramente, pero una mayoría a la que los
nacionalistas desprecian y el resto de españoles no escucha.
Han podido ver cómo año tras año, Gobierno tras
Gobierno, a derecha e izquierda, el resto de España compraba el discurso
de Pujol y daba por bueno que los suyos hablasen en nombre de “los
catalanes”. Me resulta obvio porque igual pasaba con los vascos que no
comulgábamos con el nacionalismo, que soportábamos con decepción que en
el Congreso se llamase “Grupo Vasco” al del PNV, aun cuando hubiera más
diputados vascos en la cámara de otros partidos que del jeltzale. Pero
esos otros no eran “vascos del todo”, eran vascos “a medias”.
El gran éxito del independentismo es que pensemos que los no nacionalistas son españoles trasladados, que no se puede ser catalanista y español
Ver con qué facilidad se compraba en Madrid el
relato nacionalista era desolador para un vasco como yo y supongo que
también lo será para un catalán no independentista. Desolador pero
instructivo. Esa sensación de no ser tenidos en cuenta, de no importar,
es lo que mueve al silencio. ¡Los nacionalistas son los que mandan en tu tierra y los únicos que nos importan en Madrid, tú no te metas en líos!
Esa es la lección que han recibido estos catalanes silenciosos,
marginados por ambos lados. En Euskadi conocemos bien esa sensación,
aunque debo reconocer que a los vascos no nacionalistas al menos nos quedaba el
consuelo de sentir en el resto de España un afecto que no veo que se
ofrezca a los catalanes a los que ahora apelamos.
El
gran éxito del independentismo es que pensemos que los no nacionalistas
son españoles trasladados, que no se puede ser catalanista y español,
que todos ellos han de sentirse españoles de idéntica forma y que, en
fin, no deberían hablar “tanto catalán”. La asombrosa e irresponsable
alimentación de ese discurso tóxico que tanto gusta a los
independentistas, hace sospechar que estos tendrían sedes abiertas en
muchas emisoras, en muchos taxis y en muchas barras de bar de Madrid.
En
demasiadas. Porque lo que consigue es, justamente, alejar a los
catalanes más prudentes, que son los que más queremos y los que más
falta hacen. Sentirse un poco más escuchados y también un poco más
queridos es lo que necesita esa mayoría de catalanes para empezar a ser
cada día menos silenciosa.
CARLOS GOROSTIZA Vía VOZ PÓPULI
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