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jueves, 28 de septiembre de 2017

HABRÁ VIOLENCIA EN CATALUÑA

La movilización de vecinos amañados y estudiantes abducidos permitirá crear una imagen populachera y juvenil, perfecta para el corte televisivo o la portada periodística.

Habrá violencia en Cataluña. EFE

Sí, habrá violencia porque es inherente a los movimientos políticos y sociales que están incluidos en el golpe de Estado. Sus actuaciones seguirán el manual del activista: presencia de grupos por todo el territorio, localizados en puntos estratégicos, activados de forma escalonada a lo largo de la jornada, con una intensidad de menos a más, contando siempre con presencia policial y medios de comunicación para que se visualice el conflicto. Repasemos ahora el manual.

La masa de atrezo

En todos los golpes de Estado hay una parte populachera; esa en la que el grupo golpista saca a su gente a las calles, ya sea con una manifestación, una huelga o la toma de edificios. Es la masa necesaria, de atrezo, construida con propaganda y recompensas. Es esa tropa que sirve de carne de cañón político, tan necesaria desde un punto de vista práctico, para el desorden, la violencia y la intimidación, como simbólico, en una supuesta representación del “pueblo oprimido”. Así ha ocurrido en la historia del siglo XX cuando una oligarquía ha querido sustituir a otra saltándose la ley, y está ocurriendo en el XXI.


¿A quiénes sacarán? En la teoría de movilización de recursos, los golpistas callejeros sacarán a esos dos sectores que controlan, y cuya capacidad de movilización es mayor. Me refiero, primero, a las supuestas asociaciones de ámbito vecinal o local, bien dominadas por los cargos políticos, sus asesores o sus financiados, y, segundo, a los estudiantes, que están en manos de los independentistas desde los niveles educativos más tiernos.

Esta es la razón de que puedan formar “Comités de Defensa del Referéndum” para fiscalizar a los que no voten o estén contra la consulta ilegal
Esta es la razón de que puedan formar “Comités de Defensa del Referéndum” para fiscalizar a los que no voten o estén contra la consulta ilegal, o que los niños hagan el trabajo sucio de los independentistas colocando banderas o coreando consignas que aprenden en clase.

La batalla de la imagen


Los nuevos movimientos sociales –ya no tan “nuevos”- se fundan en la idea de que el sujeto del cambio político no es ahora la “clase obrera”, sino “la gente”. No se busca, por tanto, la foto de la bandera roja sostenida por un hombre con mono azul y casco de minero, sino la de una persona corriente, enfurecida por la injusticia, y maltratada por el sistema.

La movilización de vecinos amañados y estudiantes abducidos permitirá crear una imagen populachera y juvenil, perfecta para el corte televisivo o la portada periodística. Esta será la tropa que tome los lugares estratégicos: los “colegios electorales”, edificios emblemáticos y plazas públicas significativas. Las cámaras estarán esperando ahí el momento del conflicto, tan buscado por los activistas, para visualizar el antagonismo, la desobediencia de la gente común contra una ley que tildan de “fascista” porque no la han impuesto ellos.

El activista, ese revolucionario profesional


En los menguados currículums de los izquierdistas y populistas a menudo solo hay una referencia profesional previa: activista. Es más; alguno de ellos pasó del activismo a la asesoría de un cargo público, y de ahí a otro de representación.

Lenin, contradiciendo a Marx, sentó las bases del revolucionario profesional: un burgués con ínfulas intelectuales que dedica su vida a levantar a las masas para alcanzar el poder. El activismo es el nuevo nombre de esta “profesión”, pero el mecanismo es el mismo. Lo cuenta Slavoj Žižek, un filósofo marxista de moda: es la puesta en práctica de un compromiso político y social con la causa de la transformación global.
Para el activista no hay conflicto particular o aislado, sino muestras del conflicto general, el del capitalismo contra el pueblo
Para el activista no hay conflicto particular o aislado, sino muestras del conflicto general, el del capitalismo contra el pueblo. Esto explica que los izquierdistas de Podemos, confluencias o la CUP tomen una parte tan activa en una cuestión en apariencia burguesa: la construcción de un Estado nacional y capitalista de manos del PDeCAT y ERC. En su manual está escrito que no pueden quedarse al margen, sino que tienen que tomar partido, visualizar el conflicto y canalizarlo hacia su objetivo final: la destrucción del sistema. Si Lenin levantara la cabeza estaría muy satisfecho.

La violencia del activista


La CUP pertenece a la izquierda nacionalista nutrida de las experiencias de la New Left de los movimientos sociales de las décadas de 1960 y 1970. Su modelo es Herri Batasuna (“Unidad Popular”, nombre que los catalanes han adoptado para sus candidaturas). La presencia de Arnaldo Otegi y de miembros de EH-Bildu en Barcelona, y la marcha de autobuses “batasunos” a Cataluña, se debe a algo más que a mera empatía o coincidencia de objetivos: es la visita del maestro al alumno.
Estos izquierdistas, incluido Podemos y sus confluencias, consideran que hay una violencia constante y estructural contra los de abajo
Estos izquierdistas, incluido Podemos y sus confluencias, consideran que hay una violencia constante y estructural contra los de abajo. El acto violento se produce por el funcionamiento de las normas del capitalismo global y de sus Estados. Esa violencia genera una “ justa y legítima reacción ”, ya sea en forma de terrorismo –aquí cabe el yihadista, pero también el etarra-, o de algarada callejera –por ejemplo, rodear el Congreso o el Parlamento de Cataluña-.

Esa “violencia legítima” puede tomar la forma de desobediencia de la “ley capitalista” –el caso de los desahucios, que encumbró a Colau, es un buen ejemplo-, tanto como las performances en lugares públicos, los escraches, o la invasión de las redes sociales. Frente a un sistema violento, dicen, solo cabe la violencia del oprimido. La legitimidad, por tanto, reside en que se trata de una “reacción popular”, pero también en el fin perseguido: la utopía, ya sea nacionalista, socialista, o las dos cosas.

¿Qué hacer, entonces?


Si es seguro que esta violencia, en alguna de sus manifestaciones, va a hacer aparición en torno al día y a la cuestión del referéndum ilegal, ¿qué se puede hacer? Dado que el golpe de Estado tiene dos frentes –el institucional y el callejero-, son dos las tareas: aplicar sobre los políticos golpistas la contundencia de la ley, incluido el artículo 155 de la Constitución para suspender competencias y convocar elecciones, y, por otro lado, coordinar las fuerzas del orden para controlar a los activistas y sus masas de atrezo. Ambas cosas son verdaderamente legales y legítimas.

Ahora bien: tendrá que haber preparado un plan político convincente para el día después, porque si no todo habrá sido en vano.



                                                                                       JORGE VILCHES  Vía  VOZ PÓPULI

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