La movilización de vecinos amañados y estudiantes abducidos permitirá
crear una imagen populachera y juvenil, perfecta para el corte
televisivo o la portada periodística.
Habrá violencia en Cataluña.
EFE
Sí, habrá violencia porque es inherente a los
movimientos políticos y sociales que están incluidos en el golpe de
Estado. Sus actuaciones seguirán el manual del activista:
presencia de grupos por todo el territorio, localizados en puntos
estratégicos, activados de forma escalonada a lo largo de la jornada,
con una intensidad de menos a más, contando siempre con presencia
policial y medios de comunicación para que se visualice el conflicto.
Repasemos ahora el manual.
La masa de atrezo
En todos los golpes de Estado hay una parte
populachera; esa en la que el grupo golpista saca a su gente a las
calles, ya sea con una manifestación, una huelga o la toma de edificios.
Es la masa necesaria, de atrezo, construida con propaganda y
recompensas. Es esa tropa que sirve de carne de cañón político, tan
necesaria desde un punto de vista práctico, para el desorden, la
violencia y la intimidación, como simbólico, en una supuesta
representación del “pueblo oprimido”. Así ha ocurrido en la historia del
siglo XX cuando una oligarquía ha querido sustituir a otra saltándose
la ley, y está ocurriendo en el XXI.
¿A
quiénes sacarán? En la teoría de movilización de recursos, los golpistas
callejeros sacarán a esos dos sectores que controlan, y cuya capacidad
de movilización es mayor. Me refiero, primero, a las supuestas
asociaciones de ámbito vecinal o local, bien dominadas por los cargos políticos, sus
asesores o sus financiados, y, segundo, a los estudiantes, que están en
manos de los independentistas desde los niveles educativos más tiernos.
Esta es la razón de que puedan formar “Comités de Defensa del Referéndum” para fiscalizar a los que no voten o estén contra la consulta ilegal
Esta es la razón de que puedan formar “Comités
de Defensa del Referéndum” para fiscalizar a los que no voten o estén
contra la consulta ilegal, o que los niños hagan el trabajo sucio de los
independentistas colocando banderas o coreando consignas que aprenden
en clase.
La batalla de la imagen
Los
nuevos movimientos sociales –ya no tan “nuevos”- se fundan en la idea
de que el sujeto del cambio político no es ahora la “clase obrera”, sino
“la gente”. No se busca, por tanto, la foto de la bandera roja
sostenida por un hombre con mono azul y casco de minero, sino la de una
persona corriente, enfurecida por la injusticia, y maltratada por el
sistema.
La movilización de vecinos amañados y
estudiantes abducidos permitirá crear una imagen populachera y juvenil,
perfecta para el corte televisivo o la portada periodística. Esta será
la tropa que tome los lugares estratégicos: los “colegios electorales”,
edificios emblemáticos y plazas públicas significativas. Las cámaras estarán esperando ahí el momento
del conflicto, tan buscado por los activistas, para visualizar el
antagonismo, la desobediencia de la gente común contra una ley que
tildan de “fascista” porque no la han impuesto ellos.
El activista, ese revolucionario profesional
En
los menguados currículums de los izquierdistas y populistas a menudo
solo hay una referencia profesional previa: activista. Es más; alguno de
ellos pasó del activismo a la asesoría de un cargo público, y de ahí a
otro de representación.
Lenin, contradiciendo a Marx,
sentó las bases del revolucionario profesional: un burgués con ínfulas
intelectuales que dedica su vida a levantar a las masas para alcanzar el
poder. El activismo es el nuevo nombre de esta “profesión”, pero el
mecanismo es el mismo. Lo cuenta Slavoj Žižek,
un filósofo marxista de moda: es la puesta en práctica de un compromiso
político y social con la causa de la transformación global.
Para el activista no hay conflicto particular o aislado, sino muestras del conflicto general, el del capitalismo contra el pueblo
Para el activista no hay conflicto particular o
aislado, sino muestras del conflicto general, el del capitalismo contra
el pueblo. Esto explica que los izquierdistas de Podemos, confluencias o la CUP tomen una parte tan activa
en una cuestión en apariencia burguesa: la construcción de un Estado
nacional y capitalista de manos del PDeCAT y ERC. En su manual está
escrito que no pueden quedarse al margen, sino que tienen que tomar
partido, visualizar el conflicto y canalizarlo hacia su objetivo final:
la destrucción del sistema. Si Lenin levantara la cabeza estaría muy satisfecho.
La violencia del activista
La CUP pertenece a la izquierda nacionalista nutrida de las experiencias de la New Left de los movimientos sociales de las décadas de 1960 y 1970. Su modelo es Herri Batasuna (“Unidad Popular”, nombre que los catalanes han adoptado para sus candidaturas). La presencia de Arnaldo Otegi y de miembros de EH-Bildu
en Barcelona, y la marcha de autobuses “batasunos” a Cataluña, se debe a
algo más que a mera empatía o coincidencia de objetivos: es la visita del maestro al alumno.
Estos izquierdistas, incluido Podemos y sus confluencias, consideran que hay una violencia constante y estructural contra los de abajo
Estos izquierdistas, incluido Podemos y sus
confluencias, consideran que hay una violencia constante y estructural
contra los de abajo. El acto violento se produce por el funcionamiento
de las normas del capitalismo global y de sus Estados. Esa violencia
genera una “ justa y legítima reacción ”, ya sea en forma de terrorismo –aquí cabe el yihadista, pero también el etarra-, o de algarada callejera –por ejemplo, rodear el Congreso o el Parlamento de Cataluña-.
Esa “violencia legítima” puede tomar la forma de desobediencia de la “ley capitalista” –el caso de los desahucios, que encumbró a Colau, es
un buen ejemplo-, tanto como las performances en lugares públicos, los
escraches, o la invasión de las redes sociales. Frente a un sistema
violento, dicen, solo cabe la violencia del oprimido. La legitimidad,
por tanto, reside en que se trata de una “reacción popular”, pero
también en el fin perseguido: la utopía, ya sea nacionalista, socialista, o las dos cosas.
¿Qué hacer, entonces?
Si
es seguro que esta violencia, en alguna de sus manifestaciones, va a
hacer aparición en torno al día y a la cuestión del referéndum ilegal,
¿qué se puede hacer? Dado que el golpe de Estado tiene dos frentes
–el institucional y el callejero-, son dos las tareas: aplicar sobre
los políticos golpistas la contundencia de la ley, incluido el artículo 155 de la Constitución para suspender competencias y convocar elecciones, y, por otro lado, coordinar las fuerzas del orden para controlar a los
activistas y sus masas de atrezo. Ambas cosas son verdaderamente legales
y legítimas.
Ahora bien: tendrá que haber preparado un plan político convincente para el día después, porque si no todo habrá sido en vano.
JORGE VILCHES Vía VOZ PÓPULI
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