Camino (acelerado) de un nuevo 6 de octubre de 1934
Tras cinco años de agotador bombardeo por parte
del independentismo catalán, martilleo que ha dejado exhausta a gran
parte de la población, no solo en Cataluña sino en el resto de España,
no deja de producir un cierto alivio lo ocurrido ayer en el Parlament.
Por fin parió la burra, que dicen en mi pueblo. Por fin se pasa de las
palabras a los hechos. Por fin los independentistas hacen valer su
rodillo y se lanzan a aprobar las leyes ilegales. Leyes redactadas en
secreto, que no se pueden debatir ni recurrir y que derogan a las bravas
toda la legislación anterior. Esto ha pasado. Ya están fuera del Estado
de Derecho, y lo están clara, explícita y conscientemente. Ahora llega
la hora del Estado, el momento de aplicar la Ley con toda su
contundencia y todas sus consecuencias.
Tremendo el espectáculo que ayer nos ofreció el Parlamento de Cataluña, con la mayoría indepe
pisoteando los derechos de la oposición y, por extensión, los de
millones de catalanes que siguen negándose a “combregar amb rodes de
molí”. Ayer la mayoría independentista se ciscó una vez más en todo tipo
de leyes, normas y reglamentos, empezando por el Estatuto de Cataluña,
siguiendo por el propio reglamento de la Cámara autonómica y terminando
por esa Constitución del 78 que votó una abrumadora mayoría de
catalanes. Por ciscarse se ciscaron en el aviso de los letrados de la
Cámara, con el Letrado Mayor y el Secretario General del Parlament
respetando la ley y dando una lección a la señora Forcadell, el ariete talibán de este “golpe a la democracia” como acertadamente lo definió Albert Rivera,
este golpe de Estado largamente anunciado que coloca a España ante una
de esas piedras miliares que jalonan siglos de atribulada historia.
Hablar en términos pacificadores sería engañar,
jugar al “aquí no pasa nada” al que ha estado apostando el Gobierno
Rajoy durante los últimos seis años. Aquí están pasando muchas cosas. Y
todas muy graves.
Lo de ayer en el parlament
de Cataluña fue de vergüenza ajena, sí, pero fue mucho más que eso.
Porque los golpes de Estado no son batallas florales, ni concursos de castells, ni campeonatos de bertsolaris.
Por golpe de Estado entendemos el intento, por parte de militares
rebeldes y/o civiles sediciosos, de toma del poder político de forma
violenta, vulnerando la legitimidad institucional establecida en un
Estado. Un punch protagonizado por una minoría conculcando derechos y libertades de la mayoría. Lo de ayer en el parlament
nos coloca, por eso, a las puertas de un conflicto que inevitablemente
será violento y muy probablemente comportará el derramamiento de sangre.
Ninguna revolución se ha saldado con claveles en el cañón de los fusiles, salvo aquella peculiar portuguesa propiciada por el desplome de un régimen que se caía a pedazos como fue el de Salazar. Hablar en términos pacificadores sería engañar, jugar al “aquí no pasa nada” al que ha estado apostando el Gobierno Rajoy durante los últimos seis años, los cuatro primeros con mayoría absoluta. Aquí están pasando muchas cosas. Y todas muy graves.
Ninguna revolución se ha saldado con claveles en el cañón de los fusiles, salvo aquella peculiar portuguesa propiciada por el desplome de un régimen que se caía a pedazos como fue el de Salazar. Hablar en términos pacificadores sería engañar, jugar al “aquí no pasa nada” al que ha estado apostando el Gobierno Rajoy durante los últimos seis años, los cuatro primeros con mayoría absoluta. Aquí están pasando muchas cosas. Y todas muy graves.
Caminamos
aceleradamente hacia un nuevo 6 de octubre de 1934. Lo ocurrido aquel
día trágico es de sobra conocido. Al caer la tarde, el presidente Companys, escoltado por sus consellers, salió al balcón del palacio de la Generalitat para pronunciar el discurso de proclamación del Estat Català. Lo que hizo a continuación fue llamar al general Domingo Batet, máxima autoridad militar en Cataluña, para ordenarle que se pusiera a sus órdenes. Tras escuchar la alocución de Companys, el director del diario La Vanguardia, Agustí Calvet, el famoso Gaziel,
se mostró consternado. Vale la pena reproducir su comentario: “Es algo
formidable. Mientras escucho me parece que estuviera soñando.
Eso es, ni más ni menos, una declaración de guerra. ¡Y una declaración de guerra —que equivale a jugárselo todo, audazmente, temerariamente— en el preciso instante en que Cataluña, tras siglos de sumisión, había logrado sin riesgo alguno, gracias a la República y a la Autonomía, una posición incomparable dentro de España, hasta erigirse en su verdadero árbitro, hasta el punto de poder jugar con sus Gobiernos como le daba la gana! En estas circunstancias, la Generalidad declara la guerra, esto es, fuerza a la violencia al Gobierno de Madrid, cuando jamás el Gobierno de Madrid se habría atrevido a hacer lo mismo con ella”.
Eso es, ni más ni menos, una declaración de guerra. ¡Y una declaración de guerra —que equivale a jugárselo todo, audazmente, temerariamente— en el preciso instante en que Cataluña, tras siglos de sumisión, había logrado sin riesgo alguno, gracias a la República y a la Autonomía, una posición incomparable dentro de España, hasta erigirse en su verdadero árbitro, hasta el punto de poder jugar con sus Gobiernos como le daba la gana! En estas circunstancias, la Generalidad declara la guerra, esto es, fuerza a la violencia al Gobierno de Madrid, cuando jamás el Gobierno de Madrid se habría atrevido a hacer lo mismo con ella”.
Está en juego España, no solo Cataluña
A Batet le bastaron menos de 24 horas para reducir a los sediciosos. He aquí parte de lo que dijo en su discurso radiado a la mañana siguiente: “Catalanes y españoles, breve ha sido la jornada de esta noche. (…) Después de mucho rato de tiroteo entre las fuerzas de la República y los elementos adictos a la Generalidad, que pudo emplear otros procedimientos en defensa de ideales que no deben apoyarse en la fuerza, el Gobierno de la Generalidad telefoneó al Estado Mayor de la División, diciendo que comprendía era inútil continuar la resistencia y ofreciendo rendirse. Como los rebeldes me habían aislado se empleó algún tiempo en dar a la fuerza de mi mando las órdenes oportunas, y por eso la lucha ha continuado más tiempo del necesario. Es lastimoso lo ocurrido. Yo lo siento como catalán, primero, y como español, después. En un régimen de democracia, que tiene abiertos todos los caminos para todas las aspiraciones que se encuadran en el Derecho, ¿qué necesidad tenían de acudir a la violencia, de traer tan graves trastornos a la región que ellos dicen amar, y que yo amo más que ellos?”
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