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sábado, 23 de septiembre de 2017

NI SALVAJES NI MARIONETAS NI PITUFOS. HOMBRES.



El olor ingrato y el sabor amargo que en mis reflexiones de ayer dejara la nueva barbarie terrorista en Londres, que me llevaba incluso a presagiar la muerte de la esperanza, esta mañana se alivia al leer el cap. 17 de los Hechos de los Apóstoles, y rememorar el novedoso lance de San Pablo en el Areópago de Atenas con las fuerzas vivas de la intelectualidad pagana del momento. 

Es una peripecia insólita del incipiente Cristianismo. Grecia significaba el emporio de la razón teórica, como Roma lo era de la razón práctica. La filosofía griega y el derecho romano eran dos cimas del progreso en dos planos complementarios de la racionalidad del hombre. Y el debate del Areópago insinúa una tercera cima del desarrollo humano.

Saulo de Tarso –hombre de ideas y consecuente consigo mismo antes y después de hacerse crisitiano, y “activista” de sus convicciones antes y después de ello- estaba en Atenas en misión de difundir el Evangelio de Jesús. Era el tipo de hombre para el lugar y el tiempo: con pasaporte romano que diríamos hoy, sin complejos de niño ante la defensa de lo que estima “la verdad” y con el valor que da la fe sentida a los hombres hechos a medida –el fuera de serie que se diría también hoy.

Antes de llegarse al santuario del saber y el discernir, había paseado por el agora”–plaza y mentidero de la ciudad- para hacerse al terreno. Y lo que observó fueron muchos simbolismos religiosos por las calles y plazas. Los pensadores griegos, los estoicos y epicúreos, no se rasgaban las vestiduras porque en la “polis” se diera fe pública de la dimensión religiosa del hombre que el saber griego daba por descontada. 


Eran serios aquellos pensadores, de la estirpe de Sócrates y Platón, de Aristóteles y Plotino, y todos ellos –sin renegar del pensamiento y la razón y sin taras mentales de ninguna clase- convivían unos con sus Zeus, Minerva, Venus o Mercurio y otros con sus dudas y escepticismos. Incluso a un advenedizo para sus iideas como era Saulo de Tarso le dieron cancha de respeto y diálogo en el foro de sus discusiones y polémicas sobre todo lo que al hombre no fuera ajeno.

Desde la altura del Areópago ¡que extramos se ven los apriorismos, los pre-juicios y los alegatos al “progreso” de los “mentecatos” –de “mentis captus” = cerrados de mente o de mollera- de la postmodernidad del culto a lo efímero o lo frívolo y de la sustitución automática de lo verdadero por lo útil! ¡Qué lejos se queda aquello…!

Es de gozosa modernidad la escena que describen los Hechos o Crónicas de los Apóstoles en ese capítulo 17.

“Atenienses, veo que sois sobremanera religiosos porque, al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto, he hallado un altar en el que está escrito “Al dios desconocido”. Y el Apóstol de Jesús les intima que “Ese, al que, sin conocerle, veneráis es el que yo os anuncio”. 

 Las palabras –razonables- que les dice terminan invitando a los hombres y a los pueblos a que “busquen a Dios y siquiera a tientas le hallen” porque “no está lejos de nosotros”, “porque en Él vivimos, nos movemos y existimos” y porque, como algunos “de vuestros poetas han dicho, somos linaje suyo… Y, siendo del linaje de Dios no debemos pensar que la divinidad es semejante ao oro o la plata y la piedra, obra de arte y del pesamiento humano”. Cuando les habló de la resurrección de Jesús, algunos se rieron, otros le propusieron dejar eso para otra ocasión y algunos creyeron.

Fabulosa lección civilizada, de libertad, de amor a la verdad y tolerancia constructiva la que brindan juntos, Pablo y los atenienses, a todos los hombres y tiempos de la Historia humana. Eso de que unos se rieron, otros dudaron y algunos creyeron, sin que asomaran los puñales o corriera la sangre, bien pudiera ser la primera Carta de la tolerancia, mucho antes de las de Locke o Voltaire, escrita por un creyente y unos atenienses eruditos…

Si la gran salvajada de ayer mataba la luz de un amanecer radiante; si mis pensamientos y reflexiones se contagiaban de pesadumbres impropias del vigor de la esperanza, hoy –sin quitarle un ápice a la pedantería, frivolidad, inversión provocadora de los valores hasta volverse sustancia lo que es circunstancia o fondo lo que sólo es forma, etc. de la deconstrucción postmoderna-, hoy –he de repetirlo- me avengo al menos a soñar que aún tienen o pueden tener futuro la verdad, la justicia, el amor y ese armónico aglomerado de valores que hizo nuestra civilización occidental: el pensamiento griego; el orden social romano; y la espiritualidad cristiana.

San Pablo en el Areópago -ciudadano romano, activista cristiano y sin complejos ante la verdad como es propio de una racionalidad adulta- bien pudiera verse hoy como parte -al menos- de la solución al problema del hombre actual, a que el papa Francisco aludía en el viaje a Egipto, cuanto invitaba a salirse de todo extremismo y hacerse a navegar por aguas de racionalidad serena, sin concesiones ni al fanatismo ni a la sinrazón ni a la idiotez de los complejos.

Hace pocos días, un amigo del alma con el que converso alguna vez sobre temas jurídicos –que nos son comunes-, y también de pensamiento y hasta de poesía, asiduo como yo en lectura de poetas audaces, me invitaba a pensar un menudo verso de los Proverbios y Cantares de A. Machado, por el que mostraba una predilección no exenta de curiosidad. Ese tan escueto que dice que “Hoy es siempre todavía”.

Creo que la metafísica poética de A. Machado, tan pródiga y feliz o acertada para quien sea lector sagaz del mismo, lleva en esas frase e idea un envite abierto a interpretaciones y reflexiones saludables; valioso para no perder la fe en el hombre ante realidades como la salvajada de ayer en Manchester. Este verso lo tengo yo también subrayado en la poesía y obra de A. Machado. Con gusto me brindo al deseo de mi amigo para, a vuela pluma, pulsar en él la batuta de mis reflexiones de hoy.

Hoy es siempre todavía. Sea mi frase del día de hoy.

El enigma del verso de Machado me lleva, me arrastra, me alegra el corazón y me aventa la garganta al modo como los “aires del pueblo” llevaban, arrastraban, alegraban el corazón y aventaban la gargante de otro poeta, esta vez Miguel Hernández, el de las
 nanas en sus prisiones y en sus sueños. ¿Qué quiere decirme hoy, tras la salvajada de Londres y de todos los demás lugares, el “Hoy es siempre todavía” de A. Machado?

No he de ser largo porque ya lo de hoy va de largo. Sólo esto.

Si partimos del humanismo del poeta, para quien ser hombre es el más alto escalón a que puede aspirar un ser humano, parece lógico volcar las cuatro palabras del verso en una idea. Ante los hombres y el reto de serlo, válido para todos, hasta los más indigentes del alma o del cuerpo o de las dos cosas (variedad ésta tan real o más que las otras), el tiempo en que han de conjugarse los verbos “ser” y “estar” ha de ser el presente, sin clavarse en un “pasado” que no ha de olvidarse pero no vivirse, ni habitar ya en un futuro que no es aún si bien haya de prepararse desde el presente.

“Hoy es siempre todavía”. La breve frase, más que axioma, es realmente una bandera de humanismo del bueno. Si la duda y el error, que son señales 
de la congénita menesterosidad humana y por tanto expresivas de limitaciones, pueden volverse positivas para quien aspire a ser hombre y no le satisfaga quedarse en muñeco ni robot, el poeta en cuatro palabras alza un reto a favor de la esperanza. “Hoy es siempre todavía”. La duda es un preludio y el error, un cálculo equivocado de la verdad. Embridar la duda y volverse del error es la doble oportunidad que al presente del hombre brindan esas cuatro palabras del poeta. Hasta mirando estupefactos a la salvajada de Manchester pueden saludar a la esperanza.

Mi amigo quizás no se aquiete con esto porque es avaro en mirar a conciencia el reverso de todas las medallas. Si me ayuda, juntos iremos más lejos aún en esto de ver en todo hombre un candidato a ser hombre y no lo otro, un salvaje, una marioneta, un pitufo o una mala persona. 



                                   SANTIAGO PANIZO ORALLO      Vía blog CON MI LUPA

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