Los orígenes del conflicto que ha llevado a Cataluña a la actual situación de enfrentamiento con el Estado se han abordado ya desde todos los prismas. Desde el político, alegando a los recursos del Tribunal Constitucional al Estatuto aprobado por el Parlament hace más de una década. Desde el económico, aludiendo al autoproclamado “expolio fiscal” que los políticos separatistas blanden desde hace años. También desde el dialéctico, con los constantes rodeos alrededor del concepto de las ‘naciones’ y su encaje en la Constitución.
Hace unos días el ex ministro socialista y ex presidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell, se refería sin embargo a la “división etnolingüística” que en su opinión esconde el proceso independentista. A saber: que las clases medias y bajas que hablan predominantemente en castellano están contra la independencia, mientras que las clases medias y altas que se expresan habitualmente en catalán están a favor.
Los datos, en líneas generales, dan la razón a Borrell. Según la segunda oleada de 2017 del Barómetro de Opinión Política del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat, por lo menos. A la pregunta directa: “¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente?”, las respuestas entre clases sociales difieren decisivamente. En la clase baja, el ‘Sí’ logra un 27,6% y el ‘No’ un 60,5%. En la media-baja también se impone el ‘No’ con claridad: 51,8% contra 38,4%. La victoria del ‘No’ se mantiene, por los pelos, en la mayoritaria clase media: 46,7% contra 45,6%.
Poniendo todos los datos en conjunto, resulta que el ‘No’ a la independencia se impondría en un referéndum legal y pactado con el 49,4% de los votos, frente al 41,1% que votarían por la secesión.
Estos porcentajes, a grandes rasgos, coinciden también con los últimos disponibles sobre la realidad lingüística catalana, plasmados en la Encuesta de Uso Lingüístico publicada en el año 2013 por el Instituto de Estudios Estadísticos de la Generalitat. Según la última publicación disponible, correspondiente al año 2013, el 47,5% de la población se identificaba con el castellano como lengua propia, por el 36,4% que lo hacían con el catalán. El 7% respondía que con ambas, un 2,1% con el árabe y un 2,5% con “otras lenguas” sin especificar cuales.El 47,5% de los catalanes se identifica principalmente con la lengua castellana, por el 36,4% que lo hace con el catalán
El dominio identitario del castellano era especialmente relevante en el área metropolitana de las capitales de provincia, mientras que el catalán se imponía con rotundidad en regiones como las comarcas gerundenses o las tierras del Ebro.
33 apellidos castellanos
En Cataluña, por tanto, y según los últimos datos publicados por la propia Generalitat, manda el ‘No’ a la independencia y manda el castellano como lengua de identificación. Pero manda otra cosa, con bastante mayor rotundidad: el origen de sus ciudadanos, reflejado de forma meridiana en las listas de apellidos que publican el Instituto Nacional de Estadística (INE) y el Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat).
Para encontrar el primer apellido catalán hay que bajar al puesto 34: Ferrer. Y después de este: Vila (37º), Soler (38º), Serra (40º), Vidal (44º), Puig (46º) y Martí (47º). En Tarragona la situación es similar, aunque Martí, Ferré, Vidal y Solé se cuelan en el top-25. En Lérida, Solé (9º) y Farré (11º) tiran hacia arriba del catalanismo nominal mientras que en Gerona Vila (9º), Serra (17º) y Soler (19º) lo hacen del mismo modo.
Esta, por tanto, es una realidad social que dibuja a una Cataluña demográficamente diversa, receptora como ha sido siempre de movimientos de población internos, culminados en la presidencia de la Generalitat del socialista José Montilla, nacido en Córdoba. En los últimos días, de hecho, se lanzó en redes sociales una campaña nombrada #YoTambiénSoyCharnego en la que ciudadanos favorables al independentismo presumían de apellidos castellanos para demostrar la transversalidad del movimiento soberanista.La Cataluña demográficamente diversa no tiene traslado a las élites independentistas, colmadas de apellidos puramente catalanes
Una transversalidad que existe sin duda en la base del movimiento, pero en absoluto entre sus élites.
En ese sentido resulta especialmente interesante el análisis realizado en el año 2015 por el sociólogo Alejandro Macarrón, a petición del eurodiputado Enrique Clavet (UPyD), titulado Características demográficas fundamentales de la Cataluña y el País Vasco españoles -nombrado así para dejar fuera del estudio territorios como el Iparralde vasco-.
En él, Macarrón ofrece un dato autoexplicativo: “Como anécdota (o categoría) a destacar, los cinco apellidos más comunes en Cataluña son García, Martínez, López, Sánchez y Rodríguez. Entre el 8% y el 9% de la población catalana desde 1980 tiene uno de estos cinco primeros apellidos. Pero ninguno de los 102 diferentes consellers del gobierno catalán desde 1980 ha tenido ninguno de ellos como primer apellido, y sólo dos tienen un segundo apellido de esta lista de cinco apellidos principales”. Ejemplos de estas excepciones se encuentran en el último gobierno de Artur Mas, que incluía a los independientes -no afiliados- Boi Ruiz García y Pilar Fernández Bozal como consejeros de Salud y Justicia, respectivamente.
Este dominio es palmario si se acude a los 10 cabezas de lista presentados en cada provincia por Junts pel Sí en las elecciones autonómicas del 27 de septiembre de 2015:
Por Barcelona:
- Raül Romeva
- Carme Forcadell
- Muriel Casals
- Artur Mas
- Oriol Junqueras
- Eduardo Reyes
- Oriol Amat
- Neus Munté
- Marta Rovira
- Jordi Turull
- Lluís Llach
- Anna Caula
- Carles Puigdemont
- Roger Torrent
- Natàlia Figueras
- Dolors Bassa
- Lluís Guinó
- Jordi Munell
- Sergi Sabrià
- Maria Dolors Rovirola
- Josep Maria Forné
- Carmina Castellví
- Albert Batalla
- Bernat Solé
- Violant Cervera
- Montserrat Fornells
- Marc Solsona
- Antonio Balasch
- David Rodríguez
- Ramona Barrufet
- Germà Bel
- Montse Palau
- Albert Batet
- Ferran Civit
- Montse Vilella
- Lluís Salvado Tensesa
- Jordi Sendra
- Meritxell Roigé
- Teresa Vallverdú
- Carles Prats
Tampoco hace falta decir que la presencia de apellidos castellanos en la actual composición del Govern brilla por su ausencia: Puigdemont, Junqueras, Turull, Romeva, Borràs, Forn, Mundó, Vila, Bassa, Rull, Serret, Comín, Puig y Ponsatí.
La excepción a esto, claro, es Gabriel Rufián, el diputado de ERC que el pasado mes de marzo de 2016 se plantó en la tribuna del Congreso para soltar un discurso que tuvo que ser cortado por Patxi López, entonces presidente de la Cámara: “He aquí su derrota y nuestra victoria, porque soy charnego e independentista”.
Rufián (como su compañero de escaño por Tarragona, Jordi Salvador), representa una ruptura con una circunstancia sin duda anómala, pero que se ha mantenido estable durante casi cuatro décadas y a la que el sociólogo Macarrón pone cifras, recogiendo la serie histórica de consejeros: “La probabilidad de que ninguno de esos 102 consellers haya portado como primer apellido ninguno de los cinco más frecuentes en Cataluña, si esto fuese resultado del puro azar porque el apellido de las personas no contase a la hora de ser nombrado conseller, no superaría el 0,02%”. Queda claro que no es el caso.
MIGUEL RIAÑO Vía EL INDEPENDIENTE
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