En el último Meeting de Rímini, este gran encuentro anual que organiza Comunión y Liberación, Olivier Roy acuñó
una visión de la Yihad dotada de un gran poder explicativo, al
aplicarles el concepto de religión sin cultura. Y es muy exacto toda religión desarrolla una cultura de la que se nutre
y que, a su vez, constituye el marco de referencia mundano dentro del
cual vive la región. La medida de la universalidad de esta última se
expresa precisamente por su mayor o menor facilidad para que su cultura
devenga universal. Es lo que acaece con el cristianismo. En el otro
extremo, el hinduismo, una de las grandes religiones del mundo, porque
800 millones de seguidores son muchos, da pie a una cultura
prácticamente étnica.
Como describe Roy, los yihadistas se caracterizan por un perfil que denota su ignorancia, su falta de pertenencia a alguna de las tradiciones musulmanas.
Una cuarta parte de los que hacen la yihad son convertidos,
mayoritariamente inmigrantes de segunda generación. Señala como ejemplo
de esta carencia cultural el caso del imam de Vic, que se autoproclamó
con tal función, sin ningún tipo de preparación y después de pasar por
la cárcel. Son personas que vivían en Europa, pero rechazan lo que ella
les ofrece como vida personal. Su cultura de la muerte entronca
perfectamente con la tradición nihilista surgida en occidente. Podríamos
decir que de la misma manera que el Pol Pot
y Stalin y sus respectivos y sanguinarios regímenes surgieron del
marxismo, pero ni mucho menos lo reasentaban, pero sin el marxismo no se
hubieran producido, la Yihad surge del islam, no lo representan, pero han encontrado en el Corán lo que buscaban.
Pero esa es solo una cara de la moneda, la de la religión sin cultura,
pero existe la otra, la que es propia de Occidente y que hace posible
que los yihadistas surjan de entre nosotros. Se trata de la actual
manifestación de la cultura occidental, que se pretende sin religión,
que la proscribe. Es una cultura sin religión, que es el fundamento de
la sociedad desvinculada, donde el deseo individual, su satisfacción, es
la única norma que debe imponerse, destruir o transformar todo
compromiso, todo vinculo que se le oponga. Vivimos la apoteosis de la
contracultura clásica. En ella, la realización de cada persona consistía
en el máximo cumplimiento de sus vínculos sociales, personales, lo que
llevaba a una jerarquización extrema, porque la realización del
campesino no radicaba en convertirse en burgués, sino en ser excelente
como agricultor. Aquella cohesión y falta de movilidad social llegó a
ser asfixiante, la dinámica actual, su opuesto, es desintegradora de la
comunidad, y por ello de lo humano, y no ofrece a muchas personas las
respuestas básicas para la vida, porque una cultura sin religión es estéril para las preguntas y anhelos más profundos del corazón del hombre.
Si la yihad europea se forja en una religión sin cultura, necesita, para surgir, una cultura sin religión.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
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