Solo hay un aliado del nacionalismo más peligroso que la pasividad: la estupidez. EFE
“Estamos especializados en una armoniosa repetición de la estupidez”. La frase se atribuye a un barcelonés del Raval, Terenci Moix, quien seguramente encontraría hoy, sin alejarse demasiado del que fuera su epicentro vital, y de no haber fallecido antes de tiempo, infinidad de razones y circunstancias que ratificarían su opinión. Empezando por esa actitud chulesca, altanera y amenazante del independentismo más retrógrado que, contra toda razonabilidad, ha provocado la mayor crisis de convivencia de la historia de Cataluña.
Ni siquiera Franco consiguió dividir tanto a los catalanes como Junts pel Sí y la CUP. Probablemente, como ha apuntado Félix Ovejero , esta, la división, no sea una consecuencia casual, sino causal e imprescindible para el independentismo excluyente (valga la redundancia), pero de lo que no hay duda es de que estamos ante la más grande y trágica estupidez perpetrada por cualquiera de los partidos que han pintado algo en España. Y eso que aquí, en materia de disparates políticos, tenemos ejemplos para dar y tomar.
Es tan grande la insensatez, se adivinan tan funestas y empobrecedoras sus consecuencias, en caso de éxito, que poco a poco se iba abriendo paso la tesis de que la mejor respuesta era justo la opuesta: la que evitara excesos y sobreactuaciones, y contrapusiera proporcionalidad y sensatez a la enajenación nacionalista. Las aciagas sesiones en las que la mayoría indepe ofició en el Parlament el funeral de la democracia representativa en Cataluña, situaban el secesionismo a la defensiva por primera vez en mucho tiempo.
Pero a partir de ahí, envalentonados, y como si le hubieran quitado de repente el tapón a la lámpara, emergieron magos con su particular fórmula curalotodo y encendidos defensores de la victoria por aplastamiento, como si el problema fuera a desaparecer después del 1-O. Y empezaron a suceder cosas que poco o nada tienen que ver con la teórica inteligencia volcada en la estrategia de respuesta. Por ejemplo, el registro sin certezas probatorias, y sobre todo sin realizar un cálculo previo en términos de costes de imagen, de un medio de comunicación. Subvencionado por la Generalitat , sí; correa de transmisión del secesionismo, sí; instrumento de propaganda en nada concorde con lo que se entiende por libertad de expresión, sí; pero también regalo imprevisto (su registro sin consecuencias) para sembrar dudas en el frente de los indecisos y alimentar la consigna del Estado opresor.
Luego pasó lo de Madrid. Ya se sabe: siempre hay un juez a mano para convertir un descosido en un desgarrón irreparable. Al PP capitalino no se le ocurrió otra cosa que reclamar su cuota de protagonismo y pidió la suspensión de un acto en favor del referéndum, alegando que se iba a celebrar en locales pertenecientes al Ayuntamiento. El Juzgado de lo Contencioso número 3 le dio la razón al PP y prohibió el evento. Discutible desde un punto de vista legal; y manifiesta torpeza en términos de oportunidad. De aplicar el mismo criterio con efecto retroactivo, no se habrían celebrado la mayoría de actos en los que, usando establecimientos municipales, se ha reivindicado la independencia de Cataluña o País Vasco.
Y por último, lo de los 712 alcaldes desobedientes citados a declarar bajo apercibimiento de detención. Nada que objetar en lo que afecta al fondo, a la insoslayable aplicación de la ley. Pero todo que oponer a la forma elegida, a la nula capacidad de análisis, prospectiva y sentido de los tiempos políticos de la Fiscalía. Y no solo creo que la citación masiva es un error por lo que destaca Ignacio González Vega, portavoz de Jueces para la Democracia ("Estoy en línea con las decisiones del Gobierno, pero con esto no puedo estar de acuerdo. No se puede inculpar a colectivos completos"), que también, sino por el extraordinario rendimiento que le está sacando el independentismo a esta estrategia de la Justicia.
La Diada fue un fracaso en términos de repercusión en los medios extranjeros. Lo de los 712 alcaldes es un caramelo informativo, un espectáculo; otro regalo inesperado que viene a alimentar precisamente el flanco más anémico del independentismo, vital para la consecución de sus fines: la comprensión internacional . El reguero de declaraciones y detenciones de alcaldes ofrece al independentismo una cuota de pantalla con la que no contaban. Un protagonismo complementario que reduce el campo de juego mediático del constitucionalismo ¿No se podía haber hecho de otra forma?
Ya sé que muchos opinarán que no, que no podía hacerse de otra forma, que ya era hora de actuar. Que el único lenguaje que entienden estos insensatos es el de la mano dura. No estoy del todo de acuerdo. La contundencia y la firmeza no están reñidas con la inteligencia y la eficacia. Y este es un problema que tiene que ver con el respeto a la ley, pero también con el adecuado manejo de la comunicación y de la imagen. En realidad siempre ha sido cuestión de imágenes, territorio en el que el constitucionalismo ha sido sistemáticamente derrotado. Ahora, para ganar esta batalla, y después de años de incomparecencia, lo que recomienda el sentido común no es la sobreactuación, sino una adecuada mezcla de prudencia y acción, de sensatez y contundencia legal y democrática.
Rajoy tiene razón: sería un error dejar la iniciativa del pulso contra el nacionalismo catalán en las manos exclusivas del nacionalismo español. Ya lo dijo Oscar Wilde: “No hay otro pecado que la estupidez”.
AGUSTÍN VALLADOLID Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario