El
nacionalismo, del que François Mitterand en la lucidez de su agonía
afirmó que era “la guerra”, acumula un legado de muertes, destrucción y
barbarie realmente sobrecogedor. Es éticamente inaceptable,
políticamente perturbador e irrealizable en la práctica si ni no es
mediante una violencia extrema. De hecho, los partidos nacionalistas de
raíz identitaria deberían estar prohibidos. Basta recordar lo que los
nacionalismos vasco y catalán nos han aportado en España a lo largo del
último siglo para advertir que son un componente inequívocamente
negativo de nuestro devenir colectivo.
Ahora mismo, el golpe de Estado
que se está perpetrando por parte del Gobierno de la Generalitat
catalana y por la mitad de su Parlamento nos está costando un precio
altísimo en términos de división social, energías perdidas, cuantiosos
perjuicios económicos y desprestigio internacional. Del nacionalismo
identitario no podemos esperar nunca nada bueno. En su versión benigna,
como apuntó sagazmente Albert Boadella, es como una ventosidad, que
molesta a todo el mundo menos al que la emite, y en su modalidad maligna
produce matanzas en masa, fosas comunes y devastación sin límites.
Suárez, González, Aznar, Zapatero y Rajoy han
consentido o incluso auspiciado todos los abusos, deslealtades e
incumplimientos flagrantes de las sentencias de los tribunales de los
nacionalistas catalanes
Pese a estas evidencias que la experiencia
histórica ha acumulado para el que las quiera ver, las elites políticas
que diseñaron la Transición construyeron un Estado cuya estructura
territorial -disfuncional, ineficiente y carísima- tiene por objeto dar
satisfacción a los nacionalistas, en otras palabras, el Estado de las
Autonomías se apoya conceptualmente en las tesis de los particularismos
étnico-lingüísticos. A partir de aquí sucesivos Presidentes del Gobierno
de la Nación, Suárez, González, Aznar, Zapatero y Rajoy han consentido o
incluso auspiciado todos los abusos, deslealtades e incumplimientos
flagrantes de las sentencias de los tribunales de los nacionalistas
catalanes.
Curiosamente, España es el único país del mundo con un
sistema político pensado para que aquellos que quieren destruirlo
dispongan de los instrumentos institucionales, culturales, educativos,
financieros y de creación de opinión para hacerlo con toda comodidad.
Baste decir al respecto que no hay otro Estado sobre la tierra en el que
en una parte de su territorio nacional las familias no pueden
escolarizar a sus hijos en la lengua oficial de ese Estado.
Como
era de esperar, los nacionalistas han hecho buen uso de las armas que
se han puesto en sus manos y se han dedicado incansables durante
cuarenta años a preparar el asalto final que estos días tiene a España
en vilo. Valiéndose de su control de las aulas, de los medios de
comunicación públicos y del dinero que la Hacienda común les ha ido
suministrando con largueza, han conseguido, gracias a la pasividad de
las instancias centrales, lavar el cerebro de una parte apreciable de la
sociedad catalana a base de mentiras, tergiversaciones, inventos y
subvenciones. En realidad, lo asombroso de este ataque implacable al
imperio de la ley y a la convivencia no es lo que los nacionalistas han
hecho y hacen, sino lo que no han hecho ni hacen a estas alturas todavía
los dos grandes partidos nacionales.
Un golpe es un acto ilegal de fuerza y que la ley es
impotente para impedirlo si no va acompañada a su vez de una fuerza
superior
Por tanto, no hay nada que nos pueda sorprender
porque el golpe estaba cantado. Llegados a este punto de confrontación
inevitable, lo que Rajoy ha de comprender es que un golpe es un acto
ilegal de fuerza y que la ley es impotente para impedirlo si no va
acompañada a su vez de una fuerza superior. Las zarandajas pusilánimes
sobre la proporcionalidad, la serenidad y la tranquilidad, ya no sirven.
Tiene que actuar de manera rápida, contundente y efectiva, sin que
exista la menos duda sobre su determinación y sobre el irresistible
poder del Estado. Liquidado el putsch y con sus responsables debidamente
inhabilitados, multados o, si procede, encarcelados, viene la segunda
parte, la de ir al fondo del problema y acometer las reformas de nuestro
sistema político y de nuestro derecho primario que hagan desaparecer de
nuestro ámbito público cualquier fuerza política inspirada por ideas
incompatibles con los valores occidentales de libertad, igualdad,
democracia y respeto a la ley. Todo lo que no sea eso, es perder el
tiempo.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
No hay comentarios:
Publicar un comentario