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sábado, 30 de septiembre de 2017

TIEMPO DE LOS ENANOS...



La educación pasa por ser el mejor salvoconducto de la libertad del hombre, el mejor valladar contra la tiranía que se lance contra ella. 

Nuestro clásico F. de Quevedo y Villegas, en el cap. XXXV de La hora de todos y la fortuna con seso, a un “morisco de los expulsos de España”, ante el “Gran Señor de los turcos” que –rara avis en aquellos tiempos- inquiere de los súbditos las buenas medidas para gobernar, le hace pedir que “se doten universidades y estudios” para “sacar de bárbaras a sus gentes”.

Pero un renegado de la corte del Gran Señor -“encendido en coraje rabioso”- le replica diciendo que “en la ignorancia del pueblo está seguro el dominio de los príncipes”; “el estudio que los advierte los amotina. sallos doctos más conspiran que obedecen; más examinan al Señor que le respetan; en entendiéndole, osan despreciarle; en sabiendo qué es la libertad, la desean; saben juzgar si merece reinar el que reina; y aquí empiezan a reinar sobre su príncipe”.

El veredicto del Gran Señor es de los que no pasan de moda en las malas artes del gobernar. “Yo elijo ser llamado bárbaro vencedor; y renuncio que me llamen docto vencido. Saber vencer ha de ser el saber nuestro, que pueblo idiota es seguridad del tirano. Y mando a todos los que habéis estado presentes que olvidéis lo que oísteis al morisco”.
Volviendo a la educación, el educador no es fin sino instrumento. Perdería los papeles aquel educador –padres, Estado, Iglesia, enseñantes privados- que –al educar- se mirase a sí antes de mirar al educando; o pretendiese conformarle a la medida de su propia forja mental, política, ideológica, religiosa o utilitaria.

Estas premisas –valederas en esta post-modernidad de la cultura de los medios más que de los fines­- haga de motivo conductor para estas reflexiones de hoy.


Dos noticias del verano alertaron mi atención. Dan comienzo las pruebas de acceso a la universidad –antes selectividad y ahora EAU. Pablo Iglesias, en un artículo publicado en El País- parece rebajar el nivel a su cacareada moción de censura contra el gobierno de Partido Popular.

A bote pronto se me ocurre:

Si en la primera –las pruebas de acceso a la universidad- ha de sorprender ante todo la rebaja continua del listón de exigencia a los alumnos – próximos universitarios-, asombro ha de causar la dimisión de cuatro examinadores de estas pruebas, en Baleares, al permitirse que los alumnos puedan presentar el examen en la lengua española. La medida –según los dimisionarios- denota “odio contra el catalán”.

Y, en cuanto a la segunda -la moción de censura del Podemos del Sr. Iglesias-, parece como si, ante la realidad del visible sinsentido de su “feliz" iniciativa, se le hubiesen encogido los pliegues del valor al llegar la hora de la verdad y temerse tal vez solo ante el peligro. Se sabe que al personaje y a su ego satisface más el papel de mamporrero, con la batuta delante del pueblo adicto, que verse ante los cuernos astifinos, dialécticos, exigitivos de razones mejor que de tópicos, de los representantes del pueblo entero. Se cura en salud por si acaso y la reboza casi sólo de efectos mediáticos, de propaganda y de ganarse unos días en las cabeceras, siempre halagüeñas para según qué políticos, de periódicos y telediarios.

Si de cretinos oigo calificar en los medios a los cuatro mosqueteros dimisionarios de Baleares, de estupefaciente o estúpida era calificada la iniciativa del Sr. Iglesias. 

Y como las dos cosas riman afinidades: los examinadores son universitarios docentes y el Sr. Iglesias se precia de ser profesor universitario –su currículum certifica dos carreras e incluso premio al mejor expediente académico de su promoción-, bien estarán algunas reflexiones que los hechos piden y no será difícil bosquejar un tanto.

Pienso yo que, en estos tiempos de la frivolidad y de lo efímero, del “todo a cien”, del sucedáneo y el relativismo a la carta de cada cual, quien mentara siquiera el viejo refrán de que la letra con sangre entra, sería de inmediato puesto a parir; y el calificativo menos hiriente sería el de bárbaro o retrógrado y el de mayor prosapia o nivel, de maltratador,  facha o carca.

Para no hacerme acreedor a iras desmesuradas de cretinos al uso, de bocazas de los derechos humanos y de quienes confunden la velocidad –la letra- con el tocino –el espíritu de la letra-, me puse a buscar la raíz del famoso dicho, que el propio Goya recrea en su lienzo “Escena de escuela” o ”La letra con sangre entra” –Museo de Zaragoza-, para fustigar los vicios de la enseñanza en su tiempo (finales del x. XVIII). De El por qué de los dichos, de J. M. Iribarren (Aguilar, Madrid 1962, p. 558) tomo varias notas de interés.

El refrán nació para indicar el trabajo y el esfuerzo que se requieren para saber algo o adelantar en alguna cosa.

Covarrubias, en el Tesoro de la lengua castellana, anota que la palabra sangre del refrán sólo expresa que, para saber, se ha de trabajar y sudar, y no es bula para maltrato a los niños y menos con crueldad y castigos corporales como hacen los “maestros-tiranos”.
Rodríguez Marín apostilla “la letra con sangre entra” con el añadido de “pero con dulzura y amor se aprende mejor”.

E incluso María de Maeztu varias veces lo comenta y completa más aún al referirlo no sólo a los alumnos sino del mismo modo a los maestros y profesores: esfuerzo y trabajo del alumno y más todavía de los maestros.

Y en cuanto a los dimisionarios de Baleares ante el derecho del estudiante a hacer su examen en la lengua que quiera entre las oficiales del lugar, además de cretinismo o enanismo, falta de madurez y equilibrio-, el nombre más adecuado sería fanatismo, sectarismo y por supuesto barbarie. Y en lo del odio al catalán, ni caso: sofoco de mal perdedor.

Y en lo referible al estupefaciente Sr. Iglesias –a pesar de su “estar” en el mundo de la política con dos carreras y mejor expediente académico de su promoción-, me limitaría sólo a remitir al último capìtulo del libro El siglo post-moderno”, del prof. Octavi Fullat (Barcelona 2002, pags. 187 ss., esp. 209), en el cual, apuntando al compromiso como único modo serio para que la sociedad y el hombre se encuentren consigo mismos y con los otros en una comunidad civilizada y justa, censura acremente –además de a otras “castas” sociales- a esta concreta los políticos. Sólo mentaré que habla de “la majadería en el poder”; de que “los políticos, como son dioses, lo saben todo sin necesidad de discurrir”; y de que, “no porque salgan más en la televisión, son más capacitados”.

El que quiera más que esto lo busque por sí mismo.

En epifonema a estas rfeflexiones de hoy y puesto que la música y su letra son literatura en movimiento, me vuelvo a una de las coplas-denuncia de Carlos Cano, “La metamorfosis”. “Donde va ese muchacho con el triunfo en la cara / subiendo como un gamo la invisible montaña? / ¿Qué gloria se reparte? / ¿Qué será lo que dan que le hace perder el culo? / Señor, qué barbaridad! /¿Y ese chico de barba? / De todo se ha olvidado, / tiró por la ventana los sueños del pasado… / El mismo que decía / ¡compañero a luchar! … / ¿Qué queda de aquel tiempo? / ¿Qué fue de la ilusión? / ¿Dónde está la esperanza de nuestra generación? …. / Tiempo de los enanos, de los liliputienses / de títeres, caretas, de horteras y parientes, / de la metamorfosis y la mediocridad / que de birlibirloque te saca una autoridad…”.

Y de la música en movimiento de Carlos Cano me vuelvo a la prosa valiente y certeza de Chesterton y a sus ironías sobre las verdaderas razones de las cosas, las crisis galopantes de familia y matrimonio por ejemplo, de la política también como de la universidad y la docencia. Para él, la cosa no está ni tanto ni tan sólo en la oxidación y falta de actualización y reforma de las instituciones como en la escasa talla –cretinismo y enanismo entecos de los llamados a ponerlas en acto y virtud cada día.

Lo recuerdo bien. Cada año de mi docencia universitaria dedicaba invariablemente la primera clase de cada curso a explicar a los alumnos ese magnífico ensayo de Ortega y Gasset que lleva por título “Misión de la universidad” (Obras, Alianza Editorial, Madrid, t. IV, pp. 313-353). 


Siempre insistía en dos de las ideas: que reformar algo no va tan sólo con quitarle los defectos que tiene sino con introducir buenos usos que superen positivamente los defectos. Y que la primaria tarea universitaria está –a la vez- en la formación de buenos cuadros profesionales y la investigación científica y técnica para abundar en lo anterior. Y a un buen profesional –de lo que sea- se le exige un buen soporte humano para la profesión elegida; suficiente preparación técnica en esa misma profesión para poder ejercerla con rigor y eficacia sociales; y todo eso “a la altura de los tiempos”.

¿Mi frase del día? Hoy, ante este panorama de la educación declinante y de las políticas estupefacientes, elijo ese verso tan razonable de mi poeta metafísico A. Machado: “¡Qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también…!” .

La verdad es que, contra los halagüeños pronósticos de la Ilustración, parecen importar más el papel o la letra de un título colgado en la pared de un despacho como pieza de lucimiento o cascarón hueco del culto a lo efímero, lo estupefaciente y mediático que poseer lo que ese título representa y llevar la bandera del bien de todos en lugar de la del clan 
o el partido o el yo de uno mismo tan solo. 

Claro que –como ya dijera resignado Lope de Vega en su disputa sobre el “Nuevo arte de hacer comedias”- “puesto que el vulgo es necio, demos al vulgo lo que el vulgo quiere”, aunque eso se llame –como en los tiempos viejos- “pan y circo”.


                                  SANTIAGO PANIZO ORALLO Vía el blog CON MI LUPA

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