Translate

jueves, 28 de septiembre de 2017

NACIONALISMO DE GUARDIA(S)

Pujol decía: "Si usted ve letreros en otro idioma y policías con otro uniforme, se hace la idea de estar en otro país"


Este feo gatuperio de los Mozos –pronúnciese mussus– de Escuadra, este tira y afloja de recelos, amagos de desacato y quiebras de confianza, no es más que la tardía pero previsible consecuencia de uno de los grandes errores del modelo de descentralización de España. Sólo desde la enorme ingenuidad de la etapa post-constituyente, cuando la política española creía en la lealtad del nacionalismo sin suspicacias, se puede entender la alegre decisión de entregar las competencias de orden público a las autonomías catalana y vasca, ignorando la experiencia histórica de la República con un candor digno de mejor causa. En el optimismo liminar de la refundación democrática nadie quiso contemplar en serio el riesgo de dotar a las llamadas nacionalidades de tres instrumentos básicos para construir estructuras soberanas: la Policía, la escuela y la televisión. Es decir, el control simultáneo de la calle, la educación y la propaganda.

Pujol lo explicaba en los años 90 con gran desparpajo. "Si usted aterriza en Barcelona y ve los letreros en otro idioma y los guardias vestidos con otro uniforme, de inmediato se hace la idea de estar en otro país". No lo podía decir más claro. La fuerza pública era parte cardinal del proyecto de construcción nacional, tanto en el plano simbólico como en el pragmático. En aquel tiempo la secesión apenas constituía en el credo soberanista un referente teórico y lejano, pero el patriarca pensaba con visión estratégica a distinto plazo. Mientras sembraba mitos doctrinales con una pedagogía intensiva, aprovechaba su enorme influencia para acumular recursos de Estado.

Resultaba obvio que, tarde o temprano, los separatistas iban a tratar de convertir a los Mozos en una suerte de policía política al servicio de su designio de independencia. Un cuerpo armado con el que respaldar su legalidad insurgente; el sucedáneo de ejército de una patria nueva. Este verano, tras el atentado de las Ramblas, las autoridades autonómicas exhibieron sin pudor el capital político de una gendarmería subordinada a su estricta obediencia. Y aunque sabían que el Estado y el aparato judicial acabarían asumiendo el mando de la seguridad antes del referéndum mediante un golpe en la mesa, continúan escenificando conatos de insumisión o de falta de celo para publicitarse ante los suyos como víctimas de un abusivo acto de fuerza.

No ha habido en las últimas décadas el más mínimo gesto de nobleza en el nacionalismo, capaz de usar con deslealtad cada competencia de autogobierno que ha recibido. Incluida la promesa de acatamiento de la Constitución de sus líderes, no ha honrado un solo compromiso. Sus antiguas contribuciones a la estabilidad española no fueron más que operaciones de mercado negro en las que Gobiernos socialistas y conservadores picaron el anzuelo del tráfico de favores y del estraperlo político.


Qué ilusos fueron. O fuimos.


                                                                                                IGNACIO CAMACHO   Vía ABC

No hay comentarios:

Publicar un comentario