Los economistas Bruno Amable y Stefano Palombarini advierten de la imposibilidad de formar un bloque político dominante. Y hay partidos que están sacando rédito
Protestas de trabajadores de Thyssenkrupp por la fusión con Tata Steel: los perdedores de los países ganadores. (F. Vogel / EFE)
Los economistas Bruno Amable y Stefano Palombarini
publicaron ‘L'illusion du bloc bourgeois’ al hilo de las elecciones
presidenciales francesas. Es un penetrante ensayo en el que describen la
recomposición de las fuerzas políticas que está teniendo lugar en las
democracias occidentales, y donde explican que toda la agitación que
vivimos, con el surgimiento de nuevos partidos, el ascenso de
formaciones de derechas y los cambios en los mapas electorales, tiene que ver con la ausencia de un “bloque social dominante”.
Con esa expresión no se refieren a la dificultad para congregar una mayoría amplia en torno a un partido o un candidato, sino a la complicada unión entre los intereses y posiciones que la formación triunfadora defiende y los de sus votantes. En sus palabras: “Un bloque es dominante no solo cuando es capaz de llevar un proyecto político a la victoria, sino también cuando la ejecución concreta de este proyecto corresponde a las expectativas del bloque social y, por lo tanto, asegura su viabilidad como dominante. En presencia de un bloque dominante, las políticas públicas y la alianza social que las apoya se validan y se refuerzan mutuamente”.
No les falta razón. Desde un punto de vista discursivo, sí hay una idea dominante en nuestro continente, una ideología concreta que posee gran relevancia a la hora de organizar las políticas públicas, de dirigir la economía y de instigar los cambios sociales. Es esta: somos europeístas, somos liberales, somos globales, estamos a favor de las reformas para hacer la economía más productiva; sabemos que debemos ser más innovadores, apostar por una mano de obra preparada y adaptada a los tiempos, forjar empresas competitivas que salgan al exterior, perseguir el crecimiento, económico y personal, y ser optimistas ante los cambios que se avecinan.
Sin embargo, este giro en la política, que parece romper con la vieja oposición entre izquierda y derecha que dio forma a las últimas décadas, esconde algunos puntos ciegos. El primero de ellos está relacionado con las contradicciones que alberga. Es difícil estar en desacuerdo con esta propuesta, porque suena raro que alguien se oponga a reformar para mejorar, a los avances, a la innovación o a que los ciudadanos de un país estén mejor preparados.
El problema es que todo esto no se corresponde con la realidad: la apuesta europeísta es débil porque solo tiene en cuenta una vertiente, la económica, y porque significa fundamentalmente que Alemania gana y los países del sur pierden; cuando hablan de impulsar el liberalismo, lo deben hacer desde el reino de la fantasía, porque nada menos liberal que un mercado concentrado en torno a pocas empresas, como es el nuestro, que son alentadas a que se hagan aún más grandes por los fondos que instigan las fusiones y adquisiciones y por el dopaje del que las provee el Banco Central Europeo; cuando hablan de reformas, lo que quieren decir es que van a despedir trabajadores y a bajar los salarios, y la innovación es fantástica, solo que no la aplican, porque las empresas cada vez dedican menos dinero a ella y en su lugar deciden destinarlo a que los accionistas principales obtengan mayor rentabilidad.
Son contradicciones poderosas, porque si bien estas tesis son sostenidas por una parte no desdeñable de la población, su aplicación práctica termina perjudicando a la mayoría, y por tanto haciendo imposible un bloque dominante, en el sentido de que exista una correlación entre las políticas que se aplican y el mantenimiento del estatus y los recursos económicos de las personas que las defienden. Antes al contrario, generan un notable aumento de la desigualdad, que expulsa en lo concreto a aquellos que respaldan esas ideas en lo abstracto.
Si esta ideología se ha convertido en dominante, no es tanto por su capacidad de convicción como por el rechazo que generan sus oponentes. Hay muchos ejemplos: gobernantes como Rajoy o Macron no han llegado al poder porque generen confianza, sino porque las otras opciones son percibidas como un riesgo. Este tipo de liberalismo se encuentra enfrente a populismos de un lado y de otro o al repliegue nacionalista, y eso ha bastado para asustar al votante en algunos países (y no ha sido suficiente en otros).
Dadas estas contradicciones, las ideas políticas que se oponen a la ortodoxia dominante son diferentes de las del pasado, entre otras cosas porque ya no se anclan en el eje izquierda/derecha, aunque conserven algunos de sus elementos típicos. En el siglo XXI, hemos visto tres tipos de ideologías emergentes:
Incluso el proceso catalán, excluidas las consideraciones culturales, bebe de estas fuentes. Aunque no pueda subsumirse todo lo que ocurre en Cataluña en estas circunstancias, allí aparecen dos de estas lecturas. Buena parte del PDeCAT apostaba por el liberalismo triunfante, ese que podía tener grandes opciones en el mundo global gracias a la innovación y a la modernidad, y que quiere concurrir en solitario a la competición mundial antes que de la mano de regiones más atrasadas. ERC ha preferido aunar la variable nacionalista con el refuerzo social, y por eso le va mejor. Es en esas clases que ven peligrar su futuro, como la población rural, los autónomos, los pequeños comerciantes y determinados grupos de trabajadores, donde cuentan más apoyos; como ha ocurrido en otros lugares de Europa, ha sido la parte que sale perdiendo de una zona rica la que más se ha movilizado.
Este es nuestro escenario, y entre estas tres opciones se mueve la política contemporánea. Sin embargo, ninguna de ellas ejerce de resistencia firme frente al punto central, ese motor que ha animado todos los cambios y que ha sido el causante principal de las tensiones sociales. La ideología dominante ha tenido como efecto el aumento de las desigualdades, en poder y en recursos, tanto en lo que se refiere a las personas como en lo relativo a los países. En ese contexto, el repliegue nacionalista no es extraño, porque en situaciones de escasez y de gran competencia, es habitual que cada cual defienda primero a los suyos. Pero que venzan unos u otros en esta pelea no varía la estructura. La opción que falta, la que está misteriosamente ausente, es la que propugna un modelo económico distinto, la que se opone a la ortodoxia no desde medidas paliativas de las malas decisiones sino desde la propuesta de decisiones económicas mejores.
Hasta ahora, ha habido partidos e ideologías que han tratado de canalizar las nuevas tensiones sociales hacia su terreno, pero poco más. Esto ha tenido muchos efectos, y uno de ellos ha sido la expulsión de la socialdemocracia europea del terreno de juego, porque ya no cuenta con su votante típico, que se ha marchado hacia los distintos tipos de derecha. Otro ha sido la reconfiguración de la izquierda, cuyo votante, más que la clase obrera que era su sustento en décadas anteriores, es el joven urbano formado, que identifica el sistema con lo represivo, que se mueve en la precariedad y que recompone desde lo anti las viejas ideologías.
Pero el bloque dominante real, ese conjunto de personas que han salido perdiendo en los cambios económicos, es mucho más amplio: lo conforman pequeños empresarios, trabajadores especialistas que son despedidos por resultar demasiado caros, profesionales liberales que nunca llegan a trabajar en lo que estudiaron o que cobran mucho menos de lo que pensaron, personas de más de 45 años que han sido expulsadas del mundo laboral, empleados mal pagados del sector servicios, parados que entran y salen del mercado de trabajo, parejas en la treintena que se siente inseguras sobre su futuro, pensionistas que están dedicando sus ingresos a ayudar a sus hijos y que temen que los años venideros sean peores, o incluso esos empleados que carecen de red de seguridad si las cosas se tuercen. Estos son los perdedores de nuestro tiempo, y quien sepa ofrecerles un programa coherente tendrá la fuerza electoral dominante.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
Con esa expresión no se refieren a la dificultad para congregar una mayoría amplia en torno a un partido o un candidato, sino a la complicada unión entre los intereses y posiciones que la formación triunfadora defiende y los de sus votantes. En sus palabras: “Un bloque es dominante no solo cuando es capaz de llevar un proyecto político a la victoria, sino también cuando la ejecución concreta de este proyecto corresponde a las expectativas del bloque social y, por lo tanto, asegura su viabilidad como dominante. En presencia de un bloque dominante, las políticas públicas y la alianza social que las apoya se validan y se refuerzan mutuamente”.
La nueva ortodoxia
No les falta razón. Desde un punto de vista discursivo, sí hay una idea dominante en nuestro continente, una ideología concreta que posee gran relevancia a la hora de organizar las políticas públicas, de dirigir la economía y de instigar los cambios sociales. Es esta: somos europeístas, somos liberales, somos globales, estamos a favor de las reformas para hacer la economía más productiva; sabemos que debemos ser más innovadores, apostar por una mano de obra preparada y adaptada a los tiempos, forjar empresas competitivas que salgan al exterior, perseguir el crecimiento, económico y personal, y ser optimistas ante los cambios que se avecinan.
Cuando
hablan de impulsar el liberalismo, lo hacen desde la fantasía, porque
nada menos liberal que esta economía llena de monopolios y oligopolios
Sin embargo, este giro en la política, que parece romper con la vieja oposición entre izquierda y derecha que dio forma a las últimas décadas, esconde algunos puntos ciegos. El primero de ellos está relacionado con las contradicciones que alberga. Es difícil estar en desacuerdo con esta propuesta, porque suena raro que alguien se oponga a reformar para mejorar, a los avances, a la innovación o a que los ciudadanos de un país estén mejor preparados.
No es verdad
El problema es que todo esto no se corresponde con la realidad: la apuesta europeísta es débil porque solo tiene en cuenta una vertiente, la económica, y porque significa fundamentalmente que Alemania gana y los países del sur pierden; cuando hablan de impulsar el liberalismo, lo deben hacer desde el reino de la fantasía, porque nada menos liberal que un mercado concentrado en torno a pocas empresas, como es el nuestro, que son alentadas a que se hagan aún más grandes por los fondos que instigan las fusiones y adquisiciones y por el dopaje del que las provee el Banco Central Europeo; cuando hablan de reformas, lo que quieren decir es que van a despedir trabajadores y a bajar los salarios, y la innovación es fantástica, solo que no la aplican, porque las empresas cada vez dedican menos dinero a ella y en su lugar deciden destinarlo a que los accionistas principales obtengan mayor rentabilidad.
Las ideas
políticas que se oponen a la ortodoxia dominante son diferentes de las
del pasado: hay tres tipos de ideologías emergentes
Son contradicciones poderosas, porque si bien estas tesis son sostenidas por una parte no desdeñable de la población, su aplicación práctica termina perjudicando a la mayoría, y por tanto haciendo imposible un bloque dominante, en el sentido de que exista una correlación entre las políticas que se aplican y el mantenimiento del estatus y los recursos económicos de las personas que las defienden. Antes al contrario, generan un notable aumento de la desigualdad, que expulsa en lo concreto a aquellos que respaldan esas ideas en lo abstracto.
El eje izquierda/derecha
Si esta ideología se ha convertido en dominante, no es tanto por su capacidad de convicción como por el rechazo que generan sus oponentes. Hay muchos ejemplos: gobernantes como Rajoy o Macron no han llegado al poder porque generen confianza, sino porque las otras opciones son percibidas como un riesgo. Este tipo de liberalismo se encuentra enfrente a populismos de un lado y de otro o al repliegue nacionalista, y eso ha bastado para asustar al votante en algunos países (y no ha sido suficiente en otros).
Dadas estas contradicciones, las ideas políticas que se oponen a la ortodoxia dominante son diferentes de las del pasado, entre otras cosas porque ya no se anclan en el eje izquierda/derecha, aunque conserven algunos de sus elementos típicos. En el siglo XXI, hemos visto tres tipos de ideologías emergentes:
1. Liberales y regeneradores
La primera es una nueva opción liberal, tomada como una expresión más real y profunda del sistema dominante. Es algo así como: “Vamos a ser modernos, liberales y regeneradores de verdad, y no como los que gobiernan, que lo dicen pero no lo son”. Frente a las deficiencias que perciben los ciudadanos, estos partidos se ofrecen como una esperanza. Su propuesta es liberarse de la corrupción y de las constricciones de los partidos de la derecha, de manera que puedan realizar una gestión más eficiente y que nos encamine mejor al futuro. Eso era lo que había detrás del nacimiento y del auge de la formación de Clegg, del partido liberal alemán, de Ciudadanos o de Macron.2. La nueva izquierda
La segunda alternativa es la que proviene de la izquierda, ya sea la de Die Linke, la de Mélenchon o la de Podemos. Estas propuestas se han articulado mucho más desde la oposición a lo existente que desde una vertiente propositiva. Están contra el neoliberalismo, quieren combatir el fascismo, acabar con el racismo, la xenofobia y el machismo, y apuestan decididamente por los asuntos culturales. En España, esto se substancia en que quieren terminar con el régimen del 78, sea eso lo que sea, y con la actual configuración territorial del Estado; su propuesta última no es una idea fuerza, sino su deseo de sacar del Gobierno al PP.3. La nueva derecha
La tercera posibilidad, la que mejor suerte ha corrido, mezcla elementos diversos de un modo novedoso. Cuenta con aspectos típicos de la derecha y de la extrema derecha, como el nacionalismo, la oposición a los inmigrantes (priorizada ahora como un asunto material, “nos quitan el trabajo; aquí no hay, no pueden venir”, más que como uno racial), la exaltación de las bondades patrias y el deseo de orden, pero los mezcla con otros típicos de la socialdemocracia, como las medidas de protección social y la mejora de los servicios públicos, así como promete mucho más trabajo para los nacionales, que fue la baza utilizada por Le Pen, Trump y el Brexit. Estas opciones son las que más populares resultan entre las clases desfavorecidas de los países ricos, entre los perdedores de las naciones ganadoras.
En
Cataluña, como en otros lugares de Europa, ha sido la parte social que
sale perdiendo de una zona rica la que más se ha movilizado
Incluso el proceso catalán, excluidas las consideraciones culturales, bebe de estas fuentes. Aunque no pueda subsumirse todo lo que ocurre en Cataluña en estas circunstancias, allí aparecen dos de estas lecturas. Buena parte del PDeCAT apostaba por el liberalismo triunfante, ese que podía tener grandes opciones en el mundo global gracias a la innovación y a la modernidad, y que quiere concurrir en solitario a la competición mundial antes que de la mano de regiones más atrasadas. ERC ha preferido aunar la variable nacionalista con el refuerzo social, y por eso le va mejor. Es en esas clases que ven peligrar su futuro, como la población rural, los autónomos, los pequeños comerciantes y determinados grupos de trabajadores, donde cuentan más apoyos; como ha ocurrido en otros lugares de Europa, ha sido la parte que sale perdiendo de una zona rica la que más se ha movilizado.
La
opción que falta, la que está misteriosamente ausente, es la que se
opone a la ortodoxia económica desde propuestas materiales mejores
Este es nuestro escenario, y entre estas tres opciones se mueve la política contemporánea. Sin embargo, ninguna de ellas ejerce de resistencia firme frente al punto central, ese motor que ha animado todos los cambios y que ha sido el causante principal de las tensiones sociales. La ideología dominante ha tenido como efecto el aumento de las desigualdades, en poder y en recursos, tanto en lo que se refiere a las personas como en lo relativo a los países. En ese contexto, el repliegue nacionalista no es extraño, porque en situaciones de escasez y de gran competencia, es habitual que cada cual defienda primero a los suyos. Pero que venzan unos u otros en esta pelea no varía la estructura. La opción que falta, la que está misteriosamente ausente, es la que propugna un modelo económico distinto, la que se opone a la ortodoxia no desde medidas paliativas de las malas decisiones sino desde la propuesta de decisiones económicas mejores.
La fuerza electoral dominante
Hasta ahora, ha habido partidos e ideologías que han tratado de canalizar las nuevas tensiones sociales hacia su terreno, pero poco más. Esto ha tenido muchos efectos, y uno de ellos ha sido la expulsión de la socialdemocracia europea del terreno de juego, porque ya no cuenta con su votante típico, que se ha marchado hacia los distintos tipos de derecha. Otro ha sido la reconfiguración de la izquierda, cuyo votante, más que la clase obrera que era su sustento en décadas anteriores, es el joven urbano formado, que identifica el sistema con lo represivo, que se mueve en la precariedad y que recompone desde lo anti las viejas ideologías.
Pero el bloque dominante real, ese conjunto de personas que han salido perdiendo en los cambios económicos, es mucho más amplio: lo conforman pequeños empresarios, trabajadores especialistas que son despedidos por resultar demasiado caros, profesionales liberales que nunca llegan a trabajar en lo que estudiaron o que cobran mucho menos de lo que pensaron, personas de más de 45 años que han sido expulsadas del mundo laboral, empleados mal pagados del sector servicios, parados que entran y salen del mercado de trabajo, parejas en la treintena que se siente inseguras sobre su futuro, pensionistas que están dedicando sus ingresos a ayudar a sus hijos y que temen que los años venideros sean peores, o incluso esos empleados que carecen de red de seguridad si las cosas se tuercen. Estos son los perdedores de nuestro tiempo, y quien sepa ofrecerles un programa coherente tendrá la fuerza electoral dominante.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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