Desde hace cinco años, por lo menos uno de cada tres catalanes en edad de votar
quiere separarse de España. Esta es una evidencia demoscópica reiterada
hasta la saciedad. Pero, siendo importante, no es la única cuestión,
porque estos casi dos millones de personas están motivadas, ilusionadas y sobre todo movilizadas.
No importa si esto les parece bien o mal, porque la primera cuestión es
intentar conocer la realidad. Después ya vendrá el juicio.
Aquella
motivación y movilización significa que en consultas electorales con
participaciones entre el 60% y el 70% del electorado, el independentismo
del Procés, con facilidad se aproxima al 50 % de los sufragios
emitidos, incluso puede superarlos. El tercio es minoritario en cifras,
pero políticamente muy fuerte, porque un poco menos de aquella cifra
nunca vota, y algo más del tercio restante está fragmentado entre
distintas opciones políticas, desde los Comunes de Colau, hasta el PP,
pasado por los socialistas y Ciudadanos, que no poseen un relato catalán
en el que una gran mayoría se sientan representados. Esto no merma la
representatividad de sus votos, pero si su fuerza movilizadora,
política.
Desaparecido el centro catalanista, de CIU, el relato hegemónico precedente construido por Pujol,
poca cosa hay que se pueda ofrecer en términos catalanes que no sea el
independentismo. Podrá aducirse que la respuesta común es España, pero
desengáñense. En realidad, el problema de Cataluña es que España lleva años sin proyecto común
mas allá de las referencias a la Constitución, que no es tal proyecto,
sino más bien el marco de convivencia. En todo caso, de ella si debería
surgir la propuesta capaz de generar ilusión y confianza, pero por si
sola, no basta. Y la primera condición para que España recupere un
proyecto común, pasa por mostrar una iniciativa que sea inclusiva para Cataluña,
porque sin esta condición necesaria, aunque no suficiente, el proyecto
no existe. Esta es una evidencia que parece que cuesta aceptar.
Y este proyecto, además de considerar
aspectos tangibles, competenciales, debe entender que detrás de toda la
cuestión, lo que aflora entre muchos catalanes y no solo entre los
independentistas, no es una cuestión de racionalidad sino de sentimientos.
El motor es emocional, a pesar de que se utilicen ejemplos concretos
para argumentarlo; como el mal estado de las Cercanías de Renfe, por
ejemplo. Pero ¿es serio plantear que la mejor estrategia para superar
estos grandes déficits en infraestructuras es la vía del Independencia?
Claro que no. No hay proporción, sería una desmesura tremenda. No, el
trasfondo es emocional. Lo que hay es el sentimiento de que España, los
españoles como denominador común, odian a los catalanes, o en el mejor
de los casos, no los quieren bien. Son eternos sospechosos. Muchos
catalanes no se sienten respetados en lo que son y creen que reciben maltrato.
Y el PP y Rajoy encarnan mejor que nadie la cristalización de este
sentimiento en el plano político. Si uno considera que “pues vale, con
su pan se lo coman, porque no tienen nada, nada de razón”, y esta es la
conclusión, entonces la suerte está echada. Más pronto o más tarde, de
una manera u otra, se perderá Cataluña.
Si
la mitad de las plumas que llevan años enfocando críticamente todo lo
relacionado con Cataluña, hubieran empleado el mismo esfuerzo en
preguntarse por qué tanta gente se quiere marchar, las cosas serían
diferentes. Porque esta es la pregunta cabal. ¿Por qué quieren irse casi dos millones de personas?
Reflexionar sobre ella y, a ser posible, juntos es la única vía para
evitar, si no a la corta, sí a la larga, una situación catastrófica,
porque una vez encendida la mecha del resquemor mutuo lo fácil es que
corra y se expanda, y el esfuerzo racional y de bien común es evitarlo.
La Iglesia podría hacer mucho construyendo espacios de diálogo, y para
pensar juntos, donde siguiendo a Santo Tomas cada uno fuera capaz de
percibir lo mejor del otro para construir así un relato común.
EDITORIAL de FORUM LIBERTAS
Me parece una reflexión muy acertada.
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