Las soluciones de la Transición ya no sirven.
EFE
Desde luego que, en el asunto de Cataluña, a
Rajoy nadie le podrá reprochar que no haya aplicado las normas del
ordenamiento jurídico español ajustándose cuidadosamente a los tiempos y
los modos establecidos por la Ley. Tratándose de un desafío tan grave,
sorprende incluso que un gobierno conservador se haya manifestado con
tal grado de cautela y proporcionalidad. Históricamente no ha sido esa
la elección de nuestra derecha y, por tanto, cabía pensar en reacciones
más viscerales.
Afortunadamente no ha sido así y los que más han acusado
el golpe han sido los independentistas que, por todos los medios,
tratan de provocar una reacción violenta del Gobierno de España que les
haga ganar definitivamente la batalla de la imagen. No lo han
conseguido, pero seguirán intentándolo.
Puesto a confesar prejuicios, también me ha
causado alivio el apoyo nítido e inequívoco que Pedro Sánchez ha
ofrecido al Gobierno, que era obligado en un líder nacional, por
supuesto, pero que perfectamente podía haberse extraviado en los
recovecos de las naciones y en la tentación de echar a Rajoy de La
Moncloa. No ha sido así.
Al margen de lo que pueda pasar en estos días convulsos que quedan, es indiscutible que el sistema político y jurídico que se creó con la Transición ha demostrado su solidez
A esta marea de cordura se ha sumado la lógica
actitud del Constitucional, la del Consell de Garanties Estatutàries, la
de las asociaciones de jueces, de los alcaldes de las principales
ciudades catalanas y, muy especialmente, de los altos funcionarios del
Parlament, que el pasado miércoles se encontraron allí, de ojos a boca,
con la bicha del Golpe de Estado Parlamentario en sus mismas narices, y
reaccionaron como debían.
Por tanto, al
margen de lo que pueda pasar en estos días convulsos que quedan, es
indiscutible que el sistema político y jurídico que se creó con la
Transición ha demostrado su solidez.
Solo que
el lunes muchos cientos de miles de ciudadanos catalanes, no todos,
como pretenden los secesionistas, pero sí muchísimos, salieron a decir
que estas leyes no les convencen ni les valen y que ya han desconectado
de España. Ahí tenemos y vamos a seguir teniendo un problema.
En un ya “lejanísimo” 15 de mayo de 2011 reventó
en la Puerta del Sol la rabia de una o varias generaciones a las que
tampoco les valían los modos de la política y la economía. El
empobrecimiento real que ha traído la crisis, pero también el simple
miedo al empobrecimiento había cambiado la percepción de millones de
personas que siempre pensaron que el esfuerzo les garantizaría ir
mejorando y que han visto que no es así. Pedían democracia real porque
no creían que la que tenemos sirviese. Allí pasó también algo
importante.
En Cataluña el meteorito de corrupción simplemente ha extinguido a los catalanistas de siempre y ha transformado de raíz el panorama político
Los grandes partidos se han encontrado en las
últimas citas electorales con incómodos competidores, que le han dado un
buen bocado a la tarta parlamentaria irrumpiendo con suficientes
escaños para provocar una buena tormenta en el PP y un auténtico huracán
tropical en el PSOE, además de dificultades graves de gobernabilidad
para toda España. En Cataluña el meteorito de corrupción simplemente ha
extinguido a los catalanistas de siempre y ha transformado de raíz el
panorama político. La estructura de partidos que se creó a partir de
1978 se tambalea.
Las soluciones que se
pusieron en marcha con la transición empiezan a no servir. No por falta
de legitimidad democrática sino simplemente porque en la sociedad pasan
cosas que antes no pasaban. El alejamiento de la mitad de la población
de Cataluña ha sido el último hito, pero la irrupción de Podemos y de
Ciudadanos también fue síntoma de que hay unos cuantos millones de
conciudadanos que quieren que el País funcione de forma diferente.
Naturalmente que no hay acuerdo en cómo debe hacerse, pero sí hay una
impresión firme y compartida de que así, no.
Al
contrario de lo que ocurría con el franquismo, la legitimidad del
régimen democrático es indiscutible, pero se ha deteriorado claramente
su capacidad para ser visto como útil y, por consiguiente, para ser
apreciado y valorado por una ciudadanía que se ha transformado
profundamente, que ha cambiado de preocupaciones y que ha visto que las
estructuras políticas del país no le seguían.
La cordura y el sentido común están bien. Desde luego mucho mejor que la demagogia, la emoción y el sentimiento, pero la política necesita adelantarse o, como mínimo acompañar la evolución de la sociedad a la que sirve
La cordura y el sentido común están bien. Desde
luego mucho mejor que la demagogia, la emoción y el sentimiento, pero la
política necesita adelantarse o, como mínimo acompañar la evolución de
la sociedad a la que sirve. Las soluciones que sirvieron para recuperar
la democracia, para construir el sistema autonómico, para mejorar los
servicios públicos y para entrar en Europa no pueden vivir de las
rentas. Ya son bastantes los problemas que no son capaces de resolver,
el de Cataluña es el último pero no el único.
Por eso toca repensar la estructura política, no para contentar a los
que independentistas que ya han dicho que nunca se darán por
satisfechos, sino para que España funcione al gusto de los españoles que
queremos seguir siéndolo, incluida la mayoría de los catalanes. Para
revertir la desafección generalizada hacia la política y que esta
recupere el aprecio de los ciudadanos hacia el país y sus instituciones.
Habrá cosas en las que la estructura que se creó en la transición se
quedó corta y otras en las que convendrá desandar caminos que se han
demostrado equivocados. Va a hacer falta encontrar nuevas soluciones,
más imaginación y desde luego, urge conjurar el peligro sectario de “los
míos contra los tuyos” que sigue ahí, cada día menos agazapado y que se
sostiene en viejos prejuicios como los que este mismo columnista ha
confesado que también tiene. No será fácil.
CARLOS GOROSTIZA Vía VOZ PÓPULI
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