Vivimos en un ecosistema político y social que elimina sistemáticamente
los mecanismos de su supervivencia, lo que le está conduciendo
irremediablemente a su desaparición. Y para mayor inquietud, tampoco
sabemos cuál será el nuevo orden -o desorden- que reemplace al que se
extingue.
Saber lo que nos pasa.
Es conocida la frase de Ortega diagnosticando el problema
de los españoles como el de gente a la que lo que le pasa es que no
sabe lo que le pasa. Cuando contemplamos el panorama actual de nuestro
país y nos despertamos todas las mañanas con portadas descorazonadoras
en las que cada titular es motivo de decepción, zozobra o indignación,
hemos de concluir que nada ha cambiado desde que nuestro gran pensador
pronunciase tan certera reflexión hace cerca de un siglo. Se discute de
muchas cosas, la mayor parte de ellas de escasa o nula relevancia real,
pero casi nadie entra en el fondo de la crisis múltiple que padecemos y
el que se atreve a señalar el verdadero origen de los males que nos
aquejan no es oído porque el ruido ensordecedor de los debates inútiles
lo impide o, si consigue por un momento hacerse escuchar, es silenciado
de inmediato por aquellos que sólo desean seguir beneficiándose de una
situación ya insostenible.
La reciente defenestración de Gregorio Morán, despedido de manera fulminante, es un ejemplo clarificador de esta incapacidad de la sociedad española para indagarse a sí misma y sacar las conclusiones oportunas
La reciente defenestración de Gregorio Morán, despedido
de manera fulminante tras una larga y fructífera colaboración con la
principal cabecera de Cataluña, es un ejemplo clarificador de esta
incapacidad de la sociedad española en estos tiempos agitados para
indagarse a sí misma y sacar las conclusiones oportunas. La repugnante
manipulación de la tragedia del 17-A por los independentistas catalanes o
las descaradas mentiras del Consejero de Interior de la Generalitat y
de su jefe de policía sobre el aviso que recibieron de servicios de
inteligencia extranjeros sobre el peligro de atentado en las Ramblas nos
dan la medida del nivel de degradación reinante. Si echamos la mirada
atrás, comprobaremos que desde la Transición acá cualquier voz que ha
intentado denunciar no simplemente deficiencias concretas o errores
episódicos, sino la raíz misma del conjunto de graves fallos de nuestro
sistema institucional poniendo en evidencia su desnudez moral y su
ineficiencia intrínseca, ha sido silenciada por uno u otro
procedimiento, el soborno, el ostracismo, el chantaje o, en el caso
extremo de ETA, directamente la muerte.
Vivimos en un ecosistema político y social que elimina sistemáticamente los mecanismos de su supervivencia
Vivimos pues en un ecosistema político y social que
elimina sistemáticamente los mecanismos de su supervivencia, lo que le
está conduciendo irremediablemente a su desaparición. Y para mayor
inquietud, tampoco sabemos cuál será el nuevo orden -o desorden- que
reemplace al que se extingue, aunque algunas de las posibilidades al
respecto son escalofriantes habida cuenta de que no pocas figuras
influyentes trabajan sin descanso para convertir a España en una émula
de la Venezuela chavista o en un remedo de la descompuesta antigua
Yugoslavia. Cuesta creer que una Nación tan antigua, potencialmente
próspera y plenamente occidental, pueda haber caído prisionera de
semejante pulsión suicida cuando cuenta con todos los elementos para
sobresalir como una de las más ricas, seguras y envidiadas del mundo. Si
se tiene la desgracia de vivir en un lugar desdichado, Somalia, Haití,
Siria, sujeto a las más terribles penurias y con la vida pendiente de un
hilo, es lógico esforzarse en mejorar o en huir, pero lo que carece de
todo sentido es gozar de la suerte de ser suizo, canadiense o
neozelandés y pugnar con empeño para acabar siendo liberiano. En eso
estamos precisamente en nuestros pagos, en la tarea difícil, pero no
imposible si nos aplicamos a ella con suficiente denuedo, de arruinar
una tierra que por su clima, su posición geoestratégica, la
extraordinaria calidad humana de millones de sus habitantes, sus
magníficas infraestructuras y su admirable patrimonio cultural
multisecular, dispone de los medios tangibles e intangibles para
colocarse a la cabeza de Europa y del orbe entero.
Nuestras élites políticas, económicas y académicas llevan cuarenta años dedicadas con entusiasmo primero a construir y luego a estropear crecientemente un Estado estructuralmente condenado a la división y al despilfarro
Lejos de aprovechar tan impresionantes dones, nuestras
élites políticas, económicas y académicas llevan cuarenta años dedicadas
con entusiasmo primero a construir y luego a estropear crecientemente
un Estado estructuralmente condenado a la división y al despilfarro, y a
liquidar el acervo ético que es la garantía de la estabilidad, la
administración honrada y la paz civil en los pueblos que lo cultivan y
preservan. Por supuesto, no hay inocentes en esta empresa colectiva de
demolición, ni los responsables por acción, ni los culpables por
omisión, ni los que se han resistido o han propuesto alternativas porque
seguramente no porfiaron lo bastante.
ALEJO VIDAL-QUADRAS Vía VOZ PÓPULI
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