Los populares llevan muchos años utilizando la misma estrategia discursiva, en parte porque les ha funcionado. Pero es una mala idea. Y Cataluña es el mejor de los ejemplos
Mariano Rajoy clausura la reunión interparlamentaria del PP. (Kai Försterling / Efe)
Las declaraciones de Rajoy en la interparlamentaria del PP en Valencia acerca de “la voladura de la Constitución”, de los enormes riesgos para la democracia
que los independentistas catalanes arrojan sobre la democracia y del
papel dinamitador de los radicales para la convivencia común, me
resultan familiares. Más allá de que puedan ser o no aplicables a este
caso, lo cierto es que el PP lleva años utilizando un discurso único, en el que utiliza una suerte de plantilla que va colocando sobre sus rivales y enemigos, con independencia del asunto.
El marco discursivo es el siguiente: hay una serie de enemigos de la estabilidad, del progreso y del sentido común que suponen una amenaza grave para la convivencia. Si ellos triunfan, España se verá abocada a grandes males, perturbará todo posible bienestar económico y social y nos llevarán por la senda del desastre. Esto es aplicable a ERC, a Puigdemont y a las CUP; pero también al PSOE de Pedro Sánchez, a Podemos, al PSOE de Zapatero, la IU de Garzón e incluso a la UPyD de Rosa Díez cuando se salía de lo marcado.
Esa difusión de sí como un partido que hace lo que debe hacer, que es firme (ya sea frente a los independentistas, a los bolivarianos, a los que pretenden regresar a la socialdemocracia o a los que no quieren cumplir con la austeridad), que por lo tanto es responsable y actúa con coherencia ha sido su arma principal en las elecciones de los últimos 15 años, siempre a condición de vestir a sus rivales como portadores de un grave peligro. Ya no nos acordamos, pero Aznar inauguró esas tácticas señalando al PSOE de un imberbe Zapatero como un enorme riesgo: eran los que para gobernar serían incluso capaces de pactar con Carod-Rovira, socio de Maragall que se reunía con ETA para que no atentase en Cataluña, o esos nos contaron justo antes de las elecciones. Después todo aquello quedó sepultado por la desgracia.
Es un mecanismo que parece haber fagocitado a sus creadores, que les hace acusar de radical a cualquiera que se cruza por el camino
Esta es su fórmula. El último ejemplo, en las recientes elecciones generales, en el periodo de investidura e incluso ahora: Sánchez nos llevará al desastre porque como va a juntarse para gobernar con Podemos nos llevará al desastre, todo se romperá en pedazos. Y así sucesivamente. Es un mecanismo que parece haber fagocitado a sus creadores, que ya no pueden prescindir de él, y sus portavoces, como Hernando, acusan de radical a cualquiera que se cruza por el camino. Pero como este dibujo continuo del caos le ha funcionado (a él debe en buena parte estar hoy en la Moncloa) ya no ven otra opción posible.
Es una estrategia discursiva que nunca me ha gustado. No solo porque se presta demasiado a los excesos, a tensionar los debates y a convertir las pequeñas diferencias en insalvables, sino porque crea gratuitamente enemigos e incluso te quita la razón cuando la tienes. Y desde el punto de vista instrumental tampoco es la mejor idea, porque es muy sencillo que se vuelva en contra. Este es el caso de Cataluña.
Fue entonces cuando los secesionistas tuvieron una idea: hacer lo mismo que el PP
Desde la época de Aznar, la insistencia en estas posiciones, que resultaba rentable al PP en el resto de España, animaba exageradamente el sentimiento independentista, que fue creciendo de forma sostenida. Tras el inicio de la crisis, las cosas se pusieron peor, porque la deriva de Convergencia y la pujanza de ERC señalaban que esas ideas estaban asentándose en buena parte de Cataluña, llevando incluso a sus filas a muchas personas que hasta entonces no se habían planteado la independencia. Y entonces fue cuando los secesionistas tuvieron una idea: hacer lo mismo que el PP. Si las cosas van mal a una mayoría de catalanes es a causa de un gobierno españolista que les ignora y les relega; si los servicios públicos se deterioran es porque Madrid no ofrece los recursos necesarios; si los negocios cierran es porque solo están pensando en extraer lo que puedan de Cataluña.
Es este mecanismo, el que equipara España a la peor versión de sí misma, el que permite tejer una estrategia discursiva muy poderosa a los 'indepes'
Desde esta perspectiva, ya no hay vuelta atrás: quizá si otro gobierno estuviera al frente de España, sería posible el entendimiento, pero ya lo hemos intentado muchas veces y jamás nos han hecho caso. Cuando Iglesias va por allí, Rufián le dice ‘eres un tío majo, ojalá tú mandases, pero no lo harás jamás, porque tu país no tiene arreglo. Mejor nos vamos’.
Es este mecanismo, el que equipara España a lo peor de sí misma, el que permite tejer una estrategia discursiva muy poderosa. Igual que el PP equiparaba a Sánchez con Bolívar, o decía de Podemos que su estupidez iba a conseguir que España se partiera económica y territorialmente, los independentistas igualan la corrupción con España.
Da igual que se digan cosas (las enuncie quien las enuncie) en las que se pueda tener razón, porque la estrategia discursiva las vuelve inaudibles
Los ataques al PP o al Rey, como reflejaba la pancarta en la manifestación por las víctimas que difundieron por todas partes, se convierten así en la lógica respuesta a un mundo que quieren dejar atrás, ineficiente, anticuado, lleno de problemas endémicos. Esa corrupción que otros partidos reprochan al PP, ellos la señalan como un mal típicamente español. Del mismo modo que buena parte de la peor derecha en tiempos de Aznar podía decir que, en el fondo, los socialistas estaban apoyando a ETA porque no eran firmes con el terrorismo (no hay más que ver las pancartas contra Zapatero en las manifestaciones que le montaron cuando gobernaba), los independentistas dicen que, en el fondo, España es ese mundo cutre y casposo que para ellos encarna el PP.
En esas estamos. No se trata únicamente de que se acerque el 1-O y de que por eso el tono de los discursos se eleve, sino de que las estrategias discursivas en juego se refuerzan. Los independentistas están esperando reacciones o declaraciones exageradas por parte del Gobierno para que puedan señalarle con el dedo y cargarse de razones, mientras que el PP continúa con ese juego en el que todos, desde Sánchez hasta Ada Colau, son colaboradores necesarios en la gran debacle a la que unos perturbados políticos quieren llevarnos.
Los contendientes están en el ring y, una vez ahí, ya solo pueden golpearse. Pero podría hacerse de otra forma, porque esto parece una discusión de Twitter
Lo peor de todo es que esta crispación continuada hace inaudibles los argumentos. Da igual que se digan cosas (las enuncie quien las enuncie) en las que se pueda tener razón, porque la estrategia discursiva las fagocita. Unos y otros están pendientes de instrumentalizar lo que pueden, y lo vimos en la manifestación por las víctimas, y en la polémica con los Mossos. Aquí es cuando ya las razones no sirven: y da igual si, por ejemplo, los Mossos actuaron estupendamente o cometieron errores, porque todo es juzgado en función de los intereses principales. Los contendientes están en el ring y, una vez ahí, ya solo pueden golpearse. Creo que sería posible defender las mismas ideas de otra manera. Desde el punto de vista de los defensores de la legalidad vigente se me ocurre un ejemplo, el de Borrell, y seguro que hay múltiples ejemplos en un lado y en otro de la discusión; lo esencial aquí es defender lo que uno cree utilizando argumentos, no desde la permanente descalificación del otro. Porque esto, que parece más una discusión en Twitter que política real, es horrible, en serio.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
El marco discursivo es el siguiente: hay una serie de enemigos de la estabilidad, del progreso y del sentido común que suponen una amenaza grave para la convivencia. Si ellos triunfan, España se verá abocada a grandes males, perturbará todo posible bienestar económico y social y nos llevarán por la senda del desastre. Esto es aplicable a ERC, a Puigdemont y a las CUP; pero también al PSOE de Pedro Sánchez, a Podemos, al PSOE de Zapatero, la IU de Garzón e incluso a la UPyD de Rosa Díez cuando se salía de lo marcado.
La fórmula del éxito
Esa difusión de sí como un partido que hace lo que debe hacer, que es firme (ya sea frente a los independentistas, a los bolivarianos, a los que pretenden regresar a la socialdemocracia o a los que no quieren cumplir con la austeridad), que por lo tanto es responsable y actúa con coherencia ha sido su arma principal en las elecciones de los últimos 15 años, siempre a condición de vestir a sus rivales como portadores de un grave peligro. Ya no nos acordamos, pero Aznar inauguró esas tácticas señalando al PSOE de un imberbe Zapatero como un enorme riesgo: eran los que para gobernar serían incluso capaces de pactar con Carod-Rovira, socio de Maragall que se reunía con ETA para que no atentase en Cataluña, o esos nos contaron justo antes de las elecciones. Después todo aquello quedó sepultado por la desgracia.
Es un mecanismo que parece haber fagocitado a sus creadores, que les hace acusar de radical a cualquiera que se cruza por el camino
Esta es su fórmula. El último ejemplo, en las recientes elecciones generales, en el periodo de investidura e incluso ahora: Sánchez nos llevará al desastre porque como va a juntarse para gobernar con Podemos nos llevará al desastre, todo se romperá en pedazos. Y así sucesivamente. Es un mecanismo que parece haber fagocitado a sus creadores, que ya no pueden prescindir de él, y sus portavoces, como Hernando, acusan de radical a cualquiera que se cruza por el camino. Pero como este dibujo continuo del caos le ha funcionado (a él debe en buena parte estar hoy en la Moncloa) ya no ven otra opción posible.
Una mala idea
Es una estrategia discursiva que nunca me ha gustado. No solo porque se presta demasiado a los excesos, a tensionar los debates y a convertir las pequeñas diferencias en insalvables, sino porque crea gratuitamente enemigos e incluso te quita la razón cuando la tienes. Y desde el punto de vista instrumental tampoco es la mejor idea, porque es muy sencillo que se vuelva en contra. Este es el caso de Cataluña.
Fue entonces cuando los secesionistas tuvieron una idea: hacer lo mismo que el PP
Desde la época de Aznar, la insistencia en estas posiciones, que resultaba rentable al PP en el resto de España, animaba exageradamente el sentimiento independentista, que fue creciendo de forma sostenida. Tras el inicio de la crisis, las cosas se pusieron peor, porque la deriva de Convergencia y la pujanza de ERC señalaban que esas ideas estaban asentándose en buena parte de Cataluña, llevando incluso a sus filas a muchas personas que hasta entonces no se habían planteado la independencia. Y entonces fue cuando los secesionistas tuvieron una idea: hacer lo mismo que el PP. Si las cosas van mal a una mayoría de catalanes es a causa de un gobierno españolista que les ignora y les relega; si los servicios públicos se deterioran es porque Madrid no ofrece los recursos necesarios; si los negocios cierran es porque solo están pensando en extraer lo que puedan de Cataluña.
Es este mecanismo, el que equipara España a la peor versión de sí misma, el que permite tejer una estrategia discursiva muy poderosa a los 'indepes'
Desde esta perspectiva, ya no hay vuelta atrás: quizá si otro gobierno estuviera al frente de España, sería posible el entendimiento, pero ya lo hemos intentado muchas veces y jamás nos han hecho caso. Cuando Iglesias va por allí, Rufián le dice ‘eres un tío majo, ojalá tú mandases, pero no lo harás jamás, porque tu país no tiene arreglo. Mejor nos vamos’.
Corrupción igual a España
Es este mecanismo, el que equipara España a lo peor de sí misma, el que permite tejer una estrategia discursiva muy poderosa. Igual que el PP equiparaba a Sánchez con Bolívar, o decía de Podemos que su estupidez iba a conseguir que España se partiera económica y territorialmente, los independentistas igualan la corrupción con España.
Da igual que se digan cosas (las enuncie quien las enuncie) en las que se pueda tener razón, porque la estrategia discursiva las vuelve inaudibles
Los ataques al PP o al Rey, como reflejaba la pancarta en la manifestación por las víctimas que difundieron por todas partes, se convierten así en la lógica respuesta a un mundo que quieren dejar atrás, ineficiente, anticuado, lleno de problemas endémicos. Esa corrupción que otros partidos reprochan al PP, ellos la señalan como un mal típicamente español. Del mismo modo que buena parte de la peor derecha en tiempos de Aznar podía decir que, en el fondo, los socialistas estaban apoyando a ETA porque no eran firmes con el terrorismo (no hay más que ver las pancartas contra Zapatero en las manifestaciones que le montaron cuando gobernaba), los independentistas dicen que, en el fondo, España es ese mundo cutre y casposo que para ellos encarna el PP.
Colaboradores necesarios
En esas estamos. No se trata únicamente de que se acerque el 1-O y de que por eso el tono de los discursos se eleve, sino de que las estrategias discursivas en juego se refuerzan. Los independentistas están esperando reacciones o declaraciones exageradas por parte del Gobierno para que puedan señalarle con el dedo y cargarse de razones, mientras que el PP continúa con ese juego en el que todos, desde Sánchez hasta Ada Colau, son colaboradores necesarios en la gran debacle a la que unos perturbados políticos quieren llevarnos.
Los contendientes están en el ring y, una vez ahí, ya solo pueden golpearse. Pero podría hacerse de otra forma, porque esto parece una discusión de Twitter
Lo peor de todo es que esta crispación continuada hace inaudibles los argumentos. Da igual que se digan cosas (las enuncie quien las enuncie) en las que se pueda tener razón, porque la estrategia discursiva las fagocita. Unos y otros están pendientes de instrumentalizar lo que pueden, y lo vimos en la manifestación por las víctimas, y en la polémica con los Mossos. Aquí es cuando ya las razones no sirven: y da igual si, por ejemplo, los Mossos actuaron estupendamente o cometieron errores, porque todo es juzgado en función de los intereses principales. Los contendientes están en el ring y, una vez ahí, ya solo pueden golpearse. Creo que sería posible defender las mismas ideas de otra manera. Desde el punto de vista de los defensores de la legalidad vigente se me ocurre un ejemplo, el de Borrell, y seguro que hay múltiples ejemplos en un lado y en otro de la discusión; lo esencial aquí es defender lo que uno cree utilizando argumentos, no desde la permanente descalificación del otro. Porque esto, que parece más una discusión en Twitter que política real, es horrible, en serio.
ESTEBAN HERNÁNDEZ Vía EL CONFIDENCIAL
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